Bebé pancarta
Ayer, una diputada de Podemos se llevó a su hijo de 6 meses
al Congreso. No está bien que los
políticos besen a los niños en campaña ni que los utilicen como pancartas en
Parlamento. A los niños hay que alimentarlos, asearlos, decirles, con
frecuencia, que no -que en eso consiste la educación- y que sí, cuando
convenga; quererlos, no alejarlos de uno y procurar hacerles la vida fácil. Los
niños lo aguantan casi todo, poseen una capacidad grande de adaptación a las
situaciones adversas: resiliencia, le
llaman. Superan, no sin heridas, la separación de sus padres, la pérdida de
alguno de ellos, la desconsideración, el acoso, la escasez. Se adaptan y tiran
para adelante. Pero tampoco conviene tensar la cuerda. Ponerlos en situaciones
peligrosas o inconvenientes, sin necesidad. Se divierten y estresan si los
padres los llevan a programas de televisión, casi pederásticos, en los que se
les obligan a cantar y a bailar como Beyoncé. Se adaptan a vestirse por primera
vez de novias, las niñas, para las primeras comuniones, mientras que madres y
padres, que se entrampan para comprarles los trajes y pagar el convite, utilizan
las iglesias y los restaurantes como pasarelas de su progreso social. Pero los niños pueden llegar a afectarse
cuando adviertan que se les quiere también como estandartes de lo que en el imaginario
colectivo se entiende como familia. Todo el mundo cede para fingir armonía y se muestra melosocon los pequeños en público.
Cariño, amor, cielo, son palabras con las que se carameliza a los niños en esos
momentos. En el colegio, los padres lucharán hasta la extenuación para que sus
hijos no aprendan nada, justificando sus incompetencias y su pereza. Serán
capaces de desautorizar a los profesores delante de los niños, desactivando las
pocas ganas de trabajar o de superarse que tengan los chicos, con tal de
sentirse ciudadanos de primera, contribuyentes responsables, cantándole las cuarenta
a los funcionarios. Lo peor es cuando estas actitudes, que no son más que
manifestaciones enfermizas de nuestro tiempo, ya que ejemplifican la renuncia a
enseñarles a las generaciones de los jóvenes las habilidades mínimas para que
se muevan cómodamente en sociedad, se dan
como necesarias para defender un bien superior. Cuando los niños son utilizados
como pancartas, en el Parlamento donde deberían bastar las palabras.
Permitiendo que la cara de un niño de seis meses sea conocida por todo el
mundo, poniendo en peligro al crío. Un niño no es un folio que se exhibe desde
el estrado con una máxima o una consigna. Seguro que nadie le ha pedido permiso.
Nos quejamos de los que consideran a las mujeres cosas, objetos de su
propiedad. No les demos a los niños de pecho el mismo trato.
Muy bien dicho...
ResponderEliminarGracias, Mark, lector constante más allá de mis equivocaciones.
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