Los Celtas
La relación
del ser humano con la ropa es muy variada. Yo la odio, sobre todo cuando me
toca plancharla; las camisas de lino o de algodón se arrugan nada más
ponértelas y, ¡hala!, a plancharlas de nuevo. Me imagino que la relación del
guerrero celta con su recia y protectora braga era mucho más positiva. La
palabra braga viene del celta, ‘braka’: pantalón del guerrero. Esto lo tuve que
explicar cuando daba clases prácticas de Gramática histórica del español. El
catedrático que impartía la asignatura me
mandaba a todos los alumnos que le preguntaban por el origen de una palabra. En
aquella temporada, llovieron muchas
bragas sobre mi indocta cabeza, porque los estudiantes se interesaban por la
etimología de ‘vagina’, ‘pene’ y ‘bragas’. Entonces averigüé que en el español
de América las bragas reciben otros nombres. No sé por qué la gente comenzó a
utilizar en España el diminutivo ´braguita´ -´hilo dental´, en Latinoamérica- para
referirse a la sucinta braga actual; quizá ocurrió cuando la voz ´tanga´, de origen tupí comenzó a competir
con el término ´braga´. Las bragas de los 60 eran de cuello alto y más de
algodón que de otra tela y los chicos las conocían sobre todo por atisbarlas en
los tendederos. Al que vi en buena sintonía
con su ropa de abrigo, en la exposición de momias del Parque de las Ciencias,
fue al <<hombre de del hielo>>,
un cazador de hace 5000 años, al que encontraron congelado en Ötzi, una
localidad alpina. El hombre iba muy abrigado. Levaba mochila y un chaleco
precioso de pieles del que se han hecho multitud de copias a lo largo de la
historia y no todas chinas o coreanas. Un hipster
de las montañas, asesinado posiblemente por un cazador de una tribu vecina. Nadie
me preguntó, cuando yo era etimólogo de guardia en la Facultad de Letras por la
palabra ´calzoncillo´. De lo que deduje que todas las bragas gustan a todos los
hombres pero que no todos los calzoncillos gustan a todas las mujeres. Es más, que
a las mujeres los calzoncillos les importan un pito, ¡para qué nos vamos a
engañar! Y si los hombres reparan en las bragas es porque son la última
veladura antes del big bang. Algunos autores, cuando quieren aparecer
como sensuales de la muerte, le dan cierta importancia a la lencería de señora.
Miren esta greguería de Ramón Gómez de la Serna: “Nunca son más suaves los
senos y nunca se vierten más fuera, más que si estuviesen desnudos, que bajo un
mantón de crespón”. ¡Exagerado! O esta otra de Paolo Collejo, la versión cenera
de Paolo Coelho:”La lencería es el cristal ahumado por el que miro el sol de tu
cuerpo, en sus eclipses". ¡Mentira!, la lencería no es cosa de hombres. La
cara que ponen los hombres cuando ven a una mujer desnuda, lo dice bien claro. La lencería, y San Valentín, es cosa
del Corte Inglés que ha manipulado a la mujer para que la compre... Siempre al
servicio del heteropatriarcado.
Gran reflexión...
ResponderEliminarMark de Zabaleta, estoy muy agradecido a su generosa consideración. Un saludo cordial
EliminarComo siempre, amigo Pablo, muy acertado y llena de humor tu reflexion.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, Igoa, me gusta mucho haberte divertido. Un abrazo.
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