Muros cercanos
En tiempos de la Autarquía – esa etapa de onanismo y
enclaustramiento nacional que vivió España después de la Guerra Civil-, los
progresistas solían decir que la burricie, el matonismo, la chulería, el
fanatismo y la collejería se quitaban viajando. Dándose una vuelta por el
mundo. Hoy estamos todos muy viajados y persiste entre nosotros alguno de
aquellos vicios. Los estadounidenses, los guineanos y otras gentes de muchos
países padecen igual ensimismamiento. Para romper esta burbuja dentro de la que
vivimos no hace falta viajar mucho, basta con mirar a nuestro alrededor y
comparar con lo que vemos por la tele. No hay muchas diferencias entre la ceremonia
de la toma de posesión de Trump y la ceremonia
de cualquier primera comunión de una aldea española. Los Padres fundadores,
Franklin, la quinta enmienda, El ala oeste de la Casa Blanca, la peli Matar a
un ruiseñor, los derechos del detenido, nos hablan de una sociedad ordenada,
normalizada, respetuosa con los derechos individuales. Organizada, nada
caótica. Como cualquier ceremonia de primera comunión. Si nos fijamos, sobre
todo, en los personajes que acompañan a los niños en el presbiterio -el
sacerdote, los monaguillos, los catequistas- o en los que cantan en el coro el
Pange lingua, advertiremos el esfuerzo que han realizado todos ellos para que el
acto más importante de la liturgia católica resulte decoroso. Porque nos asusta
el caos. Y sobre los instintos básicos, sobre la lucha por la vida, sobre la
necesidad de alimentarse y de procrear, contra viento y marea, que lleva al ser
humano a hacerse con cada pedazo de alimento o con cada hembra o con cada varón,
a dentelladas, para que la especie no muera, las religiones, las instituciones,
esparcen telarañas de orden, de normas, de “pase usted primero”. De
mandamientos y leyes. Pero entre el público, se encuentran personas, a las que
el hambre y la necesidad expulsaron de su tierra. O el niño chulo, que luego terminará siendo un matón, necesitado, de
aceptación y de valoración; que han venido a la ceremonia del traspaso de
poderes o de la Eucaristía, a buscar recompensas, reconocimiento, atención. A
que se sepa que su lucha no ha sido inútil. Ellos utilizan el teatro que les suministra
una iglesia rebosante de normas y liturgias o el proscenio del juramento presidencial
para decirle al mundo de los otros fieles o de los asistentes a la toma de
posesión, quiénes son ellos. Unos, humildes, pacíficos y orgullosos, luciendo trajes lujosos de buen paño, vestidos
escotados, transparentes, ajustados, mientras se acercan a comulgar con sus
hijos. Después, vuelven a sus asientos con caras festivas, como si se
desentendiesen del misterio abismal en el que acaban de sumergirse. Otros, como
Trump -nieto, hijo y marido de inmigrantes-, ese niño desvalido, ególatra y
excesivo, peligroso por el poder que ha obtenido en las urnas; necesitado del
acatamiento universal, señalando con su dedo al mundo y diciéndole: “América primero”.
O sea. “yo, el primero, entre todos los hombres”.
Ciertamente claro...
ResponderEliminar¿El pueblo siempre tiene razón?
ResponderEliminar¿No se suele decir eso?
Un beso, querido Pablo.