Mientras mi
podólogo me atiende con la profesionalidad y destreza habituales, me informa con
detalle de cómo ve una familia de tres hijos el asunto de los deberes y de las
notas. Me cuenta que las actividades que, su mujer y él, les organizan a los
hijos, como el baile o los deportes,
pretenden introducir un poco de orden en el caos de la vida; que son
actividades que tienen que ver con el ritmo y que ambas, gimnasia y baile,
contribuyen a iniciarlos en la organización y el orden. El profesor le ha
puesto a su hijo de 8 años un 3,5 en un examen sobre el cuerpo humano. El chico
está muy contrariado con la mala nota. Es inteligente y reflexivo. La pregunta
que le hizo el maestro, según el chico, tenía al menos diez respuestas posibles,
pese a ser de esas de “verdadero o falso”. A algunos alumnos las preguntas mal
formuladas les resultan turbadoras y los bloquean para contestar a las
restantes del examen. En épocas de colapso total de la convivencia, preguntar
es inútil, aunque la pregunta sea muy clara: Muriéndose de sed, un prisionero en un campo de exterminio nazi
miraba cómo su torturador derramaba lentamente en el suelo un vaso de agua
fresca. «¿Por qué haces eso?» El verdugo replicó: «Aquí no existen los
porqués». Respuesta que, en opinión del profesor George Steiner, expresa con
una concisión y lucidez diabólicas el divorcio entre la humanidad y el
lenguaje, entre la razón y la sintaxis, entre el diálogo y la esperanza. Hablar
y escribir llegó a ser, en entonces, una expresión del absurdo y del desastre.
No quedó, stricto sensu, nada que decir.
Mi relación
con las preguntas es traumática. Redacté un libro de texto para alumnos de 8º
EGB y no me corté un pelo. Miles de preguntas salieron de mi pluma, un poco atolondradamente.
El castigo no tardó en llegar. Bruño, editora del libro, me solicitó un Solucionario
para los maestros que daban la asignatura. Entonces comprobé que muchas de las
preguntas que había formulado a chicos de 14 años, ni yo mismo, el autor, podía contestarlas
fácilmente y que algunas no había manera de responderlas, por lo confusas o
enrevesadas. No pude decirle a los
editores lo que suelen contestar hoy en día los ocupantes de cargos públicos,
que viven de los que les paga el contribuyente, cuando se les pregunta por su
trabajo. Por mi parte, no tuve más remedio que plegarme a las justas exigencias
de la editorial y contestar a todas las preguntas. Eran los años 80, todavía no
se habían inventado ni las posverdades –que es como se llaman ahora las
mentiras de toda la vida- ni el plasma detrás del que se refugiaba Rajoy en las
ruedas de prensa ni el ordinario e irresponsable “no toca” de tanto político. ¿Estamos a un paso de que, cuando le
preguntemos a esta gente por el porqué de las cosas, nos contesten también:
“Aquí no existen los porqués”? Inquietante pregunta.
Simplemente genial !
ResponderEliminarGenial la entrada, sí...y un aviso para el que quiera responder a las preguntas a la nueva democracia...
ResponderEliminarUn beso, Pablo.