Academia de las Ciencias de la URRS
Uno de los métodos más severos de descontextualizar una obra
de arte es meterla en un museo. Aunque no el más radical. Mao animaba a los
jóvenes chinos a acabar con todas las obras de arte anteriores a la revolución,
porque cualquier documento cultural era también un documento de barbarie,
amasado con la sangre y el sudor de los
trabajadores. Pese a que Lenin se había opuesto a la destrucción del patrimonio
cultural de la burguesía. Los talibanes destruyeron los budas gigantes de
Bamiyan, el IS arrasó Palmira, en Siria.
En Europa, los aviones norteamericanos
arrojaban sus bombas desde 10.000 m sin tino ni precisión alguno para no ser
alcanzados por las defensas antiaéreas alemanas. Destruyendo vidas, ciudades y
todo vestigio cultural. El museo no extermina, conserva y muestra, pero
desarraiga. Y, en inevitable alianza con el tiempo, aleja las obras de arte del lugar en que
fueron creadas. La museología, pese a todo, se esfuerza en acercar a los
visitantes de esos mausoleos de la belleza los prodigios del pasado. Junto a
cada uno de ellos, un cartel de metacrilato detalla autor, época y materiales que
se utilizaron para producirlos. Audio guías, catálogos y vídeos intentan
contextualizar los productos culturales que los siglos, las academias y el
canon fueron subiendo al altar de la excelencia. Las visitas guiadas completan
el proceso de acercamiento de la obra al espectador. Pero siempre hay algo que
se escapa a catálogos y guías. En el Museo Ruso de Málaga, un visitante, ante
un cuadro enorme de Vasili Yefánov, sorprende a la guía con una pregunta sobre una
arruga de la alfombra que cubre el suelo del salón donde se celebra, en 1951, una sesión de la Academia de las Ciencias de
la URSS. El Realismo Socialista -al que está dedicada la exposición- dejaba
poco sitio a la imaginación de los artistas rusos, vigilados y purgados, si no
respetaban las directrices de los comisarios de Stalin. El pliegue, enfrentado
a la compostura y envaramiento de los sabios académicos, rompe la solemnidad de
la escena. La huella de un tropezón. Quizá, lo más hermoso del cuadro. La firma
irónica de un Yefánov que ha encontrado la forma de reírse del sátrapa. Volveré
al Museo sólo para cerciorarme de si la hermosa guía rusa ha resuelto ya el enigma
de esa arruga. Y por volverla a ver.
Muy interesante ...
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta