"Somos los hijos de Lenin"
Las primeras maestras: las madres prehistóricas. Ellas
utilizaban las paredes de las cuevas como pizarras rupestres. Allí pintaban los
animales que les suministraban comida y vestidos y les señalaban a los hijos
dónde había que acertarles para abatirlos. Mientras, los padres, fuera, en la
caza y, supongo, comprando tabaco. Ayer, una madre en la biblioteca de La Zubia,
me decía que los padres no van a las reuniones con los profesores en el
colegio. Le pregunté que dónde estaban mientras que ellas seguían, como en Altamira,
ocupándose de la tribu, y no supo qué contestarme. Inventaron las madres los
cautelosos cuentos que advertían a los chicos de los peligros de salir fuera de
la caverna sin escolta. Como Esperanza Aguirre, que anuncia un apocalipsis si
votamos a los comunistas, bastantes años después de la caída del muro de Berlín,
las madres de Atapuerca, en sus cavernas, asustaban a los niños zangolotinos
con el hombre de neandertal, extinguido muchos años antes, que (exageraban
ellas) se seguía comiendo crudos a los niños. En la tribu de nueve individuos
jóvenes en la que me crie, el hermano mayor no podía pisar la calle sin que la
madre le dijera, fijo: “¡Niño, llévate a los chicos, que tenemos que arreglar
la casa!”. Y así, en patrulla, te atrevías a acercarte a esa línea peligrosa
del horizonte por la que siempre se paseaba el tío del saco que era un ser fabuloso
que les sacaba las mantecas a los niños para venderlas en el extranjero a
ancianos decrépitos, pero ricos, que al recibirlas se ponían a dar saltos de
juventud y se echaban una nueva novia.
También, el sacamantecas llevaba en su saco corazones, riñones, litros de
sangre, arrebatados a niños desobedientes que, sin hacer caso de sus madres, se
atrevían, solos, a pisar la línea del horizonte. Nunca, si mis hermanos mayores
dirigían la descubierta, nos topamos con un sacamantecas. Como, pese a haberme
criado en una tribu, no soy el chamán ni el adivino, no sé lo que nos pasará si,
tras las próximas elecciones, retornan los comunistas al poder, como amenaza
Esperanza Aguirre, e intentan destruir lo poquito que queda en España por
destruir después de cuatro años del gobierno del PP. Hace mucho que no me topo
con un comunista. A veces cuando siento nostalgia, saco mi carnet del PCE, el
que me entregó Anguita, clandestinamente, junto a un quiosco de Córdoba, y me
consuelo sabiendo que al menos quedo yo, quizá porque me ha faltado valor, ambición
y descaro, para cambiarme de partido, para convertirme en un tránsfuga. Aunque viendo
a Margallo, nuestro ministro de Exteriores, el pasado día 17, sentado con el
comunista Raúl Castro en Cuba, he pensado que Aguirre exagera y que los
comunistas asustan dentro y seducen fuera, sobre todo si hay dólares de por
medio.
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