El arquero
La estadística juega a mi favor: desde hace 34 años vengo
escribiendo en los periódicos granadinos y nunca faltó mi artículo el día
acordado, aunque a la hora del cierre todavía no lo hubiera entregado. No debo
preocuparme, entonces, porque ahora sean las ocho de la tarde y no tenga
escrita ni una sola palabra. Estaréis pensando que, como en el cuento del rey,
el cangrejo y el pintor, estoy esperando al último minuto para escribirlo, como
el pintor de la historia que da fin a su obra, y dibuja un cangrejo perfecto,
sólo cuando el rey enfurecido, después de cinco largos años de espera y de
cuantiosos gastos, sube las escaleras de su taller, dispuesto a cortarle la
cabeza por su tardanza. Y os maliciaréis que sólo se puede escribir
aceptablemente sometido a presión. Sea como sea, de lo que lo que estoy seguro
es de que en este momento, lectores pacientes, os encontráis leyendo mi columna,
aunque yo no la haya escrito. Me viene a la memoria, para explicar el fenómeno,
la historia Chi Ch’ang –el protagonista del cuento El experto, de Nakajima Ton- que aspiraba a ser el mejor arquero
del mundo. Gracias a las enseñanzas de su maestro Wei Fei -de puntería tan
certera que, se decía, era capaz de hacer blanco con todas las flechas de su
aljaba en la misma hoja de sauce a una distancia de cien pasos-, aprendió a no parpadear y a mirar de tal
manera que lo diminuto le parecía llamativo y lo pequeño descomunal. Tres años
estuvo practicando hasta conseguir emular al maestro. A los tres años pensó que
tendría que matarlo si quería ser el mejor arquero del mundo. Lo intentó, pero
Wei Fei consiguió esquivar las flechas de su alumno. Y no vio otra manera de
quitárselo de encima y de desembarazarse de aquel peligro que dirigir la mente
de Chi Ch’ang hacia una nueva meta; confiarlo al maestro Kang Ying, que le enseñaría a dar en el blanco sin
disparar. “Mientras necesites un arco y
una flecha continuarás en la infancia de este arte”, le dijo Kang Ying, “el
verdadero tiro con arco no lo precisa, la fase culminante de la actividad es la
inactividad; la fase culminante de la oratoria es refrenar la lengua, la fase
culminante de disparar es abstenerse de hacerlo”. Aprendido esto, Wei Fei regresó a Hantan, su
aldea, y nunca más volvió a disparar una flecha, aunque pájaros y ladrones
evitaban aproximarse a su casa, por si acaso. Su reputación fue en aumento. Cuarenta
años después abandonó este mundo sin haber mencionado ni una vez el tema del
tiro con arco y sin tocar ninguno. Después de esto, en su aldea, los pintores
tiraron sus pinceles, los músicos rompieron las cuerdas de sus instrumentos y
los columnistas se avergonzaron de ser vistos tecleando sus ordenadores. Por mi
parte he olvidado cómo se escribe un artículo. De lo que es una columna
periodística. Pese a todo, generosos
lectores, estoy seguro de que hoy habéis encontrado mi artículo en el mismo
sitio de todos los jueves.
Ciertamente brillante, como siempre ...
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