El intelectual ha sido siempre una pieza muy codiciada. Sócrates (470 - 399 a.C.) es el primer “intelectual” del que tengo noticia, abatido por los escribas, los principales accionistas de las palabras de pago. Dicen que al filósofo lo cazaron por peligroso, aunque quizá se lo quitaron de encima sus propios colegas de la Academia por obsoleto y por caro: un Sócrates para cada Fedro, un Fedro para cada Sócrates, resultaba poco económico. Su sistema de enseñanza estaba basado en la comunicación directa y oral con el discípulo, nada de escritos. Platón, que ‘pirateó’ en sus Diálogos muchas ideas del maestro, recoge uno de los pensamientos que más pudieron molestar a sus compañeros de profesión que para entonces se habían pasado al internet del momento: la escritura. De ellos se ríe Sócrates y el ‘traidor’ de Platón ha dejado constancia de la puya socrática en el diálogo Fedro, quizá para justificar el haber vendido, en el top-manta de los libros, todo el material que plagió de Sócrates. El maestro ridiculiza a sus colegas apuntados a la escritura, la novedosa tecnología de grabación y transmisión de datos, al pronosticar que el invento iba a favorecer el olvido y a crear una casta de personas “que habiendo oído hablar de muchas cosas sin instrucción, darán la impresión de conocer muchas cosas, a pesar de ser en su mayoría unos perfectos ignorantes”. 2500 años después, a algunos profesores se les oye decir algo parecido de la Informática: laminados por la avalancha de ordenadores portátiles que los políticos regalan a los alumnos, con mochilita teñida electoralmente con los colores autonómicos, para que los adolescentes no se dejen ver de día demasiado por las calles, anestesiados con Internet, la epidural que los mantiene sedados en las clases más eficazmente que La Odisea.
Rafael Sancio, en 1509, en La escuela de Atenas, fresco pintado por encargo del Papa Julio II para decorar la Stanza della Segnatura, convertida en su biblioteca privada, escenifica el triunfo de Platón (el 1)y la derrota de Sócrates (el 10). En la pintura es abrumador el número de personajes ocupados en actividades de lectoescritura. Casi todos, calculan, leen, escriben, comentan textos, o portan libros. Sócrates, de espaldas a su aprovechado discípulo, se empeña en hablar.
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