Jesús y su mascota
Un amigo me ha pedido que cuelgue en el Facebook las
portadas de siete libros que, “ayer o hace 50 años”, me hicieran tilín o tolón.
La primera portada que he publicado es la de una novelita del FBI que conservo
de cuando vivía de niño en el Paseo de la Bomba de Granada, titulada Acepto tu reto. Y tirando
de esa portada han salido preciosos frutos del cesto de los recuerdos de la red:
¿Qué leíamos los niños en años de escasez, vigilados y dirigidos por el canon
literario y la escuela? ¿Quiénes escribían esas novelas de aventuras? ¿Por qué sus
autores utilizaban pseudónimos? Algunos eran escritores “rojos” de renombre, obligados
al anonimato. Leíamos todo lo que caía en nuestras manos, hasta a los clásicos.
La novelita está muy manoseada y marcada
para no repetir su alquiler. Las cambiábamos en puestecillos de la Bomba, del
barrio de San Matías o de la Cuesta de San Gregorio. Ayer por la mañana publiqué la segunda
portada: la del Catecismo de la Doctrina
Cristiana de Ripalda, un
opusculito al que tengo que agradecer mi radical despego de catecismos y libros
de autoayuda y desarrollo personal. Aunque confieso que alguno de ellos
–concretamente, el Manifiesto programa
del PCE- incluso terminé
explicándoselo a los camaradas de la Campiña montillana, cuando -cosa rara en
España- muchos partidos se pusieron de acuerdo para hacer una transición sin
muertos ni venganzas. Pero lo hice sin vocación y sin entusiasmo, asépticamente,
pero con las técnicas pedagógicas más avanzadas. Quizá me ayudó a no ponerme estupendo
y a respetar al adversario político (¡no había otra!), una novelita deliciosa
que leí en el internado, debajo de las mantas de la cama, alumbrado por una
linterna. Era la historia de un alcalde comunista y de un cura que hacían lo
posible por llevarse las almas y los votos a sus cielos particulares, pero en una “entente cordiale”. Hoy, debilitado
el canon literario y desaparecida la censura eclesiástica, los lectores no se
han inclinado por Góngora ni por Quevedo, sino por best sellers llenos de sexo, jacuzzis y velas. Se lee fuera del
tiesto, pero se lee bastante más que hace 50 años. Urge volver a la escasez.
Prohibir los clásicos; y los chicos los
leerán cautelosamente bajo la colcha, con miedo y delectación. Ya estamos viendo en Cataluña cómo
prohibir el referéndum está contribuyendo a la multiplicación de los
independentistas. Prohibir los libros canónicos disparará su lectura.
Muy bueno ...
ResponderEliminarGracias siempre, Mark de Zabaleta
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