miércoles, 26 de mayo de 2010

Clinton, las magdalenas del Albaicín y un niño


Las más sabrosas magdalenas –el bollo más empapado de literatura desde Proust‑ que se fabrican en Granada, las vende en el Albaicín una mujer manca que introduce uno a uno los bollos en una bolsa de plástico con el muñón de su brazo derecho. No se le conoce rasgo alguno de ternura. Trata a los clientes con aspereza. Que nadie le pregunte si las magdalenas tienen mantequilla o aceite. Lo puede poner a uno en la calle. Alguien de la Casa Blanca se interesó por la receta, cuando Clinton visitó el barrio hace años, y no la consiguió.  Si no le gustas, y aunque el mostrador esté lleno de género, te puedes ir de vacío. Las madres han de ocultar a sus hijos, criados en la abundancia y atiborrados de emplastos asépticos, insulsos y plastificados, la procedencia de las magdalenas. Podría repugnar a los chiquillos la mutilación de la panadera. Y el uso que hace de su brazo trunco. Ella lo sabe pero no cambiará su forma de despachar por nada del mundo. El que los clientes, vencido el escrúpulo, sigan comprando magdalenas envasadas tan heterodoxamente le confirma todos los días la adicción y el afecto de sus fieles y la excelencia de su trabajo.
Un niño del barrio de Almanjáyar, cerca del Albaicín, ‑en el confín de la ciudad hay muchos niños por las calles‑ baja “echando leches” en bicicleta por la cuesta que sirve de raya fronteriza del cuarto mundo. Desde el Sur, por la misma calle, sube un gigante pedaleando en su bicicleta de carreras. El habitante de la frontera no tiene más de 6 años; enajenado por un instinto de libertad suicida, se enfrenta a la rueda del polifemo de la chaqueta de cuero y lo provoca abiertamente: “!Payo, tóparne si tienes riles!". El hombre, que se repone con dificultad de la último tufarada de humo que le ha soltado un autobús, esquiva la rueda enemiga y casi no se da cuenta de la importancia de la batalla que acaban de librar contra él en las tierras desoladas del norte de la ciudad. Nunca sabrá que el niño ha proclamado orgulloso en su casa, a la hora de la comida, que el payo no se atrevió a toparlo.
Despachar magdalenas, siendo manca o enfrentarse en los confines de la abundancia, orgullosamente a un mal enorme procedente del Sur, sin más armas que una bicicleta, el valor y el instinto de singularidad no domesticado, son empresas que no siempre conocen el fracaso.

4 comentarios:

  1. Ostias, qué bonita entrada, me ha alegrao la mañana. Lo de "echando leches" y los "riles" man puesto al borde de la levitación mística. Yo que fui primeramente niño del Ave María de San Cristóbal (antes de bajar a la Vega, más medioclasista) reconozco en ese granaíno, ya sólo presente, precisamente, en el Albayzín, mis raíces lingüísticas más profundas. Como aquellotro de "¿t'aprendo?" en vez de "te enseño"...daría pa una tesis sólo esa frase, no te digo ya si le añadimos la jerga del trompo, las canicas, el churropicoterna, l'agarejo o los frutos de otoño como las maoletah, azofaifah, acerolah, jínjoleh... Bueno, me callo y sigo trabajando, que alguien tiene que levantar Ejpaña y pagarle la pensión a Castillejo, MAFO y compañía ¿no?

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  2. Querido Corleone, "churropicoterna", ¡qué palabra! Ya me explicarás lo que significa. Te diré que mi iniciación sexual, en Cenes de la Vega, comenzó con el agarejo, siguió con una presión colectiva muy fuerte para que la implementara en los boudoirs de la Calle Varela, junto a la fábrica de hielo, por aquello de Quevedo sobre el amor, incluso el venal, "es hielo abrasador, es fuego helado", y alcanzó su clímax gracias a mi tutor de fino amor, El acequiero, un hombre apacible e idealista que creía que el amor monógamo ennoblecía a los que lo practicaban y contribuía al buen funcionamiento social. La última palabra, sin embargo, la tuvo mi abuela que después de la inversión tan fuerte que el pueblo había realizado para que yo fuese un mozo preparado para la vida, intervino drásticamente cuando intenté poner en práctica con una hermosísima cenera lo aprendido. Nada más iniciado el rito del cortejo, y al pasar delante de casa con la joven, ya con mis enardecidos 16 años cargados en la ballesta de Eros (¡Jesús!), el proceso se vio bruscamente interrumpido por la supervisora que gritó ferozmente: “Mis nietos ya no saben dónde van a colgar el garabato”. A partir de ese momento mi relación con aquella adorable mozuela dejó de progresar adecuadamente.

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  3. Querido Pablo:

    Churropicoterna es el jueguecico ése de ponerse un equipo en fila doblaos por la cintura y el otro equipo saltar encima. Que no sé como no hay varias generaciones de tetrapléjicos en este país.

    En cuanto a aquél tu primer intento por colgar el garabato o arrimar el fraile o cebolleta. Tu error fue pasar por delante de la casa. Debieras haberte escapado con la moza, preñarla, esperar al parto y posterior y obligado bautizo y sólo entonces volver. Claro que, probablemente, y tal como ya barruntaba tu abuela, aquéllo te hubiera dado más quebraderos de cabeza que lo que final -y felizmente- ocurrió.

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