domingo, 11 de julio de 2010

Cines madrileños de 1936

La Garbo y Frederich March en Ana Karenina
La revista “Lecturas”, con 89 años de historia a sus espaldas, no fue siempre órgano de expresión de la Casa Real y de la de Alba,  tribuna de los complicados y ginecológicos matices del dolor de María José Suárez, nicho rosado de la dulce espera de Nuria Roca junto al mar. Creada en 1921 como suplemento lite­rario del magazine «El hogar y la moda», ofrecía a sus lectoras —pues para mujeres estaba pensada— comedias, novelas lar­gas, cuentos, novelas cortas, crónicas de las primeras actrices del momento, pagi­nas cinematográficas y variedades.
En el número de noviembre de 1935, la dirección de «Lecturas» comunica a sus lectoras: «Hemos hecho el recuento de vo­tos y de él resulta que la madrina de “Lecturas” para 1936 es la señorita Merce­des Lucrecia de Borja... La redacción de “Lecturas”, al hacer esta proclamación, se felicita y felicita a la señorita triunfante, saludando en ella a la musa inspiradora y animadora de nuestros trabajos».
«La musa inspiradora y animadora» de los afanes de la revista —según cuenta el periodista Quilis Molina en la entrevista que hizo a Mercedes para el número de marzo de 1936— es maestra nacional y profesora de piano, «una señorita educada a la moderna, pero con todas las exquisite­ces de las nobles damitas de abolengo, haciendo con ello honor a su estirpe».
Merceditas Lucrecia representa el nuevo ideal de mujer burguesa —promociona­do y sugerido por la publicación—, no dedicada a hacer obras de caridad, como la aristócrata, ni la revolución como la obrera del 36, sino a realizar pequeñas incursiones en el, mundo de la literatura sana —en feliz y reveladora adjetivación de la propia revista---, de las artes e, in­cluso, de las ciencias.
Asiste con regularidad al cine, que le gusta «una enormidad», de tal manera que —ella se lo cuenta a Quilis-- «si algún día pensara hacer una excentricidad, instalaría en mi casa un salón de proyecciones para pasar las mejores producciones del mercado cinematográfico»; pese a estar sentada sobre el polvorín incendiado de la guerra civil, que no tardaría en estallar arrasando con su explosión hasta la humil­de y moderada visión pequeño-burguesa del papel de la mujer en «el mundo moder­no» que ofrecía «Lecturas», Merceditas no se perdería ni una de las peliculas -que daban en los cines Rialto, Palacio de la Prensa, Callao o Goya, dobladas en castellano a partir de 1932. año en que las productoras de Hollywood abandonaron la práctica —nacida con el sonoro— de fil­mar versiones francesas, españolas o ita­lianas, rodadas en los mismos escenarios, con la misma iluminación y vestuario usa-dos para rodar las películas originales en lengua inglesa, pero con actores y guionis­tas hispanoparlantes, italianos o franceses.
En las ciudades españolas se venía viendo buen cine desde hacia varios años. Los madrileños ya habían podido asistir a la proyección de las mejores películas de la filmografía mundial gracias a «La Ga­ceta Literaria» de Ernesto Giménez Caba­llero que puso en funcionamiento el pri­mer Cine-club de España en el que se pasaron, entre 1928 y 1931, filmes de la calidad e interés de «El cantante de Jazz», «Harold, policía», «El perro andaluz», «Iván el Terrible», «El Gabinete del doctor Caligari», «El acorazado Potemkin», e in­cluso una curiosa «Antología del beso», escenas censuradas de distintas películas («Metrópoli», «Variété», «Fausto», «Fuer­za y belleza», «Amor y naturaleza»...).
También. la Madrina de «Lecturas» a la espera de inaugurar su propia sala de proyecciones, contemplaría los magníficos noticiarios que se daban en locales que «como indica su nombre de cines de actua­lidades», en opinión del excelente crítico de cine de «Lecturas» J. B. Valero —número de septiembre de 1936—, «se han creado principalmente para el noticiario y cuyo número (para disfrute de Merceditas y de sus amigas), no cesa de aumentar y de extenderse por toda España».
El éxito de los noticiarios asustó a los editores de periódicos. Valero —en el mis­mo trabajo— disipa las dudas de los que temían entonces, que los noticiarios aca­baran con los diarios, “porque el noticiario no es ni será nunca —aunque de momento lo parezca— un sustitutivo, y menos aún un rival del periódico. Es su colega, su colaborador, su complemento. Por mucha letra que el productor ponga en su cinta de actualidades y por muchas fotografías que el editor incluya en su periódico, éste seguirá siendo una necesidad para el hom­bre de hoy y de mañana, y aquélla continuará en su papel de preciosos complemento de la noticia escrita, complemento tan valioso, que algún día el progreso y la costumbre lo convertirán en una necesidad”.
A los «cines de actualidades» y las salas de proyecciones, Merceditas Lucrecia de Borja asiste acompañada por sus padres, como tantas otras jovencitas de la clase media urbana de Barcelona, Madrid o Granada. Una vez en el cinematógrafo, las chicas podían verse asaltadas —si prestamos atención al artículo de José Baeza en «Lecturas» de marzo del 36­“por el castigador, me refiero al antiguo tenorio callejero que ha cambiado, como todo el mundo, y hoy pierde en las salas de proyecciones el tiempo que antes perdía en las esquinas».
«Si salgo después de cenar», hace decir José Baeza al padre de la joven, es sólo para llevar a la chica al cine. La llevo una vez por semana. Yo me aburro soberana­mente, pero ella se pirra por esas señoras (la Greta Garbo de «Ana Karenina» o la Olivia de Havilland del «Capitan Blood») que llama estrellas y por los buenos mozos (Fredrich March o Errol Flynn) que sue­len acompañarlas.
El buen hombre echa de menos el cine mudo. Entonces se pasaba la sesión en un dulce duermevela, sólo interrumpido por los codazos de su mujer, pero ahora —en los meses que precede al levantamiento militar— las películas sonoras no le dejan pegar ojo.
La presencia amodorrada del padre no resulta inútil. Al menas aleja de la chica al «castigador, al tenorio de ínfima categoría», orientándolo, hastiado de fracasos, hacia cines de treinta céntimos, en los que se sienta al lado de alguna muchachita pobre, feilla, vulgar con la que apuntarse el primer triunfo y casarse con ella».
Merceditas Lucrecia de Borja tenía 18 años cuando comienza la guerra civil. Po­siblemente, en los años que siguieron, solo vivió historias de sufrimiento y violencia. Hoy me gustaría preguntarle —si viviera— cuál fue la última película de amores, que vio en el cine Callao.

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