Estoy un poco preocupado por Pánfilo, nuestro jubilado disruptivo. Desde que Pánfila, con la que tuvo un enredo en Facebook, no le dedica tiempo anda un poco desorientado. Para mí que se ha vuelto daltónico para el color rojo. En los días pasados, no ha mostrado la menor sensibilidad ante el triunfo de los 23 hombres corrientes de la Roja. No ha participado en ninguna celebración multitudinaria y le ha dado por leer libros de teología escritos por mujeres. Creo que echa de menos los comentarios de Pánfila y que la quiere recuperar. El día del triunfo de España, en lugar de colocar en su muro como todo el mundo una bandera , copió estas palabras de María C. Jacobelli: “Concluyo con un deseo: en el Cristo prôtos y ésckatos, Verbo encarnado “por quien todas las cosas fueron hechas” (Jn 1, 3), que todas las relaciones sexuales cumplidas en el gozo del amor puedan hacer al hombre –creado macho y hembra- cada vez más profundamente a imagen de Dios. In nomine Domine”. Lo que el pobre no sabía es que a Pánfila, “Risus paschallis”, el libro de la teóloga italiana citada anteriormente, le importaba un bledo, enfrascada como estaba en la lectura “El Dios de las mujeres” de Luisa Mauro. Dos días después, Pánfilo elevó el tono de su amorosa llamada y le mandó a Pánfila, para impresionarla, el texto erótico que trascribo a continuación: “Pánfila, sin recurrir al Kamasutra, sin necesidad de ver una redundante película porno bajada de Internet, sin apuntarse a las modestas estrategias de las revistas eróticas, a cualquier habitante de la primera década del siglo XXI se le pueden ocurrir decenas de posibilidades de comunicarse con los otros y de hacerlos felices y, obtener placer de ellos, si previamente ha renunciado a pasar todo el día afluido a una multitud para celebrar los triunfos deportivos. Porque está la lengua para la oreja, que acosa y lame sin dolor alguno, y deja, en los que tienen la suerte de haber sido tratados por una experta, la sensación de estar invadidos por una legión de ángeles de luz, que hubieran elegido una vía insólita, pero cierta, para rendir —i tantos!— laberinto tan angosto.
¿Y las manos? Capaces de multiplicar las caricias en un cuerpo abandonado y de abrir varios frentes de ataque. Venciendo suavemente una línea de defensa con el dedo corazón; apoyando, sin hollarla, en otra, el anular; confirmando, y halagando rítmicamente con algún dedo desocupado, la epifanía del cuerpecillo carnoso eréctil. Desenredando, con el meñique, otros caminos poco frecuentados. Hasta que el dulce enemigo, acosado por todos los flancos y desconcertado, sin saber a cuál de ellos acudir para recoger los frutos del ataque que se le hace, dé en un estado tan profundo de advertencia y conocimiento de su propio cuerpo que no haya órgano ni miembro que se sienta desasistido o ausente del homenaje.
¿Y los pies? Tan sueltos y olvidados en algunas lides, andan libres para encontrar acomodo y ocupación en caricias exteriores, asombrando a labios, y contentando a promontorios, milagrosamente enaltecidos por las caricias.
¿Y la conversación? Puede el amante situar el cabeza entre las piernas de la amiga y desde allí, animado por el recuerdo agradecido de tantas visitas y de acogidas tan gloriosas y por la cercanía, entonar los más conmovidos cantos al sexo próximo. Al que verá como diseño perfecto, altísima rosa de simetría o torre de marfil. Rozándolo tan sólo con el aire del habla, mirándolo con el respeto y la melancolía que merecen los portentos que han de perderse inexorablemente. Confesando —y en ese momento será verdad— no haber conocido otro tan nemoroso, tan humedecido, tan pulcro, tan acogedor, tan cómplice. Estos momentos, Pánfila mía, difícilmente se obtienen en los desplazamientos tumultuosos. Que amar es un andar solitario entre la gente. Si se tiene la suerte de ser atravesado por alguno de ellos te estará permitido gritar: «Yo soy Lucifer, el príncipe de las tinieblas y de la luz y de la vida y del placer y de la paz y de la guerra santa del amor». Pánfila que llevaba varios días sin comunicarse con él, le respondió inmediatamente: “Pánfilo, eso mismo, pero con velas y yacuzzi, lo he leído ya en alguna de las edades de Lulú o en El corazón helado".
"El corazón helado" a mí me hiela el corazón y lo que no es el corazón. Magnificamente documentada, como todas las novelas de Almudena Grandes, que no sólo es una gran escritora, sino una trabajadora incansable de las letras, esta no conseguí terminar de leerla. Me empacharon tantos encuentros sexuales detallados y tanta sensualidad de enciclopedia. ¡Que el señor (de los jacuzzis y las velas con aroma zen) me perdone!
ResponderEliminarAprecio mucho a Almudena Grandes y a su El corazón helado, por el precio de un sólo libro tienes un galdós,o ninguno, varios coitos -satisfactorios desde luego- importados de las Edades de Lulú y tres o cuatro corin tellado. ¿Quién da más?
ResponderEliminarPues la verdad es que es una buena oferta, y ¡como está el mercado como está...! pues no hay que desecharla. Pero, no sé, a mí me empalaga (desde el cariño)
ResponderEliminarPablo, gracias una vez más por este tu blog tan suculento que logra arrejuntar aquello de la erudición y el divertimento. Leyendo esta mañana al mexicano Juan José Arreola, que dice que "hombre culto es el que está con los demás en comunicación activa. Un centro emisor de humanidad, con ideas y actitudes que se ajustan armoniosamente a la realidad inmediata de cada día" no pudo sino representárseme a los ojos interiores su figura de usted y congratularme de conocerte. Y es por eso que ahí lleva usted reverencia sentida y saludo dominical post-churros.
ResponderEliminarLuisa, qué buena relación la nuestra, tan provechosa para los dos. Impagable tu comentario y el regalo del texto de Arreola. Hacía tiempo que no leía algo tan vivo y estimulante como la definición de hombre culto del mexicano: "un centro emisor de humanidad". Que tú veas en mi blog apariencias de esa aspiración de entender lo humano es una recompensa preciosa. Aunque uno sepa que el humo de la amistad ciega tus ojos. Gracias.
ResponderEliminarBloguero disruptivo: mi adicción a las novelas -las buenas novelas- me lleva a pensar que el material de tu blog, podría formar ya una novela corta, heterogénea, del estilo de la estructura de "La vida, instrucciones de uso" ("La vie, mode d'emploi") de Georges Perec. La escena erótica que describes es de lo mejor que he podido leer del género. En cambio las de Almudena Grandes en "El corazón helado" son cansinas y empachosas, como dice Iria; no sé si la editorial le exigió un número de páginas; para mí le sobran todos los polvos de velas y jacuzzi; todo lo demás resulta una gran novela, documentada y rica, que desvela el horror del franquismo y la tagedia de los vencidos.
ResponderEliminarEl texto de Arreola que cita Luisa es magnífico, estoy harta de cultos y cultas latinipardos a los que se le han indigestado los libros que han leído y no han obsevado de cerca la vida de las gentes - buenas y malas gentes que caminan...-; alguien dijo que la cultura es el poso que queda después de haber estudiado y leído -y digerido!-.
Felicitaciones por esta entrada!!!