miércoles, 27 de enero de 2010

Escribientes en la Transición


"La Libertad guiando al pueblo" 
Eugène Delacroix, pintado en 1830 


En los años de la transición, a muchos nos dio por hacer el bien. Teníamos -entonces la expresión no estaba tan desprestigiada como ahora- una insobornable «vocación de servicio». Es decir, le habíamos dado a nuestro egoísmo una salida positiva. Queríamos ser, allí donde nos tocó pasar aquellos años, antorcha que guiase “al pueblo” –concepto que luego hemos puesto bajo sospecha- vencido e indocto por el camino de la libertad y de la democracia. Estábamos por la alianza de las fuerzas de la cultura y del trabajo. Dedicamos muchísimo esfuerzo a que el paso de un régimen dictatorial a otro de libertades se produjese aseadamente. Nos pasamos unos meses estudiándonos reglamentos y leyes que no habíamos redactado y dándole lecciones de democracia al lucero del alba.


Municipales de 1979

Teníamos una carpeta llena de instancias para solicitar manifestaciones, actos culturales, mítines, permisos para la impresión de panfletos, manifiestos, programas... Nos hicimos muy amigos de jueces y secretarios de gobiernos civiles. Predicamos en público convivencia y tolerancia, moderamos bastantes mesas redondas. Pusimos altavoces a nuestros utilitarios y convocamos por los pueblos a la gente a conferencias y asambleas. Alquilamos sedes, reunimos comités locales, informamos de lo que pasaba en nuestra zona, en comités provinciales.
Contratamos autobuses para desplazar a los camaradas a plazas de toros o campos de fútbol en los que viejos militantes, recién llegados del exilio, que conocían perfectamente los resortes del hablar en público, sin ser ministros de Dios o del Movimiento, conmovían a las masas con sentidas alocuciones.
Tuvimos mucho que ver en la aceptación de la bandera de los vencedores por las bases; la Monarquía nos debe, tanto al menos como a Adolfo Suárez, el no ser discutida por aquellos años.
Explicamos, en reuniones que copiaban la liturgia de las de la Adoración Nocturna, el manifiesto–programa. Se lo tomábamos a militantes que no sabían leer, ordenadamente, obligándolos a contestar a bancos de interrogantes, redactados siguiendo las más modernas técnicas pedagógicas aprendidas en Francia, que se parecían bastante a las listas de preguntas de los catecismos de los padres Astete y Ripalda.
Profesionales sin mucho brillo, gracias a la Transición, nuestra vida adquirió un sentido.
El dictador nos había arruinado, sobre todo, la estética. A otros menos afortunados, les había arrebatado o arruinado la vida. Durante muchos años soportamos los fusilamientos sin salir a la calle a protestar. Cuando obtuvimos una plaza por oposición en la Administración del Estado hubo que firmar fidelidad a los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional. Se nos había comprado la rebeldía propia de la juventud con planes de desarrollo, estado de obras y victorias del Real Madrid en Europa.
La transición nos permitió lavarnos la cara. Nos purgamos, con abundantes dosis de miedo, de toda la sordidez y la pobreza cultural y política que habíamos soportado o de la que habíamos sido consentidores. Creímos correr peligro de muerte en algún momento.


Gafas de uno de los laboralistas asesinado en Madrid en 1977

 Por infarto o por eliminación física provocada por el desbarajuste del Cambio. Comenzamos a levantar la cabeza, dignamente, después de que la Policía interrumpió, metralleta en mano, alguna reunión en la que se discutía sobre reforma o ruptura. Cada manifestación nos daba valor y nos animaba a un nuevo atrevimiento. El día que en la presidencia de un mitin colocamos a maravillosas mujeres obligadas a prostituirse para sobrevivir después de la guerra, sentimos, pese a ser fríos, un leve temblor en las entrañas.
Creíamos estar sirviendo a lo que entonces llamábamos sin escrúpulos conceptuales “pueblo”, pero estábamos sirviéndonos de él. Aprendimos de su tenacidad, de su valentía, de su instinto de libertad. Pensábamos que lo teníamos detrás de nuestra antorcha ilustrada, en la marcha hacia la libertad, y éramos nosotros los que seguíamos la luz que habían encendido delante de nuestras narices con humildad franciscana, sin pretender enseñarnos nada.
Luego perdimos interés por la política. Como teníamos un buen pasar, nos refugiamos en la nueva cocina y en Borges. Desprovistos de ambición, hemos vivido todos estos años con el ego hinchado –insoportable-  por lo que hicimos entonces. Ahora comenzamos a ver el privilegio que nos otorgaron aquellas gentes al dejar que rellenásemos, como amanuenses de la democracia, la montaña de papeles que la gente tiene que cumplimentar si quiere disfrutar de ciertas apariencias de libertad.

sábado, 23 de enero de 2010

Un burka por amor, melodrama ginecológico




La autora, Reyes Monforte
"Un burka por amor" no es una novela, es un mal reportaje y un relato fallido, nacido de la cultura de la queja. Mal cocinado con los ingredientes de los betsellers para lectura femenina, da la impresión de estar más interesado en instalarse bien en el mercado que en denunciar las barbaridades de los talibanes. Aquí nadie es responsable de nada. Te casas con un afgano te vas a vivir a ese país y luego lloras porque en él hay costumbres muy diferentes a las de Mallorca (más detalles). La higiene, la obstetricia, el trato que te da tu suegra... y los talibanes, claro. ¿Y por qué la protagonista se va a un país tan inhóspito? Por amor, cegada por la gran pasión que todo lo justifica. Que es la misma explicación que en las novelas del siglo XIX, escritas por hombres, dan las mujeres a sus "desvaríos" amorosos. La cultura de la queja no es específica de ciertas mujeres, también se practica en el ámbito de los nacionalismos periféricos. Cuando Sandokán surcaba el Índico, sabía que le podía pasar de todo y cuando le pasaba, salía de la situación como podía, pero no llamaba a Reyes Monforte para chivarse de los británicos. Los pescadores vascos se van a pescar donde hay piratas, con la ikurriña, y los pescan los bandoleros y nadie duda de que "Madrid" tiene pagar el rescate, lo que no nos librará de los remilgos infantiles de alguno de los arrantzales a la hora de reconocérselo al Estado que lo ha rescatado. Lo mejor para que no te toquen los piratas es pescar en la ría de Bilbao. Si hay algo peor que el nacionalismo prepotente del Estado español es el nacionalismo lacrimoso y aprovechado de las "nacionalidades", o de las naciones, históricas. Llanto, llanto, irresponsabilidad. ¡Qué pesados!

sábado, 16 de enero de 2010

Cuando Dios se sale de madre

Cuando Dios se sale de madre, como en Haití, se entiende mejor lo que quiso decir Alberti en su verso: “Las palabras entonces no sirven, son palabras”. Si estás en tu casa, con una simple rebanada de pan con aceite y un café delante, desayunando, cubierto por un tejado, razonablemente seguro, y esperas comer dos veces más en el mismo día, escribir esta entrada puede ser hasta indecente. La catástrofe -100.000 muertos (?), y el territorio asolado- te mueve a escribir, aunque sepas que deberías de callar. Sencillamente porque ésta es una de esas ocasiones, lo explicó Freud, en que la “cultura” y la “civilización” muestran su debilidad extrema, su carácter de airbag delgadísimo, que no puede impedir que afloren, y se expresen, los instintos básicos que habitualmente controlamos. Como todos hablamos, se oye de todo. En los primeros momentos, en las tertulias radiofónicas se oscila entre el buenismo de los que siempre, teóricamente, defienden las causas justas, que suelen ser las políticamente correctas, y el miedo miope de los que se consuelan con echarle la culpa a la víctima: “Los de Haití exageran, son unos pedigüeños, siempre quieren sacar tajada de estas cosas y luego ni siquiera saben repartirse las ayudas”, comentan. Más o menos lo que le dijo una señora a su pobre habitual cuando el hombre le confesó que se estaba muriendo:”es que los pobres os estáis muriendo todos los días.”
Pero las actitudes más antiestéticas, las ofrecen los que viven de la intermediación entre Dios y la humanidad, los predicadores, los obispos. El horror de Haití los enfrenta, sin posibilidad de escape, con el problema del mal y los saca del campo de juego. Supone el fracaso de su mediación. “¿Por qué vuestro misericordioso Dios permite estas cosas?”, claman las víctimas.  Y ellos que comen del silencio de Dios, no tienen respuesta para cuando su Dios se les sale de madre y pega voces (y coces), como acaba de suceder en Haití. Y entonces, extraviados, dicen las cosas que mis amables lectores ya les han oído decir y que yo no transcribo aquí para no contribuir a la ola de anticlericalismo de reacción que crece imparable en la calle y que se expresa clamorosa en las redes sociales y que amenaza, también, con salirse de madre.

viernes, 15 de enero de 2010

Granada, nación de fogones


En una emisora local de radio de Granada se anuncia un restaurante que dice servir estos días "El plato nacional de Granada", se refiere a la contundente Olla de San Antón. Como principio no está mal. Ya tiene Granada, en la Plaza del Triunfo, uno de los mástiles de bandera más altos de España y también disfruta de una de las rentas per cápita más bajas del país. Y no le faltan señas de identidad suficientes como para alumbrar, no una esmirriada nacionalidad histórica, al uso, sino hasta una nación en toda regla. Lean la novela El Zawi del autor local José Luis Serrano, 'la epopeya de nuestros orígenes', en palabras de su creador, y verán desde dónde viene esto. Con menos empezó Castilla (y, por ende, España), según el Poema de Fernán González:

"Era Castilla entonces un pequeño rincón:
era de castellanos Montes de Oca mojón.
y era de la otra parte Hitero el hondón:
Carazo era de moros en aquella sazón".

Las cosas importantes se cuecen en los pucheros. Y si santa Teresa de Jesús pudo decir que Dios anda entre fogones, ¿por qué la Comunidad internacional no iba a aceptar a la nueva Nación granadina entre sus Estados, sabiendo que surgió de una olla?

martes, 12 de enero de 2010

Nos han crecido los negritos

"Preciosa cabeza de negrito, hucha para domund, antigua, nada de reproducción"
(Texto del vendedor)

A veces, para espabilarme, oigo el programa de radio "La Mañana de la COPE". Todavía no lo he confesado en mi muro de Facebook. Ni creo que lo publique porque podría sentar mal a no pocos miembros de uno de los grupos en que colaboro,  uno muy activo de titulo muy combativo:  “Que la justicia actúe contra el arzobispo de Granada”. No quiero ser considerado agente doble. Pero a los lectores de ‘Donde los ángeles’ sí puedo contarles lo que estaba diciendo hoy  un tertuliano de esa emisora: Los chinos son raros, yo no me fiaría mucho de lo que dicen los chinos, porque son una cultura rara, los chinos son raros, se les entiende poco… Lo de que son sabios, pues, tampoco les ha ido tan bien, nos venden esto de que las culturas orientales son sapientísimas, pero luego en realidad tienen cada cosa que es para tirarse de los pelos,  yo soy muy occidental,¿qué le vamos a hacer ? [...].
Y es que a Occidente le han crecido los chinitos y los negritos y los moritos y, también, los indios que encontraron a su llegada al Nuevo Mundo los emigrantes que Neruda llamó “hijos del desamparo castellano”, y que aquí conocemos como los conquistadores.  Todos ellos se han hecho mayores y han roto las huchas del DOMUND. No todo el mundo lleva bien que los chinitos sean hoy más ricos que nosotros, que los moritos se nos hayan cabreado y que los negritos hayan inventado el jazz y el gospell. Y hay quien no soporta que un negro sea presidente de los EEUU y, menos,  que un indio aymará presida Bolivia. ¡Qué buenos los tiempos de la colonia! Con tánto que exterminar, que convertir y que civilizar y, sobre todo, que vestir. Porque, nos pongamos como nos pongamos, los indígenas iban muy mal desvestidos. Y luego, cuando han decidido ir de tiendas, parece que se lo compran todo en un chinois. Por lo menos que se pasen por Zara.

miércoles, 6 de enero de 2010

Marketing Santo Compostelano

Canes en la Plaza del Obradoiro
El antiguo hospital de peregrinos de Roncesvalles, cabeza del camino Francés, recibía desde el siglo XIII a los peregrinos con estos versos:

"La puerta se abre a todos, enfermos y sanos;

no sólo a católicos, sino aún a paganos,

a judíos, herejes, ociosos y vanos;

y más brevemente, a buenos y profanos".

Como Cervantes en el Prólogo de su Quijote - lo contábamos en la entrada anterior- los patrocinadores de la ruta turística más antigua de España no hacían feos a nadie que fuera capaz de soportar las dificultades de la peregrinación y de ir dejando, dentro de sus posibilidades, sus limosnas y donativos en los albergues y monasterios que jalonaban el Camino.
Hoy, en la Paza del Obradoiro de Santiago han confluido dos romeros muy diversos. El Camino los habrá hecho mejores, pero no a sus perros, la foto tomada esta misma mañana lo prueba.