Caperucita en Pamplona
A partir del siglo XVI,
el cuerpo del niño se va desgajando simbólicamente del gran cuerpo de la
estirpe, el cuerpo del niño gana autonomía, se individualiza. Nace la idea de que “mi cuerpo es mío”. Una
falacia. Se presenta como real algo que no deja de ser un anhelo. Para que el
cuerpo nos pertenezca, tendremos que arrebatárselo antes a la pobreza, a las
manadas de lobos, a lo explotadores del neoliberalismo feroz. A los nacionalismos
alucinados, a los fanatismos religiosos, a los totalitarismos que nos roban los cuerpos para utilizarlos
como herramientas, cosas o algoritmos. A
los que usan sus posverdades, es decir, las mentiras de toda la vida, para enrolarnos
interesadamente en todas las utopías de salvación y de mejoras radicales, en
las que nos sentimos arropados, en nuestra inmensa soledad, por otros creyentes
que curan su miedo y su dolor con las mismas cataplasmas y placebos que
nosotros. La verdad es que nuestros cuerpos no son algo nuestros hasta que nos
jubilamos. Entonces te encuentras todos los días con un cuerpo tuyo, algo averiado,
que has de sacar a pasear, que tendrás que cuidar y no exponer a corrientes ni
nubosidades variables. El Metro granadino nos ha permitido a muchos jubilados,
incluso a los jubilados disruptivos, viajar a nuevas Ítacas. En Albolote,
recalé ayer en una de ellas: la Biblioteca Municipal. En una de sus salas, me
perdí por un frondoso bosque, pensado para que los niños se adentren en el
mundo de los cuentos tradicionales y de las
modernizaciones de esos cuentos. La ambientación es magnífica: vuelan aves,
crecen arbustos y una vegetación encubridora de manadas de feroces lobos. El
viaje en metro a esta Ítaca de los libros ha merecido la pena, y, también,
conocer a una Penélope culta, entusiasta y entregada que todos los días espera
la llegada de Ulises descarriados para ofrecerles el calor y el consuelo de la
escritura. Comentamos como los cuentos tradicionales han servido para enseñarle
a los niños que hay que tener cuidado ahí fuera, donde acechan las fieras. Hoy
le he mandado una actualización de
Caperucita Roja, realizada por el escritor pamplonica Patxi Irurzun. “Mi
abuela, que es una pelma”, escribe Patxi, “siempre me lo dice antes de salir de
casa: —Ten mucho cuidado ahí fuera, hija, que la calle es una jungla”. Por
desgracia.