jueves, 30 de noviembre de 2017

Manada de lobos



Caperucita en Pamplona
A partir del siglo XVI, el cuerpo del niño se va desgajando simbólicamente del gran cuerpo de la estirpe, el cuerpo del niño gana autonomía, se individualiza.  Nace la idea de que “mi cuerpo es mío”. Una falacia. Se presenta como real algo que no deja de ser un anhelo. Para que el cuerpo nos pertenezca, tendremos que arrebatárselo antes a la pobreza, a las manadas de lobos, a lo explotadores del neoliberalismo feroz.  A los nacionalismos alucinados, a los fanatismos religiosos, a los totalitarismos  que nos roban los cuerpos para utilizarlos como  herramientas, cosas o algoritmos. A los que usan sus posverdades, es decir,  las mentiras de toda la vida, para enrolarnos interesadamente en todas las utopías de salvación y de mejoras radicales, en las que nos sentimos arropados, en nuestra inmensa soledad, por otros creyentes que curan su miedo y su dolor con las mismas cataplasmas y placebos que nosotros. La verdad es que nuestros cuerpos no son algo nuestros hasta que nos jubilamos. Entonces te encuentras todos los días con un cuerpo tuyo, algo averiado, que has de sacar a pasear, que tendrás que cuidar y no exponer a corrientes ni nubosidades variables. El Metro granadino nos ha permitido a muchos jubilados, incluso a los jubilados disruptivos, viajar a nuevas Ítacas. En Albolote, recalé ayer en una de ellas: la Biblioteca Municipal. En una de sus salas, me perdí por un frondoso bosque, pensado para que los niños se adentren en el mundo de los cuentos tradicionales y de las modernizaciones de esos cuentos. La ambientación es magnífica: vuelan aves, crecen arbustos y una vegetación encubridora de manadas de feroces lobos. El viaje en metro a esta Ítaca de los libros ha merecido la pena, y, también, conocer a una Penélope culta, entusiasta y entregada que todos los días espera la llegada de Ulises descarriados para ofrecerles el calor y el consuelo de la escritura. Comentamos como los cuentos tradicionales han servido para enseñarle a los niños que hay que tener cuidado ahí fuera, donde acechan las fieras. Hoy le he mandado una actualización de Caperucita Roja, realizada por el escritor pamplonica Patxi Irurzun. “Mi abuela, que es una pelma”, escribe Patxi, “siempre me lo dice antes de salir de casa: —Ten mucho cuidado ahí fuera, hija, que la calle es una jungla”. Por desgracia.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Puigdemont y los davidianos

Un gurú nihilista
En marzo de 1997, en USA, se suicidó toda una comunidad de Davidianos porque el gurú les había enseñado una foto del cometa Hale-Bopp con una mancha en la cola. Se suicidaron coincidiendo con el paso del cometa cerca de la Tierra, porque se convencieron de que la mancha de su cola era una nave extraterrestre que los iba a llevar a "otros mundos" antes de que la Tierra saltara por los aires. La mancha resultó ser la cagada de una mosca en el negativo. Esto se supo después del suicidio colectivo. Las promesas de las religiones o de las utopías de salvación o de los nacionalismos terminan siendo cagadas de mosca. La infelicidad y la muerte las ha venido haciendo creíbles a lo largo de la Historia. Necesitamos ser eternos, necesitamos la justicia, la paz, la igualdad, tener cubiertas nuestras necesidades... Como necesitamos gurús y mesías, nos olvidamos una y otra vez de los desastres que en su nombre se han perpetrado

jueves, 23 de noviembre de 2017

Mear contra el viento

El carmen blanco


Hesíodo (poeta griego del siglo VII a.C.) recomienda: “No orines de pie vuelto hacia el sol, sino cuando se ponga, recuérdalo, y hacia oriente sin desnudarte; pues las noches son de los Bienaventurados; tampoco en el camino ni fuera de camino te orines sobre la marcha; muy sensato el hombre piadoso que lo hace agachado o que se arrima al muro de un corral bien cercado”. Esto, mucho antes de que los etólogos descubrieran la costumbre que tienen los machos de ciertos mamíferos de marcar el territorio con su orina. Con ella les dicen a otros individuos de su grupo: “este espacio es mío o esta hembra me pertenece”. Pero el hombre no utiliza la orina para marcar territorio. Antes de que se inventasen los currículos, las ejecutorias, las condecoraciones, los gallardetes, el estatus y los muros el hombre solía usar diferentes maneras de marcar el territorio. Una mquy habitual fue el construir una iglesia sobre una mezquita o una mezquita sobre una iglesia, después de arrebatarle una ciudad al enemigo. En cuanto ganabas una batalla, tirabas los templos de los dioses falsos y sobre ellos edificabas una basílica dedicada a los verdaderos. Los griegos, conciliadores, para evitar conflictos y no desatar la avaricia de los constructores de capillitas, dedicaron una estatua en Atenas al dios desconocido, a la que se podían encomendar todos los que llegaban a la ciudad desde lejanos países con ganas de rezar. Si expulsaron a San Pablo de Atenas, no fue por sermonear a los nativos y tratar de engancharlos al cuerpo místico de Cristo (la primera red virtual de la historia), sino por intentar convencerlos de la existencia de un solo dios verdadero, recurriendo a las ideas de algunos pensadores helenos. Ni Carlos V ni el pintor José María Rodríguez-Acosta utilizaron orina para marcar territorio. Carlos, en todo el esplendor de su imperio,  se hizo construir un palacio en mitad de la Alhambra para pasar su luna de miel y el pintor,  en el momento de más poderío económico de su familia, se hizo construir un carmen blanco, un pastiche infame, con una petulancia fiera, en todo lo alto, compitiendo con las torres rojas de la Alhambra. En Cataluña, ahora, hay una pugna a ver quién aleja más meando. Pero unos y otros mean contra el viento. El peligro: que el vendaval les obligue a tragarse su propia orina.

viernes, 10 de noviembre de 2017

La toma de Forcadell

La toma de Forcadell
Esta mañana en la COPE y en ONDA CERO: "En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército independentista, han alcanzado las fuerzas constitucionalistas sus últimos objetivos judiciales.El procés ha terminado. Madrid, 10 de Noviembre de 2017. Año de la Victoria".

jueves, 9 de noviembre de 2017

Un harén propio

Harén propio
Mientras que el guía nos recita en el harén de la Alhambra un poema de Villaespesa, el autor de La casa del pecado, en el que canta a una cautiva griega del harén del sultán “de manos a los juegos de amor jamás esquiva”, recuerdo lo que dice de los harenes la escritora marroquí Fátima Mernissi: que no son la sede del placer del hombre sino la residencia de una familia, bastante más compleja que la monogámica, donde conviven las cuatro mujeres del dueño de la casa, sus familias y sus criados. La cautiva del poema, escrito por Villaespesa en 1907, parece feliz de agradar a su señor, “loca de pasión”. Para los modernistas el modelo de harén no es el del turco Bayaceto, sino los prostíbulos franceses de principio del siglo pasado. Porque un modernista que se precie, y tenga cuartos, ha de visitar París, al menos una vez en su vida. Y eso es lo que traslada a sus poemas. Placer sin interrupción, venal y sin secuelas. Mernissi ha dejado claro en su libro Sueños en el umbral que en los harenes también hay que hacer la declaración de la renta y la harira. Lo de los harenes se puso de moda en la literatura europea del siglo XIX. Pedro Antonio de Alarcón, en su libro La Alpujarra, compara las naranjas del Valle de Lecrín con las cautivas sojuzgadas en un harén extranjero: “Estudiad, si no”, escribe el accitano, “el ulterior destino de estas princesas del reino vegetal, de estas rústicas diosas de nuestra tierra, de estas hijas de nuestro sol... Encontrámoslas aquí apiladas de cualquier modo en plazas y calles: cómpranlas luego mercaderes de otros países; enciérranlas en lujosos estuches, envuelta cada cual en una finísima bata de papel de seda; condúcenlas por camino de hierro o en barco de vapor a Berlín, a Londres o a San Petersburgo, y allí véselas (¡qué horror!) empingorotadas, como en un trono, en áureos fruteros, entre caloríferos y perfumadas bujías, ostentar su hermosura en los triclinios de los bárbaros del Norte y regalar el gusto de tal o cual Sardanápalo aforrado en inultas pieles... de otros animales por su estilo”. Mi harén, no es ni el de Bayaceto ni el del Modernismo. Mi harén es el árbol de mi huerto que me da, cada año, más de 150 naranjas cautivas a las que voy liberando cada mañana de sus ataduras, para disfrutar del color de su piel, de su olor, de su néctar, sin moverme de casa.