SUELO encontrarme con ex alumnos que trabajan en oficios para los que no se habían preparado. Ingenieros, en bares sirviendo copas; maestros, en picaderos, limpiando caballos; médicos, conduciendo un tren de limpieza municipal. Fruteros, que estudiaron lenguas clásicas; vendedores de chucherías que diseñaron, en tiempos, los edificios de la ciudad. Todos ellos, especialistas a los que su especialización les ha servido para poco y que deben de ocultarla, vergonzantes, para conseguir un trabajo manual. Sus estudios, sus conocimientos, suponen un impedimento. Flaubert -el autor de Madame Bovary (1856)- en su novela Bouvard y Pécuchet, nos cuenta una historia bien distinta que el autor sitúa en la Francia de 1838. Los protagonistas de la obra, sin estudios, copistas de profesión, pretenden desempeñar tareas que exigen estudios universitarios con sólo leer enciclopedias. Este es el argumento: Bouvard y Pécuchet se sientan una tarde calurosa de 1838 en un banco del bulevar Bourdon de París, y se hacen amigos. Viudo el uno y soltero el otro, ambos funcionarios y amanuenses, se jubilan y, con la herencia de Bouvard y los ahorros de Pécuchet, se compran una finca en Normandía y se dedican a acopiar conocimientos enciclopédicos -y a fracasar cada vez que intentan poner en práctica lo aprendido-, para lo que consultan más de 1.200 libros de jardinería, agricultura, arboricultura, química, anatomía, fisiología, medicina, dietética, higiene, cosmología, geología, mitología, historia, literatura, política, economía, gimnasia, magnetismo, hipnosis y filosofía. La secuencia es siempre la misma: incursión teórica en un saber, aplicación práctica de lo estudiado y fracaso. Hastiados, deciden ahorcarse la noche del 24 de diciembre, en el desván de su casa, pero de pronto se dan cuenta de que no han hecho testamento y desisten y vuelven al sosiego de su antiguo oficio: copiar. Flaubert, venerado por su novela sobre el adulterio de Emma Bovary, ridiculiza a los diletantes Bouvard y Pécuchet, que quieren triunfar, sin esfuerzo ni estudio, simplemente consultando las wikipedias de la época. En España, nos hemos encargado de ridiculizar a los jóvenes que formamos, para desperdiciarlos en trabajos para los que no se prepararon. Flaubert utiliza su novela para vomitar su desprecio sobre los valores de una sociedad estúpida. El asco debe atenazar hoy a la legión de jóvenes parados, u ocupados inadecuadamente, a los que no ha servido de nada el esfuerzo de tantos años.