Más fácil comprarse un traje que parar un desahucio
Como vengo de una familia conservadora, la pulcra forma de vestir de Andrea Fabra, que viene de una familia que manda en la Diputación de Castellón desde hace 140 años, me llega mucho más que la experimental de ciertas políticas progresistas o que las ascéticas formas de cubrirse los cuerpos o de horadarse la piel, con pírsines, de algunas radicales. Y tiendo a disculparla y me da por pensar que con su frase “que se jodan”, dedicada a parados u opositores, lo que ha querido decir, como cristiana vieja, es que los subsidios no se deben institucionalizar. A los que manda a la mierda como subsidiados, luego los recoge y atiende en la parroquia como pobres. Y así se va ganando el cielo que hasta ahora, y con tanto empoderamiento sindical, no había manera de encontrar un grupo de menesterosos que llevarse a la boca para optar al cielo a golpe de buenas obras.
El aspecto de las damas de derechas, no es que me ponga, siempre, pero sí me tranquiliza. El relajamiento crítico, que me hace tascar el freno de la malevolencia, y la mirada comprensiva que les dedico, nace de mi sintonía de clase y de mi educación estética; he de decir, y espero que se me valore la sinceridad, que me asusta más una mujer fea y mal vestida que una guapa y rubia, perfectamente conjuntada. Con ropa cara, elegida cuidadosamente, donde no se desprecian los trajes de chaqueta, los pañuelos de seda, las faldas entalladas y los zapatos de prudente tacón cuadrado. Me pasa como con los jefes nazis guapos de las películas: resulta inverosímil verlos disparar indiscriminadamente sobre los prisioneros del campo de concentración. Y matar a niños, ancianos, mujeres o a cualquier joven hermoso, aunque demacrado, que se les ponga a tiro. Jamás se espera que de la belleza se siga daño. Los asesinos han de tener las uñas sucias, la cara tachada por varias cicatrices, faltarles dientes y mirar de soslayo. Lo bello ha de ser bueno y lo bueno ha de ser bello (aquí el imaginario colectivo se permite una cierta licencia e inventa lo de que los feos, si buenos, son dueños de un interior hermoso que manifiesta su excelencia constantemente en acciones meritorias).
Por eso, desde que Andrea Fabra, miembro también de una familia de derechas de toda la vida, dijo lo que dijo, busco en sus fotos, sin hallarlos, los estigmas de la maldad. Pero no encuentro nada más que la confortable belleza de las amadas de Petrarca o Garcilaso. Nada en su exterior delata brutalidad o insania. Acaso esta guapa moza esté echada a perder por dentro. Sólo un escaneo delatará la fealdad de su alma.