miércoles, 18 de noviembre de 2015

Como si la humanidad no hubiera roto nunca un plato

Lo mejor del sexo
no es siempre el orgasmo,
sino la cara de paz de mi amiga
tras la refriega,
como si la humanidad entera
no hubiera roto nunca un plato
ni un hombre 
ni una mujer
ni un niño
ni un viejo. 
Algo muy parecido a un cielo
pero con los ángeles de la guerra
 
de permiso.

(Sé benévolo, lector paciente, sólo he escrito dos poemas en toda mi vida)

lunes, 16 de noviembre de 2015

La esponja del centurión

Il nostro Gadafi (Agencia Efe)

Las masas, en algunos países árabes, les están ocupando las plazas a los tiranos. Y estamos todos un poco asustados.  Más que por lo que les pueda pasar a las masas, por lo que nos pueda pasar a nosotros, si nuestros capataces en la zona desaparecen antes de que los hayamos sustituido por personas de nuestra confianza. No somos muy exigentes a la hora de elegir a los  manijeros (si no, no hubiésemos dejado a Gadafi plantar su jaima en nuestro jardín), ahora sólo les vamos a pedir que se declaren demócratas.  Para estos países no tenemos nada más que remedios inviables: nuestra  democracia de los ricos o el fundamentalismo islamista de los pobres.  Desde la Revolución Francesa, a la gente le ha dado por invadir las aceras y las calzadas con un proyecto, más o menos elaborado,  en la cabeza: acabar con la diferencia abismal que hay entre ricos y pobres.  Y hubo que adaptar las calles, las doctrinas, la policía, el ejército, las encíclicas y los discursos a la nueva situación. En París los arquitectos hicieron las calles muy anchas para que las masas, afluidas desde les banlieus,  no pudieran aprovechar cualquier excusa para arrancar los adoquines y hacer barricadas. A Ganivet, en 1896,  le molestaba que los pobres se fueran a vivir al extrarradio. En su obra  Granada la Bella, propugna que ricos y pobres sean vecinos en la ciudad. Que las casas de pobres y ricos, si no adosadas, sean contiguas. Nada de ensanches, que lo único que consiguen es “poner frente a frente dos centros de combate”. La Iglesia Católica volvió sus ojos compasivos hacia los desprotegidos y les sirvió  en las homilías la sopa boba de las encíclicas sociales. La burguesía asustada, usó de cierta manga ancha y dejó que los nazismos y los fascismos incorporaran a su currículo propuestas de mejora de las masas, tomados del pensamiento socialista. Y les dieron carta blanca para repartir leña y tener a las masas ocupadas. La cosa no fue bien y todo terminó en una guerra mundial.  Y tras la reconstrucción de Europa, con los comunistas y sus soluciones agazapados tras el muro, las masas pudieron comer, trabajar muchas horas, poner a sus niños a estudiar y disfrutar de un mes de vacaciones.  Y con esto, -que no es poco comer tres veces al día, lavarse ,  poder llevar a los hijos a la escuela y descansar unos días- las masas  han permanecido los pasados años  “estabilizadas”. Pero no así en el mundo árabe. Donde vuelven a emerger poderosas, golpeadas, bombardeadas,  pero derribando tiranos. Y, para su sed,  de siglos, de libertad y de justicia, no tenemos nada más que la esponja del centurión impregnada de mitos y de promesas.