jueves, 22 de marzo de 2018

La Corona en el congelador



La censura ha vuelto, parece que para quedarse. De aplicarla se encargan los jueces con las herramientas que el legislativo les ha dado. La autocensura es un efecto inevitable. No siempre malo, porque agiliza el ingenio. Quemar al Rey en efigie ha tenido sus consecuencias. Intento sortear, prudente y humildemente, la cárcel y la ruina, cuando escribo, pero me resulta inevitable, al ser republicano y considerar un sindiós la monarquía, como concepto, seguir desnudando al emperador, sin recurrir al soplete o al lanzallamas. Dejarlo en cueros delante de sus súbditos, sin incurrir en reproche penal. Para ello hay que renunciar al fuego, usado como azote en las llamadas religiones del libro, surgidas en zonas desérticas de Arabia, donde el calor es abrasador. El cielo para esas religiones se parece a un oasis o a un florido pensil. Para que los pueblos sean buenos, el Señor, por medio de los profetas, les promete un cambio climático radical: “Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque y el yermo en fuentes de agua” (Isaías, 41, 18). Y el infierno es, como los montes gallegos en verano, una pura llama.  En este escenario, el imaginario colectivo considera que lo peor que le puede pasar a uno es que lo quemen, aunque solo sea en efigie. Hay, pues, que olvidarse de las llamas, si queremos esquivar la censura;  recurramos al hielo para mostrar nuestra repulsa. Según Dante, los réprobos son arrojados a lo más profundo del infierno,  una sima abocinada con escalones donde sentarse para no tener que estar toda la eternidad de pie. Y allí se les martiriza no con fuego, sino con hielo. Tiritones sin fin para los malos. Los alemanes, hijos del fuego, quemaron a millones de personas, en sus hornos. Pero Stalin prefirió el hielo para matar de frío en las estepas siberianas a millones de rusos. Si no nos gusta la monarquía, no quememos estampas y fotos de los reyes, metámoslas en el congelador de nuestra nevera. A 18º grados bajo cero. En las manifestaciones, podemos utilizar las mismas urnas transparentes de las votaciones para que se vean bien. Con unos cubitos de hielo, nos pueden durar sin estropearse lo que un quilo de merluza congelada. Y luego, otra vez a la nevera. Hasta la próxima algarada.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Del rey abajo, los demás

Don Carlos
Es cosa sabida que los capitalistas se han leído El Capital de Carlos Marx  con mucha más aplicación que el proletariado, y que de su lectura han sacado ideas para hacer más rocoso su dominio de clase. Y así estamos, con unos trabajadores al borde del esclavismo. A don Carlos no le hubiera gustado nada este mal uso de sus reflexiones sobre la explotación de unos seres humanos por otros. Al pastor protestante  Martin Niemöller (1892-1984), autor del poema Primero vinieron, atribuido erróneamente a Bertolt Brecht, tampoco le hubiera gustado que los diputados del PP, PSOE y Ciudadanos hayan hecho un uso tan torticero de sus versos, tras conocer una sentencia del Tribunal de Estrasburgo que obliga a España a indemnizar a dos manifestantes que quemaron en 2007 unas fotos de los Reyes y fueron condenados por ello a pagar una multa. El alto tribunal ha considerado ahora que los independentistas estaban haciendo uso de su libertad de expresión, cuando le metieron fuego a los retratos y que no cometieron delito alguno. El pasado día 13,  esos grupos parlamentarios se negaron a despenalizar los artículos del Código Penal que sancionan esas conductas. No estoy seguro del todo, pero me malicio que algunos diputados conocían el poema de Niemöller y que no han querido correr el mismo riesgo que arrostraron los que, en la Alemania nazi, ingenuamente, pensaron que a ellos no les tocarían nunca un pelo. El pastor había escrito: “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, /guardé silencio, / porque yo no era comunista;  / […]  cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, / no protesté, porque yo no era sindicalista; / cuando vinieron a llevarse a los judíos, / no protesté,  porque yo no era judío; / cuando vinieron a por mí, / no quedaba nadie que pudiera defenderme”. Y PSOE, PP y Ciudadanos han decidido no permitir que se toque la imagen del Rey, porque se empieza por el Rey y se puede terminar quemando en efigie a Celia Villalobos, a Rivera o al mismísimo Pedro Sánchez.  Tampoco hay mucha prisa en derogar la reforma laboral del PP que ha entregado al trabajador atado de pies y manos a los patronos ni en  suprimir llamada “Ley mordaza”.  Hay que tener cuidado: la gente empieza metiéndose con las personas reales y termina poniendo a parir al último bedel del Congreso.

domingo, 11 de marzo de 2018

Tanques celestes

Costaleros del siglo XVII
Ayer por la noche, sobre las 11, iba a tomar el autobús al Paseo de los Basilios de Granada, y, por una calle estrecha y oscura que lleva desde el café Fútbol al Salón, me topé con un paso de Semana Santa, con 30 tíos enormes debajo, ensayando para lo que se nos viene encima. Sobre el paso, un simulacro de cristo yacente y un enorme aparato de música reproduciendo una marcha procesional. Me tuve que meter en un portal y esperar a que pasaran, porque taponaban la callejuela. ¡Acojonan! Son como tanques celestes. Qué juventud más fuerte tenemos. Le di muchísimas gracias al titular de la cofradía por el milagro que supone que todos estos "mazinguer-z", en lugar de estar pegando tiros por los campos de España o de Europa, emplearan sus fuerzas en transportar muebles. No se me ocurrió pensar qué hubiera pasado si en lugar de un ciudadano timorato como yo, hubiera bajado por la misma calle un paso de otra cofradía rival. Hubieran saltado chispa sagradas. Siendo los idolillos de la misma confesión.

miércoles, 7 de marzo de 2018

Nosotras, las huelguistas


Asamblea de las mujeres
Teatro romano de Málaga
En España hemos sido descarados machistas, por defecto, hasta hace pocos años. En los 80, en una reunión del Secretariado de CCOO,  según me contaron, se concedió la palabra a la compañera del Área de la Mujer, cuando faltaban cinco minutos para terminar. Era lo habitual. La sindicalista planteó que los hombres ganaban un 30 % más que las mujeres. El secretario provincial del Sindicato, un hombre mayor, purificado y santificado por las aguas de la represión franquista, paternalmente, con afecto, le dijo que lo que tenían que hacer las mujeres era luchar para que “sus hombres” no perdieran el trabajo. Las profesoras universitarias que comenzaron por aquellos años a realizar estudios de género, eran miradas por algunos colegas con condescendencia displicente. Cuando no tuvieron más remedio que aceptar la importancia creciente de estos estudios, comenzaron a apuntarse a un feminismo, al que habían llegado con retraso, pero que enseguida intentaron liderar como jefes de departamento, catedráticos o titulares de sus asignaturas. Sin  muchos conocimientos. Algunos hicieron el ridículo. La huelga de hoy, imparable, internacional, transversal, ha obligado a todo el mundo a pronunciarse. De pronto todos somos nosotras. Desde las religiones, hasta los partidos políticos. Por lo visto, la Virgen hubiera estado de acuerdo con la huelga, según un obispo, mientras que otro afirma que la ideología de género perjudica a las propias mujeres y es cosa del diablo. Los políticos conservadores, preocupados porque están perdiendo a los pensionistas, han intentado agarrarse al tranvía del feminismo para obtener votos. Y los de izquierdas, creyéndolo suyo, intentan encabezar el movimiento de apoyo a las huelguistas. Quizá no sepan, unos y otros, que la política está tan desprestigiada que “sus declaraciones de amor”  las perjudican más que las ayudan. Las mujeres aparecieron masivamente en la vida pública de la mano de las dos guerras mundiales que dejaron sin obreros las fábricas y sin funcionarios las oficinas. Antes de las dos guerras, mujeres fuertes, inteligentes y tesoneras, habían luchado para disponer de algo más de 5 minutos en un mundo de hombres. Sus aportaciones y logros ayudaron a la progresiva instalación femenina en lo público. Se ha avanzado mucho, pero no hasta el punto de que, todavía, todos seamos nosotras.

sábado, 3 de marzo de 2018

¿Diosas, mujeres, esclavas?

La fertilidad de la diosa de Willendorf
¿Por qué las religiones en lugar de centrarse en la teología, hablan constantemente de sexo, de vaginas y de penes, ellas, tan «espirituales»? Aquí lo que se discute es una cuestión de derechos de autor. ¿Quién o quiénes son los autores de la vida? En  la Biblia se cuenta cómo Moisés en el Sinaí, cuando se inventa la franquicia del sacerdocio (o sea,  la mediación venal entre los hombres y un dios oculto que sólo habla con él), aleja a las mujeres de sus tejemanejes. Y no porque las considere más listas  o porque tema que se den cuenta antes que los hombres de la engañifa, sino para negarles su condición de auténticas diosas, verdaderas creadoras y mantenedoras de la vida. Mientras que los sacerdotes invocan al creador, que nunca se presenta y al que siempre sustituyen a la hora de cobrar, cientos de miles de mujeres dan a luz en el mundo todos los días. Crean auténticos seres humanos con sangre y riesgos. Las religiones no controlan a las mujeres sólo por temor a su divino  e ineluctable poder de atracción sobre los hombres (que también), sino porque saben que ellas son lo más parecido sobre la tierra a los dioses que inventan. Los penes, por ahora, también suelen estar presentes en el acto de elaboración de un nuevo ser humano y tampoco hay que perderlos de vista. Por mucho que lo pienso,  no encuentro otra explicación  a este fenómeno.