miércoles, 28 de noviembre de 2018

VOX y el moro Muza


El Campeador
La conquista de España hay que empezarla por el Sur, como manda la Historia. Como Muza, el Cid Abascal lo va a intentar  desde Andalucía. “¡Han entrado los moros en España!”, se lamenta Agustín Serrano de Haro en su libro “Guirnaldas de la Historia” (1947), subtitulado Historia de la cultura española contada a las niñas. Y por si las niñas no se han asustado lo suficiente con la incursión africana, precisa: “España, casi entera, es sometida al despotismo de una raza extraña, fanática y brutal que ni comprende ni quiere la luz del Evangelio…Un califa había dicho: «nosotros debemos comernos a los cristianos y nuestros hijos a sus hijos».  ¡Qué espanto! Pero no comparemos a VOX con estos moros. Hay moros buenos. Y los del Cid Abascal, los que quieren implantar su primer reino de taifas en Almería, son hasta ecologistas. Respetuosos con el medio ambiente, van a hacerse con España a caballo, como Curro Jiménez se hizo con la Serranía de Ronda. Así aparecen en un vídeo electoral: cabalgando orgullosos las tierras del Sur, como los señoritos latifundista, antes del Land Rover. Los nobles brutos dejarán el territorio totalmente cubierto de estiércol. Cuando lleguen a Covadonga,  la semilla del bien germinará en el secarral de la patria gracias a las mierdas nutricias de los equinos. Los moros son buenos o malos según convenga. Los moros que ayudaron a Franco en el golpe de Estado (éste, sí) del 36 eran cojonudos. Por lo menos para el falangista Agustín de Foxá que, en un romance aparecido en el diario Patria de Granada, el 17/07/1936, después de pasear a los moros en los aviones que los traían de África por las ciudades de Andalucía, mostrándoles sus bellezas, los azuza contra el enemigo con estas palabras: “Que al otro lado del monte / los hombres sin Dios te aguardan, / con tanques de oro judío / y cien banderas de Asia. / Si mueres, Abedelazis, / sobre los surcos de España, no el Zoco Chico de Tánger / celebrará tus hazañas, / ni el domador de serpientes / cantará sólo tu fama. / Los poetas de Castilla / te dirán en lengua brava: / "También tienes tu lucero, / español de piel tostada."  El mismo Abascal, si encuentra algún tabor de regulares, de piel tostada, que le ayude a librar a España de “los hombres sin Dios”, a lo mejor les arregla los papeles para que le hagan de guardia mora.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Matar al Padre Estado

Algunos aparatos de mi cocina
Estoy muy agradecido a mis hijos por la sutileza con la que ahora, pasada su infancia y adolescencia, siguen “matando al padre”, a su padre. Se lo pongo fácil. Soy un vicioso de los todo a cien. Y traigo a casa los objetos más peregrinos e inútiles que imaginarse puedan. Sobre todo de cocina. Un sacapuntas de zanahorias, un deshuesador de cerezas, un liposuctor de yemas de huevo, un colador de las claras; diversos e inservibles cortadores de papel film y de aluminio, botellas enormes con grifo, que casi no caben en la nevera, para llenar los vasos de agua helada en verano, pela-ajos, rompenueces: cascapollas, en definitiva.

Ellos llegan al reino perfumado de mi cocina y en lugar de ensañarse freudianamentecon su padre, la toman con esos objetos preciados de los chinos que me sirven de metadona del consumo. Ahí se queda todo. Al final hasta transigen con que cuelgue las bolsas de plástico de una artilugio de alambre que a su vez he fijado en los azulejos con unas ventosas súper adhesivas. Nada que ver con los embates que el padre Estado tiene que soportar de los que tendrían que cuidarlo con más mimo: los políticos.

En España nadie se ha ocupado en serio de construir un Estado democrático fuerte. Después de la muerte del dictador, la derecha, que había ganado una guerra, no estaba para sutilezas democráticas. Han pasado 43 años y, parte de ella, sigue pensando que España le pertenece por derecho de herencia y de conquista y que la democracia es un puro formalismo para mantener atada y bien atada la propiedad de una finca que siempre han considerado suya, y más, después de habérsela arrebatado a "las hordas rojas". Y los partidos comunistas, anarquistas y socialistas, deslumbrados en su día por los fulgores de la revolución rusa, pensaron que, cuanto más debilitado y fragmentado estuviese el Estado, más fácil resultaría asaltarlo. De ahí su apoyo actual a la autodeterminación y su condescendencia con Puigdemont, al que consideran el Ho Chi Minh del Ebro.

Esto, más una cierta tendencia de los naturales del país a hacer siempre lo que nos viene en gana, ha desembocado en la situación presente, en la que los hijos más preclaros del Estado –diputados, jueces y gobernantes– se emplean en rematarlo, por partes. Escupiéndole a diario a sus tres poderes que, de funcionar correctamente, deberían estar orientados a servir al ciudadano, a resolver conflictos e injusticias y hacer de airbag de la violencia.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Feminismo tridentino


Los versos blasfemos
Los políticos aforados deberían de andarse con muchísimo cuidado a la hora de denunciar a particulares. Al menos, por dos motivos. El primero: si ellos disfrutan de un trato procesal exclusivo, como diputados, los ciudadanos deberíamos estar blindados, cuando ejercemos como tales, poniéndoles delante de la cara un espejo, aunque sea deformante. Y el segundo: no deberían imitar a las iglesias y religiones, que tanto critican, cuando esas organizaciones se incomodan con una blasfemia y hablan de que se les está faltando al respeto. Esas organizaciones son las mismas que durante siglos, y en nombre de sus dioses, descuartizaron, quemaron o torturaron a los "infieles". Piden respeto, porque no están en situación de pedir fuego o exterminio, aunque sí lo hagan algunos de sus seguidores más fanáticos. ¿O es que no hemos superado todavía la etapa religiosa? ¿Es que no sabemos relacionarnos con la disidencia si no es con el castigo, la denuncia o la excomunión? Se haga en nombre del feminismo, del cristianismo o de cualquiera de los disparatados nacionalismos que nos aburren y contrarían con sus anatemas. La denuncia de un diputado a un particular, por insultos, es una blasfemia democrática: la que ha proferido Montero, la diputada de Podemos, contra un infame versificador que, con muy malos versos y con muy mala leche, ha escrito que esta política debe el escaño a su relación sentimental con Pablo Iglesias. Ustedes, amigos y amigas lectores, el público en general, yo mismo, y, también, el poetastro que se esconde bajo el pseudónimo de El guardabosques de Valsaín, tendríamos que poder lanzar contra los políticos las blasfemias más salvajes, sin más temor que el de empañar nuestra buena reputación. Si alguien quiere llamar "gallinero" al supuesto "harén" de Iglesias, está en su derecho. Nada comparado con la constante loa y exaltación que de sí mismos hacen los políticos, que nunca reconocen haberse equivocado. Si ellos nos atacan con la falsedad y la desvergüenza de sus promesas incumplidas, nosotros los alancearemos con las palabras más hirientes que se nos ocurran. Sin que nos chamusquen hogueras o calcinen nuestra economía multas de 50.000 euros, como la que ha puesto un juez al Guardabosques de Valsaín, aplaudida por una doctrina feminista que cada vez se parece más a la de Trento.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Suspenso en prosodia, sintaxis y ortografía

Las cloacas del Estado
Desde el punto de vista de la prosodia, Aznar certifica la decadencia definitiva del Imperio español. Su acento tejano, de piojo resucitado y cateto, cuando se alió con Bush para acometer la guerra más falaz y dañina que vieron los siglos presentes, la de Irak, supone el mayor ataque y desprecio de un gobernante a su propia lengua. "Estamos trabajando en ello", declaró en la rueda de prensa que dio en Texas, al alimón con Bush, tras la reunión que mantuvieron para ver cómo presentaban a la ONU y a los españoles el ataque a Husein. La pronunciación de Aznar fue entonces muy cercana a la del excelente cómico Cantinflas. Seguramente que pensó que así halagaba a sus anfitriones tejanos. Como el niño que se pone sabiondillo y repelente para hacerle la pelotilla al maestro. Muy distinta la actitud del Emperador Carlos V, en la cima de su Imperio, cuando le decía al mismísimo Papa que le importaba poco que no lo entendieran -él no se manejaba muy bien en latín, la lengua de la diplomacia papal- porque "estoy hablando en mi lengua española, que es tan bella y noble que debería ser conocida por toda la cristiandad". Me gusta recordar estas cosas que me enseñaron mis maestros en historia de España y del castellano, don Juan Sánchez Montes y don Manuel Alvar. No sé cuál de ellos -posiblemente fuese don Juan- nos contó que Carlos V hablaba en italiano con los embajadores; en francés con las mujeres; en alemán con los soldados; en inglés con los caballos y en español con Dios. Aznar hablaba catalán en la intimidad, tejano con su señorito y en el reprobable lenguaje de la soberbia inane con sus gobernados. No quiero culparlo también de las faltas de sintaxis y de ortografía cometidas por los opositores a plazas de profesores de secundaria en institutos, conservatorios y centros de FP, celebradas en los pasados meses de julio y agosto, pero si considero que alguna responsabilidad tienen él, y otros muchos políticos, en el reciente golpe de grabadora que Villarejo viene dando al Estado con la revelación de las conversaciones que sostuvo con políticos, jueces, fiscales y empresarios españoles. Su voz, y la de los grabados por él, denota el desprecio y la altanería del que está en el ajo. Es la voz de los listos, de los quedones, de los entendidos, de los que saben. El idioma intemporal de los tramposos.