jueves, 28 de abril de 2016

En busca del sentido perdido

La pena de ser líder en Granada
Amables lectores, sabed que hace tiempo que me esfuerzo en traeros todas las semanas, en esta columna, nuevas de reír y de llorar para que leyéndolas os gocéis o sufráis con ellas, olvidándoos de vuestras propias penas. He intentado hilvanar las cosas más dispares. En juntar, para entreteneros, la Biblia con el chachachá. A riesgo de que me creyerais loco o alucinado. Pero el manojo de acontecimientos extraordinarios de la vida local de estos días, tan sin sentido, suponen un reto insuperable para mis limitadas fuerzas de plumilla. He intentado descubrir una razón, un porqué en ellos  y no los he encontrado. Me hubiera gustado hilvanarlos en un relato, como se dice ahora, en una historia entendible en la que causas y efectos aparecieran, necesitándose, pero ha sido imposible. Me rindo. Empezó mi desvarío, mi incapacidad para encontrarle explicación a las cosas, con la dimisión de Torres Hurtado. ¿Cómo es posible, me dije, después de oír sus explicaciones, que los granadinos dejemos escapar a este hombre? El alcalde dimisionario, en una rueda de prensa que será estudiada en las universidades más prestigiosas como un modelo del difícil arte de la comunicación audiovisual, afirmó que todo el mundo ha sabido en la ciudad que desde el 2007, con la crisis, no ha habido de dónde robar. Si algún día se demuestra que se robó –se me ocurre-, habremos dejado pasar la ocasión de erigir un monumento en Granada, en su Granada, a quién supo robar de donde no había. ¡Cráneo privilegiado! La misma tarde de la dimisión, pude observar cómo Sebastián Pérez, en la rueda de prensa en la que comunicaba que se iba él también, se aclaraba la voz con el agua de un vaso y se echaba varios buches de agua y hacía que el fluido se le paseara por la boca, hinchándole los carrillos. ¿Se atrevería Obama a hacer algo semejante? ¿Por qué los granadinos no sabemos valorar lo que tenemos?, me pregunté de nuevo. Dos iconos, dos líderes caídos en una misma tarde. ¡Con el trabajo que le cuesta a la gente encontrar y aceptar a unos líderes! ¿Para qué la política, si no? El mismo Errejón, el cerebro de Podemos, en un artículo de prosa diáfana, como todo lo que escribe, afirmaba que la política, en tiempo de crisis, debe ser una actividad “que también produzca lazos afectivos y de solidaridad y pertenencia, así como una meta colectiva e iconos y liderazgos que catalicen una nueva identidad”.  Y nosotros, de ahí  mi confusión presente, que disponíamos de esos iconos y de esos líderes –Hurtado y Pérez- los dejamos alejarse, abandonarnos, sin retenerlos. Y es que no hay en la vida nada como la pena de ser líder en Granada. ¡Qué contradiós!

lunes, 25 de abril de 2016

Invocación a Dulcinea del Toboso


Cervantes igual sirve para un roto que para un descosío. En junio de 1936, pocos días antes de que estallara la Guerra Civil, en la revista LECTURAS, la escritora Pilar de Plasencia  se queja de la muerte de los caballeros. El 18 de Julio del 36, los añorados paladines de la reacción volvieron para salvarla a ella, a su Dulcinea, robada a Cervantes, y a la caverna de la "gente", como se dice ahora:

"Ya no brillan sus aceros
en la tierra castellana
y abusando de su fueros
los pecheros, 
¡malandrines
y follones!,
para sus instintos ruines
sólo buscan los doblones"





jueves, 21 de abril de 2016

¿Imprescindibles?

Imprescindible es una palabra impresionante. Imprescindible es el agua para el pez y para el sediento, el aire para el vuelo del pájaro y para la respiración,  las leyendas y los mitos para el hombre, la comida, el sueño… Los poetas y los políticos suelen abusar de esta palabra tan altisonante. “Este poema es imprescindible”, “este político es imprescindible” para su partido, para su país, para la humanidad. Los compañeros de formación lo suelen decir de sus jefes de fila. Los monarcas también tienen alrededor cortesanos que les dicen que son imprescindibles. De los dictadores,  ¿para qué vamos a hablar? Ellos se creen imprescindibles, y es muy triste ver las caras de asombro e incredulidad de alguno de ellos el día que los despedazan en mitad de una plaza, los fusilan o los ahorcan los mismos que los vitoreaban poco antes. La izquierda venía usando la palabra imprescindible como suya desde que el poeta Bertolt Brecht, un comunista sin partido, la usó en este texto: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”. En los carteles del Che Guevara este lema es tan habitual como la boina del revolucionario argentino. La Caixa se lo acaba de apropiar en su último spot publicitario, en el que da a conocer su obra social. El capitalismo financiero no entiende de ideologías, y al par que desahucia y desaloja a los clientes que no pagan las hipotecas, “hace el bien” y lo anuncia con la frase de un escritor revolucionario. La junta de Andalucía que no sabe si podrá seguir pagando a sus proveedores, cuenta con 36 Observatorios –que son instituciones con funcionarios nombrados a dedo y que se dedican como los teólogos a observar cosas impalpables, mientras que ellos no se dejan observar ni controlar, nunca-, acaba de declarar, sin embargo, que sus 36 observatorios, muchos de ellos con fines y funciones que tendrían que ser estudiados más por la Teodicea que por la Sociología, son imprescindibles. Los catalanes, que en esto nos llevan la delantera, como en tantas cosas, han inventado el termino “desconectar” para referirse al progresivo apagón del Estado español en esa autonomía. Propongo que, para comprobar hasta qué punto son imprescindibles esas instituciones regimentales y sus paniaguados, que las vayamos desconectando poco a poco. Hoy se cierra un observatorio, mañana otro…hasta desenchufar el último de ellos. Si Andalucía se colapsa, los conectamos de inmediato, y si no pasa nada, pues luego desconectamos las diputaciones, las consejerías, la presidencia, la misma autonomía y los 80 cargos que designan directamente los partidos políticos del Ayuntamiento de Granada y que se llevan 5 millones de euros del presupuesto municipal, hasta que nos quedemos como perro al que le han quitado pulgas.

viernes, 8 de abril de 2016

¡Ay del hombre solo!

Manolete en la plaza de Villanueva
LOS hay que les gusta estar todo el día reunidos; de ellos será el poder y la gloria y la amistad y los negocios y las tramas blancas y negras y los club rotarios y los de fútbol. Y los hay también que no pueden soportar una reunión. Avaros, estos últimos, de su tiempo, no quieren compartirlo con casi nadie. ¿Cuáles de ellos contribuyen más a la perpetuación de la especie? Ni idea. A mí me agobian las aglomeraciones. Menos mal que la mayor parte de la gente es muy feliz cuando se tira a la calle para estar con los otros. Creo que todo me viene de cuando mi padre nos llevo de chicos, a mi hermano y a mí, a una corrida de toros, en Villanueva del Arzobispo, mi pueblo natal. Toreaban Manolete y Arruza. Me parece que fue el mismo verano en que Manolete murió en Linares. Mi madre le pediría a mi padre que se llevara a los niños a la calle para poder arreglar la casa y atender a los más pequeños, y acabamos en los toros. Mi padre nos llevaba en brazos a los dos. Era tal la cantidad de gente que pretendía entrar en la plaza que estuvimos a punto de morir aplastados. Desde entonces, no me gustan las aglomeraciones. He tenido que asistir a bastantes reuniones y manifestaciones. Hasta que dije un día: "¡Basta!". Fue, aquí, en Granada. Estábamos reunidos en el sindicato de Enseñanza de CCOO y como siempre la mayor parte del tiempo se empleaba en discutir sobre quién iba a Sevilla en representación de nuestro sindicato provincial. Tenían que acudir tres compañeros. Dos horas discutiendo para ver si iban dos mujeres y un hombre o dos hombres y una mujer. Harto, hice una propuesta conciliadora que no fue bien comprendida ni por los compañeros ni por las compañeras: "Como soy algo andrógino o, mejor, como soy un poco mujerona", les dije, "puedo ser el tercero en discordia y así ni para unos ni para otras". La propuesta no cuajó y yo me di cuenta que en esas luchas titánicas de la clase obrera ya no tenía nada que hacer. Además, el desastroso siglo XX, con millones de personas matándose entre ellas, no animaba mucho a juntarse con nadie. Creo que fue un reportaje que vi hace poco del congreso del partido Nazi, celebrado en 1934 en Núremberg, titulado El triunfo de la voluntad, obra de la cineasta Leni Riefenstahl, el que me hizo recordar en qué fueron utilizados miles de jóvenes alemanes fuertes y bien adiestrados instruidos para actuar como un solo hombre, como un solo puño. Me alegré de que en España esa poderosa fuerza juvenil que se desparrama en primavera en desfiles y manifestaciones sacras, haya encontrado un modo tan salvífico y poco lesivo de emplearse. Pero todavía me asusta cualquier concentración demasiado bien entrenada y organizada. Son prejuicios míos. Terminaré solo, pese a la advertencia del Eclesiastés: "Vae soli!" (¡Ay del hombre solo!).

viernes, 1 de abril de 2016

El arte, ese alcahuete

LAS ideologías totalitarias -las que pretenden tener una explicación total, completa, de la condición humana y de su destino- son expansivas y misioneras, por naturaleza. Tocan en la puerta de tu casa y te piden que los escuches porque te van a dar la receta para no morir nunca. Esto puede resultar tremendamente ofensivo e irrespetuoso para los que piensan que no hay más vida que la presente. Casi blasfemo. Insultante. El misionero -sea político o religioso- debe de estar preparado para cualquier cosa. Para parodias crueles, para irónicos rechazos, para insultos feroces. Al fin y al cabo tratan al otro, al infiel, como tierra de conquista. Necesitan juntar muchos fieles para tener la certeza aritmética de que sus creencias no son disparatadas. Si la tierra de siembra se muestra árida y rechaza la simiente y se defiende del sembrador con los medios a su alcance hay que aceptarlo y no irse a un juzgado a solicitar castigo. No siempre estas doctrinas de dilatada presencia histórica se han conformado con el código penal. Si vais a Roma, visitad la bulliciosa plaza del Campo de' Fiori y encontraréis la estatua de Giordano Bruno, el fraile quemado en la hoguera en 1600 por discrepar de la doctrina oficial de una religión. Hoy al incordio -se desnude en una capilla o recite versos disruptivos- se le dice: "Opina lo que quieras, pero respetuosamente. Has de elaborar tu rabia y expresarla correcta y pulcramente, sin escándalos ni palabrotas. Y si estimo que has traspasado la línea roja, al juez". A la concejala Maestre la han condenado por desnudarse en una iglesia y a la poeta catalana Dolors Miquel la pueden procesar por haber rezado un Padre Nuestro customizado, tildado de blasfemo, en la entrega de Premios Ciudad de Barcelona; el poema/oración que leyó se titula Mare Nostra. También la censura parte de la crítica literaria que entiende que su texto no es un poema. Y hasta la acusan de plagio. Y ahora viene la gran pregunta, ¿podrá Dolors acogerse al sagrado del "Arte" para librarse del castigo? ¿La aforará la estética puesto que una cierta ética la acusa? El arte ha sido desde siempre alcahuete y refugio de todos los excesos, de todos los vicios, de todas las crueldades. Hoy nos asustamos ante una decapitación yihadista, pero celebramos los innumerables cuadros en los que Judith le corta la cabeza a Holofernes. Condenamos la violación, pero cientos de pinturas de la violación de la romana Lucrecia se exhiben en los museos. Abominamos del rapto, pero si los esculpe Bernini, se nos cae la baba. "Son obras de arte", se argumenta. Pero con lo revuelto que está el patio del canon literario y político, no habría que descartar que Dolors Miquel ocupe pronto un sillón en la Academia Republicana de la Lengua Catalana (ARLC). Aforada, blindada por el Arte, como Bernini.