Nunca ha sido fácil la comunicación entre las generaciones de los mayores y las de los jóvenes. Pero según me informa mi carnicera, abuela de una patulea de nietos, y mi hija, profesora de un numeroso grupo de adolescentes, los teléfonos móviles la están haciendo imposible. La zanja que separa a los jóvenes de los mayores es cada vez es más profunda y más ancha. En clase, los adolescentes se parapetan detrás del estuche de los lápices para wasapear compulsivamente. Las impresionantes prestaciones de los móviles de última generación que se exhiben en el Mobile World Congress 2016 de Barcelona permitirán a los chicos mantenerse todo el día instalados en una realidad virtual confortable, sin necesidad de acercarse ‘analógicamente’ a los otros jóvenes. También se ha instalado en esas franjas de edad la costumbre de resolver la ebullición de las hormonas en fiestas y botellones en los que el alcohol hace de celestina y los selfies, de notarios para la nube. Los jóvenes, no sólo se alejan de los mayores, sino que también se distancian físicamente entre ellos, al tiempo que están encima unos de otros virtualmente. Mi carnicera impone en las fiestas familiares el fielato de la canasta. Guisa para todos, hijos y nietos, les prepara la mesa, pero exige que al entrar en el comedor, todo el mundo suelte los móviles en una canasta de mimbre. Ayer no la noté contenta, mientras que me dictaba la receta tradicional, sin bechamel, de las croquetas de pollo, me dio a entender que va perdiendo la batalla y que cada vez se le cuelan más móviles en las comidas. A mi hija, cada vez se le cuelan más móviles en clase. Y cada vez le cuesta más erradicarlos. Me cuenta que, si se tuviera que dedicar a cursar partes de cada niño que enciende el móvil en clase, no le quedaría tiempo para explicar a Rosalía de Castro. En los colegios de los 50 –en los que había hambre y poca higiene- también practicábamos estrategias de distracción y alejamiento de los textos escolares. Debajo del grueso manual de lengua latina de los presbíteros Goñi y Echevarría, escondíamos novelas y cuentos para leerlos en las horas de estudio. No me lamento de la novedad de la situación. Simplemente la constato. No tiene por qué sobrevenir una catástrofe. A partir de ahora las relaciones sociales van a cambiar, es más, ya han cambiado. La educación, la familia, el ocio, el amor, las relaciones sexuales, la política, están sufriendo el tsunami del móvil. El papel de cohesión e integración social que hasta hace poco cumplían las religiones, la escuela, los mitos, las leyendas y las ensoñaciones patrióticas lo irán asumiendo progresivamente las redes. Las calles van a estar más vacías. Sólo el fútbol, las procesiones, los días de las diversas patrias y las ferias las llenarán de gente. Luego, todos correremos a amarrarnos a los teclados, para estar con todos y con nadie.
miércoles, 24 de febrero de 2016
miércoles, 17 de febrero de 2016
Ecopoesía
Si destapas la olla a presión, sin esperar a que suelte
el vapor, puedes ver cómo las collejas terminan en el techo de tu cocina. Todavía
me encuentro con antiguos alumnos del Instituto “Diego de Siloé” de Illora que
recuerdan mis prácticas depredadoras con
las collejas del cementerio del pueblo. Salimos un día a dar la clase de
Literatura en el campo. Como la Literatura contiene más flores que otra cosa
-¡la manía que tienen los poetas con las petunias!- es disciplina que se presta
a las excursiones y a ensoñaciones veganas. Desde la humildad, como diría
Iniesta, y sin ánimo de establecer ningún parangón con el santo, que no sea el
que voy a referir, San Juan de la Cruz acostumbraba a salir también con sus
novicios por los oteros de Beas de Segura a coger espárragos trigueros con los que
enriquecer el parvo menú conventual. Buscábamos un lugar en el campo donde leer
algún poemilla tenebroso del Romanticismo y dimos en un prado de flores bien
abastecido que nacía en las tapias del cementerio del pueblo y descendía en
pendiente hasta unos zarzales. Después de leer algo lúgubre, para no desentonar
del lugar, advertimos que la pendiente estaba llena de collejas. Las collejas,
según decía mi tita María, son como los sesos de las espinacas. En tortilla,
están deliciosas. Nos aplicamos a cogerlas y conseguimos llenar un saco entre
todos. Al volver a clase, yo iba pensando cómo requisarles a los jóvenes
recolectores la mayor parte de las collejas. Al final se me ocurrió decirles
que, cuando llovía abundantemente, el agua corría entre las tumbas de sus
antepasados, empapaba sus restos y terminaba deslizándose por la pendiente
donde crecían las collejas, fertilizándolas. Ninguno de mis alumnos quiso
llevarse la parte de collejas que le hubiera correspondido en el reparto, pese
a que para entonces los partidos políticos habían aprendido a vivir sin ningún
decoro del terrorismo, utilizando a los
muertos y a sus familias como alimento electoral o salvavidas full time. El episodio de encarcelamiento de dos
titiriteros granadinos y el uso que ha hecho de este triste suceso el PP para
tapar la corrupción en Valencia y Madrid, demuestra que este partido no
renuncia a la antropofagia. Pero mis alumnos mostraron más respeto y
consideración con sus difuntos y me cedieron el saco entero. Les di las gracias
y les dije que sus difuntos estarían
contentos de que el profesor alimentara su
cerebro con las collejas -¡tan ricas en hierro!- abonadas por ellos. Así explicaría mejor las cosas a sus nietos. Pero
cuando las guisé, me olvidé de quitarle la válvula a la olla a presión y de
enfriarla debajo del grifo. Y al abrir la tapa, las collejas lo ensuciaron todo. Porque la
única justicia que funciona medianamente bien en España, es la justicia
poética. Y el depredador se quedó sin collejas.Y los caníbales simbólicos, cada
vez tienen menos votos.
jueves, 11 de febrero de 2016
El ajuar del hombre de Ötzi
Un cuerpo desnudo, culturalmente, es un libro cerrado. Cuando un cuerpo se recubre de ropas y complementos –de cultura- se convierte en un libro abierto, pero escrito en caracteres jeroglíficos que hay que descifrar. Los cuerpos desnudos, en masa, después del Holocausto, resultan turbadores y con eso juega el fotógrafo estadounidense Spencer Tunick que gusta de retratar a miles de personas desnudas en escenarios urbanos o naturales para reeducar nuestra mirada y amortiguar nuestro rechazo a los desnudos colectivos, después Auschwitz. Para este artista el cuerpo es algo “puro”, como página en blanco, en la que, en el mejor de los casos, sólo escriben los años. De leer en ese libro cerrado que es el cuerpo desnudo, se ocupan los fisiólogos, los amantes o los artistas. La estructura corporal del ser humano, ha cambiado muy poco en los últimos 300.000 años. En el Museo de las Ciencias de Granada, ha estado expuesta, hasta el pasado 10 de enero, una completísima muestra de momias humanas. La mejor conservada: la del hombre de Ötzi , un centroeuropeo que vivió, y murió violentamente, hace 5300 años en la frontera de Italia y Austria. El hielo lo ha mantenido intacto desde entonces. También se han conservado sus ropas y sus armas. El chaleco de piel con que se protegía del frío, se puede encontrar hoy en cualquier peletería. Una vez desprovisto de ropas y complementos, los antropólogos han descubierto en su cuerpo 61 tatuajes. Unos dicen que se trata de cortes terapéuticos para amortiguar el dolor, como de acupuntura, y otros piensan que algunos tienen carácter simbólico. Ahí, andan. Las ropas y útiles de caza y de supervivencia en la nieve son más fáciles de descifrar. Raquetas para andar, arco, flechas, prendas de abrigo, mochila… Un cazador, de buena posición, sorprendido por una flecha enemiga mientras perseguía a una pieza.
Un libro abierto, aunque no fácil de leer, porque está escrito con la tinta oscura con la que se caligrafían los sueños de ambición y de poder, es el cuerpo vestido de los personajes públicos y, también, sus gestos. 5300 años después del cazador de Ötzi, ha aparecido un tipo de hombre nuevo que usa sus ropas y sus gestos para conseguir agradar al mayor número posible de votantes. No es el metrosexual que quiere ser admirado y querido por todo el mundo y para eso se viste y se cuida. Ni tampoco es el escritor metrotextual que fabrica best sellerscon ingredientes que gustan al lector de libros de éxito que los compra por cientos de miles. No, el metrogestual es el político que multiplica sus gestos y sus guiños, dirigidos a amplios segmentos de la población, para gustar a la mayor cantidad posible de votantes a los que se espera seducir con juegos de artificio o de Magia Borrás, antes de haber cumplido las promesas que hizo en su campaña electoral. Para cazar, unas veces usa el esmoquin y otras, la camisa de mercadillo, según convenga.
martes, 9 de febrero de 2016
Infancia, fértil territorio para las misiones.
Huchas de todos los colores
El esquema de los titiriteros de la compañía "Títeres desde abajo" tiene nobles antecedentes religiosos en el DOMUND. ¿Alguien les preguntaba a los chinitos, a los negritos, a los retoños de pieles rojas, a los niños antárticos, a los chicos moros, si querían ser adoctrinados en el catolicismo? ¿Alguien le pregunta a un bebé si quiere ser bautizado? ¿Autorizaba el rebaneo un niño judio circunciso? A las niñas egipcias, por ejemplo, ¿les pide alguien permiso para privarlas del clítoris? ¿Conocen a algún chico que se pirre por asistir a la catequesis? Los cómicos piensan que a los niños hay que alertarlos de los peligros del mal, en su caso, la religión, los aparatos represivos del Estado, los bancos... Y proceden a ello con sus títeres de la cachiporra, que desde siempre han resuelto los conflictos de la infancia a palos.Y los maestros, ¿no adoctrinábamos en clase a los alumnos en nuestra forma de ver las cosas? Infancia, fértil territorio para las misioneslunes, 8 de febrero de 2016
Metrogestualidad
Metrogestual
Metrosexual: "Dicho de un hombre, especialmente heterosexual: Que se preocupa de su apariencia y dedica mucho tiempo y dinero a sus cuidados físicos", con la finalidad, me imagino, de gustar a todo el mundo, incluso a sí mismo.
Metrotextual: Dícese del autor que quiere ser leído y entendido por todo el mundo, con la finalidad, supongo, de extender su cosmovisión o sus experiencias o sus fantasías, y de vender sus libros a la mayor cantidad de gente posible para poder vivir de su trabajo. Antecedentes: El Arcipreste de Hita, Cervantes, Almudena Grandes, Reyes Monforte. Salvo algunos filólogos de la liberación granadinos que escriben para no ser entendidos ni por ellos mismos, lo corriente es que el escritor aspire a la metrotextualidad.
Metrogestual: Dícese de los políticos que multiplican sus gestos y sus guiños, dirigidos a amplios segmentos de la población, con objeto -en mi obtusa opinión- de gustar a la mayor cantidad posible de votantes, a los que se espera seducir con juegos de artificio o de magia borrás, antes de haber puesto en práctica los programas que en su día redactaron y publicaron.
jueves, 4 de febrero de 2016
Onda corta
Nuestra radio de válvulas
HASTA que no he visto la primera temporada de la serie alemana de televisión Heimat (1984), que me han traído los Reyes de este año, no he recordado lo apasionantes que eran las primarias de Iowa para mis hermanos y para mí. Heimat comienza de una forma gélida. Un joven, superviviente de la Primera Guerra Mundial, regresa andando a su pueblo. Su padre, herrero, está terminando la rueda de un carro. El soldado, sin saludar, coge un martillo y ayuda a su padre a acoplarle un cincho de hierro a la rueda. El padre murmura, sólo: "¡Gracias a Dios!". La madre se asoma a la puerta de la casa. Nada de "te quiero, hijo" o de "te quiero, mamá". Un leve y confortable gesto de acogida e invitación a entrar en la casa. El soldado lo desatiende y se pone a orinar en el estercolero próximo. En la casa, todos sienten como un acontecimiento la vuelta del hijo pero lo expresan sobriamente. El muchacho, sin fuerzas, se sienta a la mesa y se queda profundamente dormido. Pero esto, me dirán ustedes, no tiene nada que ver con Iowa. Creo que sí, y con nosotros ahora y con la forma teatral y sobreactuada que tenemos de tratar a los hijos, tras un largo periodo de paz y de bonanza económica. En Heimat, también hay teatro: teatro de épocas de escasez, en el que las exageraciones no tienen cabida. Pero volvamos a Iowa, donde acaba ahora de perder las primarias el republicano y supermillonario Donald Trump. Todo el mundo lo daba como ganador. Allí llevan muchos años de democracia y han aprendido que un supermillonario lo trae ya todo robado y no tiene que seguir robando, si es elegido presidente. El soldado que llega a casa al principio de esta historia, termina haciéndose radiofonista. El momento en que consigue oír por la radio que acaba de fabricar en casa, la misa de la catedral de Colonia, tras de tender una antena de cien metros para captar las emisiones de onda corta, me trajo a la memoria el momento en que mi hermano mayor tendió en la terraza de nuestra casa de Cenes una antena de más de cincuenta metros para oír en la radio de válvulas, allá por los 50, emisoras de Centroeuropa y de América. Radio Caracol, Radio Múnich, Radio Iowa… Mi hermano mayor que sabía un poco de inglés, oía los resultados de las primarias de Iowa y luego nos los traducía, aproximadamente, imitando la voz del locutor, a la pandilla de hermanos que lo mirábamos con arrobo. "En las elecciones primarias de este estado de Iowa ha salido elegido, por el partido republicano, el senador…", retransmitía mi hermano, hablándole a una rasera que le servía de micrófono. Luego pronunciaba un nombre ininteligible y nos dejaba a todos con la boca abierta. Con esas emisiones y con la lectura de algún artículo de la revista estadounidenseSelecciones del Reader's Digest, nosotros, ceneros integrales, nos sentíamos ciudadanos del mundo, redimidos de cualquier prurito identitario.
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