miércoles, 23 de febrero de 2011

El PSOE ha tenido quien le escriba su historia


En primera línea, y sentados, la buena gente

Las batallas que se dieron para desactivar el golpe de estado del 23 F las libraron muchas personas, algunas arriesgando sus vidas, pero la guerra de la propaganda la ganó el PSOE. Un partido que arrancó en el postfranquismo sin la historia de sacrificio y lucha del Partido Comunista contra la dictadura. Los nuevos socialistas, no disponían de una épica que oponer a la conseguida por Partido Comunista en los años de la postguerra y tenían que remontarse para obtenerla al Frente Popular y a la guerra civil. Tras la derrota, los comunistas anduvieron por el monte, mataron en el monte, murieron en el monte. Pero los socialistas - más bien los que iban a ser sus votantes- se refugiaron en El asturiano, el bar que regentan Manolita, Marcelino y su suegro, los incombustibles personajes de “Amar en tiempos revueltos”, serie que cambia cada temporada de secundarios, pero nunca de protagonistas. Y que si gana el PP cambiará de guión, pero no de hora de emisión. En esta serie los comunistas, más feos que la buena gente de El asturiano, no hacen nada más que preparar atentados sangrientos y vengativos, hablar en voz baja y rezumar bilis, mientras que la buena gente del exilio interior, los dueños de El asturiano, viven peligrosamente, teniendo que ocultar que votarán a un partido, que todavía no conocen, en las primeras elecciones democráticas, oyendo La pirenaica y regalando churros y raciones de queso a una clientela, con frecuencia, menesterosa. ¡Noble y comprometida resistencia de la croqueta gratis! No sabemos cómo sobrevive El asturiano, en épocas de crisis insostenibles, si sólo cobra las croquetas a los falangistas y a los brigadas chusqueros. Como diría un comunista cabreado y maledicente, gracias a los marcos de la socialdemocracia de Willy Brant.Pero la victoria de la propaganda del 23 F la consigue EL País y se la ofrece en bandeja al PSOE. Y a partir de ese momento el PSOE tiene una épica, porque ha tenido quién se la escriba. Y, tras las elecciones de 1982, el poder que le otorgan los votos. Y el poder pone en tus manos medios, no para que cuentes la Historia, sino para que consigas que tu historia parezca la única.

martes, 22 de febrero de 2011

El 23 F, del Rey abajo, ninguno

Nada. Los políticos no dicen nada que previamente no hayan discutido sus líderes en el desayuno diario de la cúpula del partido. Nada. Los periodistas no dicen nada que no hayan declarado previamente los políticos. Nada. Los blogueros no escribimos nada que no hayamos oído decir a los periodistas. Nada. De ahí que los que éramos adultos el 23 de febrero de 1981, mimetizando a los políticos, a los periodistas y los blogueros, estemos inventándonos una  historia ennoblecedora y épica sobre lo que hicimos aquella tarde, que no desmerezca de las que andan inventándose aquellos. Nada. Nadie se atreve a decir la verdad. El 23 F, nos cogió a muchos en el bingo. Y a los menores de 30 años en el limbo, que me parece que todavía no lo habían eliminado de los folletos de las agencias de viajes. Sólo estamos seguros de dónde estaban los diputados y sus secuestradores. De los demás, del Rey abajo, de ninguno podemos dar norte.

sábado, 19 de febrero de 2011

Nanoimpresoras de granja


En las remotas páginas de la enciclopedia china "Emporio celestial de conocimientos benévolos" está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas, (o) gallinas que ponen huevos con la fecha impresa en la cáscara. A Pánfilo le alegró que el caso de Carlota, la gallina que había regalado a su nieta Elena, apareciera recogido en el "Emporio", enciclopedia que había conocido por Borges. "¡Un referente, es un referente", pensó, " por muy lejano en el tiempo y en el espacio que se encuentre!".  Nada más conocer el dato le explicó a la niña que el caso de su gallina no era extraordinario y que los huevos que Carlota iba diseminando por los rincones del jardín, no los había comprado  en el súper para ocultar la parada biológica de la gallina, aunque tuviesen  impresos en la cáscara 11 dígitos. “Elena”, le dijo Pánfilo, “te juro que no son del súper, es que ahora las gallinas incorporan en la parte final de su cloaca una impresora que sella los huevos conforme  los van poniendo". Pero la nieta, que le ha salido algo escéptica, no se lo creyó del todo y fue corriendo a decirle a su madre que el abuelo era un poco mentiroso.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Mejor que te llamen gilipollas

Se preguntan esta mañana en una tertulia radiofónica si es correcto insultar a Pajin con alusiones degradantes a su aspecto físico. Esta pregunta abre un debate tan incierto como el que tuvo lugar en los centros de enseñanza a principios de siglo sobre si los estudiantes podían ir a clase en pantalón corto. Las comunidades escolares no se pusieron de acuerdo y cada uno sacaba las razones, para el sí o para el no, del baúl de su moral. En estos casos, cuando se trata de una mujer, la primera línea de defensa se sitúa en la barricada del feminismo. No hay que dar razones, basta accionar el espray estigmatizador y la palabra ‘machismo’ paralizará cualquier debate. Luego viene eso de que te juzguen por tus obras, no por tu cara. Esta línea de defensa no es muy segura porque a muchas políticas se las conoce más por lo que se ponen, por cómo se peinan o por los complementos con que se abruman, que por lo que hacen. Los hombres disimulan mejor porque, aunque no hagan nada, se visten de forma muy parecida y, camuflados, despistan. Esto lo vienen haciendo ellos desde que vestían el uniforme de senador en Roma o en las películas de romanos. No aparece mucho un argumento interesante: que las ofensas, sobre todo las que se refieren al físico, perjudican más al que las lanza que al que las recibe. El insulto soez es una regresión al grito selvático, 50.000 años después de que el homo sapiens comenzara a usar el lenguaje articulado. Hay un argumento en contra de los insultos que también tiene su peso: la ridiculización del poder no hay que hacerla hoy como en la Edad Media con recursos del carnaval, creando situaciones de mundo al revés en las que los poderosos son arrastrados por “el pueblo” a las cloacas del desprecio y la abominación. La libertad de expresión, válvula inteligente de las insatisfacciones colectivas, permite sin riesgos una crítica razonable y permanente de los abusos del poder. No hace falta recurrir al entierro de la sardina. Pero hay en España muchos lectores del académico Pérez-Reverte que le han tomado gusto a eso de introducir cada dos frases expresiones del tipo “me suda la polla”, “con dos cojones” o “ese político es un hijo de la gran puta”. Que las feministas radicales odien el lenguaje porque es el instrumento con el que los machos nos han sometido e indoctrinado, y lo destrocen en sus manifiestos y convocatorias, bien. Que los maoístas maltraten el idioma porque ha sido herramienta de opresión en manos de la burguesía explotadora y quieran cargárselo haciendo de él un uso descuidado y destructivo, vale, pero que un académico dedique el 10% de su discurso a insultar a todo el mundo con palabras malsonantes, esto es peor, porque él debe de dar ejemplo. Sintonizo con frecuencia preservativa Radio María, más que nada por oír a Monseñor Munilla, obispo de San Sebastian. Este hombre te puede decir de todo, pero lo hace con la perfección del retórico virtuoso. No te puedes ofender, ni siquiera cuando sabes que ha acabado dialécticamente contigo. Si alguien te dice gilipollas, agrádeselo, es como un reconocimiento de tus virtudes cívicas. No te ha podido acusar ni de robar ni de prevaricar ni de prostituir a menores. Pero cuando Monseñor Munilla alienta al cristiano a que se haga presente en la vida pública con "parresía", resguardarte, porque está incitando a los fieles a que tomen la calle, con dos cojones. Y tú sin enterarte.

lunes, 14 de febrero de 2011

Amor en bloques

El soneto amoroso, como la teología, es un supremo ejercicio de soberbia condenado al fracaso.  Es como querer ponerle puertas al campo o meter , con una concha, el mar en el agujero abierto en la playa por un niño.  Los teólogos han intentado explicar la inabarcable esencia de  Dios en unos folios y los poetas encerrar el insumiso sentimiento amoroso en 14 versos. Ni Dios se deja, ni el amor admite que le midan las sílabas.  Al final,  hay que dejarlo en manos de cada uno. Lope después de 13 versos dedicados a definir el amor, claudica y corona: “esto es amor,  quién lo probó, lo sabe”.   El rapero que ha escrito sus desaliñados versos  en  la frontera de la ciudad, humildemente,  renuncia a aprisionar en los bloques de hormigón lo inefable. Sólo da pistas.  

domingo, 13 de febrero de 2011

Excalibur y los gudaris

Al morir Saramago, mordaz Excalibur del ateísmo, un familiar de su viuda, sacerdote del OPUS, dijo misas por él en las dos parroquias que atiende. En las viejas leyendas artúricas, Excalibur, la espada que da el poder al que la posee, es extraída de una piedra inculta en mitad del bosque. Sir Malory, el escritor inglés del siglo XV que consolida y canoniza las leyendas artúricas de Camelot y de los Caballeros de la Tabla Redonda, cristianiza totalmente la historia de Arturo y el episodio de la extracción de Excalibur lo sitúa en el patio de una iglesia: La piedra inculta, ha sido esculpida, ha perdido las telúricas imperfecciones de cuando habitaba en los brumosos bosque de las leyendas precristianas y ha pasado a ser un cubo de Ikea, perfectamente tallado.

Excalibur en el saloncito
Ya se había engullido el cristianismo la mitología griega, convirtiendo a Eros en Jesús Niño y a Marte en un guerrero medieval a punto de salir para las Cruzadas. Las viejas y sólidas instituciones lo único que tienen que hacer es sentarse a esperar que el cadáver del impío pase por su puerta para hacerse con él, como en el caso de Saramago y engullirlo. La izquierda Abertzale, vivita y coleando, con doscientos mil votos detrás, que todo el mundo quiere para sí, ha tenido que acudir, finalmente, a esa “Basílica de San Pedro” de la democracia española, que es el Parlamento, para extraer su Excalibur, bendecida por las leyes del Estado. En torno a ella, espera reunir a todos los caballeros del independentismo vasco para reconquistar, por la vía de las urnas, el poder de los ancestros, si es que alguna vez lo tuvieron. Los que ya están dentro del templo, se alegran. Al final han ganado y han obligado a los bravos gudaris a abandonar unas montañas, que por ser vascas, parecen llevar más tiempo puestas ahí que las que salían en Kim de la India, la película de Errol Flynn. Pero quisieran, también, -los del PNV, EB-IU, PSE, y otros- seguir recibiendo los votos milenarios del irredentismo vasco que les han caído hasta ahora en la buchaca gracias a las ilegalizaciones. Miran con gula la cosecha de mayo. Tienen el corazón partío. Al Partido Popular, como de ese granero no espera cosecha, lo vemos terne y reivindicativo. Al no esperar votos de “ese mundo”, se trabaja, como siempre, el dolorido voto de las víctimas.

sábado, 12 de febrero de 2011

Nostalgia rumiante

Escandalizar es una de las cosas que más gusto da.  Pero hoy esto es muy difícil. Cuando Pánfilo daba clase, con hablarles a los alumnos de la masturbación ya te asegurabas overbooking  de padres pidiendo explicaciones. Y si te levantabas osado de la muerte, y hablabas de la masturbación femenina, te podías  asegurar hasta una denuncia a la delegación y la visita de un inspector que te pedía prudencia y te orientaba hacia Don José,  un aliviadero erótico del extrarradio. Pero desde que los niños comenzaron a saber más que los profesores de esas cosas, Pánfilo se refugió en una nostalgia rumiante. Recordaba con pena los tiempos en los que bastaba con poner en tela de juicio lo de la Torre de Babel, para que te predicaran en la misa de 12 los arciprestes tachándote de ignorante y hereje. O montar con  los alumnos de COU La Zapatera prodigiosa para que te viniera un inspector de Sevilla  -año 1973, Instituto de Montilla- para ver si se estaba aprovechando la inocente revolera de vecinas de todos los colores de la obra de Lorca para hacer apología del poeta mártir. Con los profesores de religión se era más comprensivo, aunque los temas que tocaban fueran severamente escabrosos.  No sé por qué uno de estos profesores, seguramente que por necesidades del programa de la asignatura y, más que nada, para contextualizar algún episodio de la Historia Sagrada con animal al fondo,  se empeñaba en explicarles a  sus alumnos la zoofilia y el bestialismo. Las alumnas de Fernán Núñez vinieron muy preocupadas a preguntarle a Pánfilo, si era cosa corriente entre los chicos echarse por novia una jaca blanca o dejarse tentar por la oferente actitud de ciertas gallinas que al irrumpir un  chico en el corral para echarles trigo, se abajaban y se estaban  quietas como no descartando un ingreso.  Pánfilo le quitó hierro al asunto y les dijo que los compañeros se estaban riendo de ellas, pero cuando ahora recuerda las caras de turbación intensa de las muchachas, se pone nostálgico y  añora los tiempos en los que con él llegó el escándalo a los pueblos de la campiña.

viernes, 4 de febrero de 2011

Estados de bienestar

Seguramente que no hay otra forma de ir por el mundo que sintiéndose superior a los demás. Es la manifestación más o menos refinada del instinto de supervivencia. Para mantenerse vivo, lo primero que hay que hacer es preocuparse de uno mismo. Y como esto cuesta cierto trabajo hay que buscar buenas razones para hacerlo. La razón más importante: que se es único e irremplazable. De ahí a sentirse superior, no hay nada más que un paso. Luego viene la experiencia y el sentido común para decirte que eres básicamente igual a los demás. Pero esto te lo tienes que decir a cada paso. Si no te lo dices, ya te lo harán saber los otros. Quizá esta chiquilla gitana preciosa que se repone, como tú, en Trauma de la rotura de una pierna. Le echas unos 17 años, pero más tarde te enteras de que sólo tiene 11. Tú eres una mujer de 50 y tu pierna rota tardará en curar algo más que la de tu joven compañera de habitación. Pero de entrada, te sientes superior a ella y no sólo en edad, también en saber y gobierno. Cuando la oyes hablar educadamente y con cierta pulcritud, sientes pena porque un arbolito tan tierno y pujante vaya a ser estropeado por el descuido y por una mala educación. Cuando llega la madre de la chica, se te dispara la sensación de superioridad, es guapísima, eso sí, incluso más guapa que tú, cuando tenías su edad -no más de treinta años- pero está gorda. Y no lo oculta, se levanta la blusa, enseña su barriga y pregunta a los reunidos si realmente está gorda. Silencio. Va embutida en una falda de licra de la 38 –ella tiene la talla 50- que acaba de comprar en el mercadillo de la puerta, tan corta que no cumple ninguna función de abrigo o de recato. El padre de la niña llega a media mañana, con un collar de oro muy pesado en el cuello, desactivando la ferocidad con que ha mirado al guardia de seguridad, para humillarse ante su hija herida, que no quiere saber nada de él. Lo echa de la habitación con palabras soeces que desmienten la primera impresión que te había producido a ti, la paya de 50 años, que sigue sintiéndose superior y que mira a la familia gitana desde la atalaya de su formación humanística. Algo muy grave debe de haber hecho el hombre para aguantar resignado los insultos de la muchacha y los de la madre. Están separados. Las infidelidades han sido mutuas. El hombre se sienta en el sillón, junto a la hija y la acompaña mientras que la madre sale a hacer recados. A media tarde vuelve y, sorprendentemente, se muestra receptiva a las miradas de peregrinito del amor del que fue su hombre. La niña se enfada. Cuando la pareja empieza a besarse y a dedicarse palabras de amor, los insultos que les dedica la hija te molestan y echas de menos una habitación para ti sola. Cae la tarde, os sirven la cena. La madre se ducha estruendosamente como si quisiera comunicar a la planta que se avecina un huracán. El hombre del collar de oro ha salido a dar una vuelta. Al amanecer te despiertas, desorientada, oyes jadeos que proceden del baño. En un hospital se tiende a pensar que cualquier quejido es de dolor. Pero los lamentos siguen y nadie llama a la enfermera solicitando analgésicos. Cuando, tú, mujer ordenada ,que jamás harías eso de pie en la ducha de un hospital rodeada de cuñas, comprendes lo que está pasando, te ratificas en los comportamientos primitivos de ciertas razas, pero como la cosa dura unas horas, un profundo sentimiento de envidia e inferioridad se va instalando en tu interior. Cuando al día siguiente te enteras, además, de que la amante incombustible de la noche hospitalaria, es comercial del Círculo de lectores, con lo que tú tienes con los libros, se te derrumba el castillo de la excelencia y la mirada se hace menos orgullosa, casi admirativa Cuando se lo cuentas a tus hijos no tienes más remedio que admitir que los jóvenes gitanos, en los ingresos hospitalarios, aprovechan todos los servicios que les brindan estados de bienestar y estás tentada de pedirle a tu médico que te los recete.

jueves, 3 de febrero de 2011

No es difícil encontrar kandoras en la mar


Pánfilo no es Berlusconi, y, a su edad, ya no se va a poner en cueros delante de ninguna mujer y menos de una menor. Salvo de las enfermeras del hospital, si en alguna ocasión le abandonaran las fuerzas y no pudiese rechazar sus cuidados. Para casos de amor, tiene guardada una kandora, con el cabezal bordado, que queda muy bien en las primeras fintas: armadura de amor para tiempo de arrugas, porque él no renuncia nunca al arte de las ofensas. Hubo una época feliz, sobre lejana, en la que Pánfilo recogía material para un ensayo sobre la desigualdad de la mujer que elaboraba una profesora universitaria especializada en estudios de género. No me cabe la menor duda de que Pánfilo era entonces un feminista convencido, pero me malicio, por lo que me ha contado después, que intentaba hacer suya a la investigadora y que los datos que acopiaba para ella eran frutos más de Venus que de Minerva. El hombre andaba un poco enamoriscado de la doctora que debió de rechazarlo en algún momento, pese a que durante dos meses se leyó todo el siglo de Oro, por indicación de la chica, buscando en los clásicos textos que reflejasen el malestar de las mujeres con las leyes de los hombres. La explicación que me ha dado de aquel fracaso me parece peregrina. Dice que fue él quien la dejó por una discrepancia terminológica: le sonaba muy mal el término “yosotras” que la profesora comenzó a usar en ensayos y conferencias para referirse "a las mujeres como grupo social" . Y es que Pánfilo, que había leído de adolescente a Cervantes y a Quevedo, no soportaba palabras malsonantes como “miembras “o “yosotras”. Todo acabó cuando se lo dijo a la chica, utilizando esta comparación hiriente: “esas palabras suenan como el ruido que mete un R5 tuneao, con las ventanillas bajadas y escupiendo metálica por los siete altavoces del maletero”. “Peor para ella”, me dice Pánfilo, “porque me quedé con todo el material y ella se perdió, entre otras perlas, ésta de Quevedo, en "La fortuna con seso y la hora de todos": “Tiranos, ¿por cuál razón, siendo las mujeres, de las dos partes del género humano, la una, que constituye mitad, habéis hecho vosotros solos las leyes contra ellas, sin su consentimiento y a vuestro albedrío? Vosotros nos priváis de los estudios, por envidia de que os excedamos; de las armas, por temor de que seréis vencimiento de nuestro enojo los que lo sois de nuestra risa. (...)”. Me quedé asombrado de lo poco misógino que se muestra el conservador Quevedo en este fragmento y le dije a Pánfilo que hay mujeres que son capaces de renunciar a una buena frase, con tal de decirle que no a un amigo.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Galdoshop 7.0 para narradores y guionistas

El diseño es de Ubé
"Yo, como filólogo”, me explica esta mañana en un email Pánfilo, “estoy muy interesado en el lenguaje de la calle, en el de las series de televisión y en el de los programas de radio”. Este Pánfilo, que no es nada mío, ni mi “álter ego” ni mi apócrifo porque yo no tengo ni excelencia ni obra suficiente para permitirme esos lujos, me ha elegido como destinatario de sus mini ensayos de cortar y pegar, sobre todo desde que cortó con Pánfila, su novia del Facebook. “Me distraigo mucho con las series del photoshop, como yo las llamo, que son esas que cogen tres muebles de época del rastro, dos cortinas y unas botellas de vidrio almohadillado llenas de nestea y les colocan en medio la foto animada de actores vestidos con un chaleco metido por dentro del pantalón y un sombrero imposible o con un abrigo de imitación de marta cibelina y ya estamos en el año 1943; todo resulta un poco increíble. Da la impresión de que los guionistas y los productores de la serie no se han leído a Pérez Galdós. Ese sí que usaba bien el photoshop literario: los personajes novelescos que diseñaba para sus documentadísimos cuadros históricos, eran mucho más verosímiles que Isabel II y toda su corte real”. La reflexión de Pánfilo, de profunda que es, me agota y me tengo que ir a la cocina a preparar un bizcocho, el más sencillito, el del yogur con la receta de Gallina Blanca, para despejarme y poder seguir leyendo. Programo el horno a 180º, 35 minutos, y me vuelvo al ordenador. “Yo como filólogo”, me insiste, “te puedo decir que "Amar en tiempos revueltos" está plagada de anacronismos, ayer un personaje de 1954 utilizó la palabra 'frustrante' que, según la Real Academia, no empieza a usarse en español hasta 1996”. El avisador del horno comenzó a pitar en ese momento. Le metí al bizcocho una aguja de las de punto para ver si estaba hecho. No lo estaba. Le programé 5 minutos más, el tiempo que necesité para decirle a Pánfilo que llevaba toda la razón pero que probara a repetir en voz alta “Yo, como filólogo”. Suena exactamente como el graznido de un pavo. Prueben ustedes y verán que es cierto.

martes, 1 de febrero de 2011

Las guindas del Monasterio


Árbol, en San Millán de Suso, foto de Graciel.la
Una de las cosas que más me gusta de las comedias americanas de amor es cuando la chica o el chico dice: “me preguntaba si querrías cenar el sábado conmigo”. No es que esta frase de cortejo llegue a la perfección del Soneto para Elena de Ronsard, pero se le acerca en la intención. Me consta que Ronsard no consiguió nada de Elena con el soneto aludido –ni siquiera una denuncia por acoso versal- y la humildísima estrategia de preguntarse uno, primero, lo que en realidad se le debe preguntar a la otra persona, tampoco creo que resulte, si no quieren salir contigo. Pero si estás sólo, como me sucedió a mí en julio de 1999, cuando iba hacia Santiago en bicicleta, y ves una cosa que no entiendes, quizá se te ocurra preguntarte algo. Yo me preguntaba delante de los carteles de propaganda electoral de las elecciones autonómicas de junio, que me venía encontrando en la carretera, desde Nájera, ¿por qué los candidatos resultaban tan mayores, tan serios y tan feos? Y me lo seguí preguntando tumbado después de comer debajo del guindo que había, y que supongo que hay todavía, en la puerta del monasterio de san Millán de Suso. Bueno, si yo miro las fotos que me hice en aquella ocasión, tampoco puedo decir que mi belleza fuera indiscutible, pero yo no me iba a presentar a presidente de la Junta de la Rioja. No aspiraba nada más que a presentarme antes del día 25 delante del Apóstol, y a ser posible, vivo. Dejé de preguntármelo, y de descansar, 15 minutos después, porque llegó una furgoneta de la que salió una chica de unos 35 años muy hermosa y casi tan habladora como yo, a la que le trasladé mi inquietud. Era peruana, según me dijo, y publicista. Para mí que me la había mandado el Apóstol, a modo de milagro, para recompensarme por las veces que había hecho el camino, no siendo católico. Me explicó que los políticos salían todos feos en los carteles electorales por la misma razón que las top models desfilan todas serias. Las chicas, para no distraer la atención de los posibles compradores de lo importante: los vestidos que llevan y los políticos, para que los votantes no se vayan a pensar que tienen que votarlos por guapos o por simpáticos en lugar de por sus acrisoladas convicciones y por su insobornable vocación de servicio. No me convenció la mujer, ni me gustó que en ese momento saliera del coche su marido, que había estado durmiendo la siesta, dispuesto a visitar el monasterio. Al fin, esta misma mañana, en Facebook, un amigo me ha informado de que acaba de salir un libro en el que puedo encontrar respuesta a éste y a otros enigmas. Se titula: “Manual del candidato electoral”. Vale 17 euros. Al enterarme del precio, ha dejado de importarme por qué los políticos salen poco favorecidos en los carteles, ahora lo que me interesa de verdad, y no dejo de preguntarme sobre ello, es si habrá alguien -estando las cosas como están- que se gaste 17 euros en semejante libro.