En primera línea, y sentados, la buena gente
Las batallas que se dieron para desactivar el golpe de estado del 23 F las libraron muchas personas, algunas arriesgando sus vidas, pero la guerra de la propaganda la ganó el PSOE. Un partido que arrancó en el postfranquismo sin la historia de sacrificio y lucha del Partido Comunista contra la dictadura. Los nuevos socialistas, no disponían de una épica que oponer a la conseguida por Partido Comunista en los años de la postguerra y tenían que remontarse para obtenerla al Frente Popular y a la guerra civil. Tras la derrota, los comunistas anduvieron por el monte, mataron en el monte, murieron en el monte. Pero los socialistas - más bien los que iban a ser sus votantes- se refugiaron en El asturiano, el bar que regentan Manolita, Marcelino y su suegro, los incombustibles personajes de “Amar en tiempos revueltos”, serie que cambia cada temporada de secundarios, pero nunca de protagonistas. Y que si gana el PP cambiará de guión, pero no de hora de emisión. En esta serie los comunistas, más feos que la buena gente de El asturiano, no hacen nada más que preparar atentados sangrientos y vengativos, hablar en voz baja y rezumar bilis, mientras que la buena gente del exilio interior, los dueños de El asturiano, viven peligrosamente, teniendo que ocultar que votarán a un partido, que todavía no conocen, en las primeras elecciones democráticas, oyendo La pirenaica y regalando churros y raciones de queso a una clientela, con frecuencia, menesterosa. ¡Noble y comprometida resistencia de la croqueta gratis! No sabemos cómo sobrevive El asturiano, en épocas de crisis insostenibles, si sólo cobra las croquetas a los falangistas y a los brigadas chusqueros. Como diría un comunista cabreado y maledicente, gracias a los marcos de la socialdemocracia de Willy Brant.Pero la victoria de la propaganda del 23 F la consigue EL País y se la ofrece en bandeja al PSOE. Y a partir de ese momento el PSOE tiene una épica, porque ha tenido quién se la escriba. Y, tras las elecciones de 1982, el poder que le otorgan los votos. Y el poder pone en tus manos medios, no para que cuentes la Historia, sino para que consigas que tu historia parezca la única.