viernes, 27 de diciembre de 2013

Imagina 50 Excalibur

En las viejas sagas artúricas, Excalibur, la espada que da el poder al que la posee, es extraída de una piedra inculta en mitad del bosque. Sir Malory, el escritor inglés del siglo XV que consolida y canoniza las leyendas artúricas de Camelot y de los Caballeros de la Tabla Redonda, cristianiza totalmente la historia de Arturo, y el episodio de la extracción de Excalibur lo sitúa en el patio de una iglesia: la piedra inculta, ha sido esculpida, ha perdido las telúricas imperfecciones de cuando habitaba en los brumosos bosque precristianos y ha pasado a ser un cubo de Ikea, perfectamente tallado. Para entonces, el cristianismo se había engullido la mitología griega, convirtiendo a Eros en Jesús Niño y a Marte en un cruzado medieval. Del brumoso territorio de la infancia, les han llegado a 50 escritores 50 palabras, límpidas, como Excalibur, para que las domestiquen, las ahormen, las sometan, las esclavicen, las hagan florecer, las inseminen, las preñen, las explosionen, las esparzan, las diseminen… 
Eso es 'Imagina cuántas palabras', un libro que nos habla del mundo de la infancia, de la educación de los niños, de su sometimiento, de sus epifanías como personas adultas, y de las máscaras y disfraces que el tiempo y la vida en común les obligarán a llevar. Y también de la esperanza de que la luminosa ingenuidad de lo nuevo no desaparezca totalmente cuando el niño crezca. De la misma manera que las palabras que entregaron a los 50 domadores del lenguaje, han renacido en este libro, sorteado el peligro de la obviedad, como textos refulgentes, émulos de Excalibur, la espada de Arturo.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

El Poder, enrabietado

El místico Miguel de Molinos
El Poder, ahora en manos del PP, está enrabietado. Y arremete contra todo. Primero, como es habitual, contra las mujeres con menos recursos económicos que tendrán que volver a los sofisticados métodos de antaño para abortar. En tierra de vino: arrojarse desde lo alto de un barril de amontillaopara ehfaratá  (desbaratar) al ‘nasciturus’, por ejemplo; porque las mujeres seguirán abortando: las que dispongan de recursos, en clínicas impolutas de acá o de allá; y las que no, como puedan. En ciertos asuntos, las mujeres no hacen caso ni de curas ni de los gallardones ambiciosos que se sueñan presidentes gracias a los votos ultras. Hay un momento en que se plantan y las creyentes mandan a paseo a los curas. Se las oye decir, “yo creo en Dios, pero no en los curas”; a partir de ese momento, como los místicos, deciden relacionarse directamente con su dios y seguir acudiendo a los templos. Y las no creyentes, aun pasando de catecismos,  seguirán celebrando todo lo que haya que celebrar en las iglesias. Se casarán en ellas, serán despedidas en ellas, en la hora del tránsito final,  llevarán a sus hijos a las iglesias para que hagan la comunión y se los confirmen; harán de damitas de honor en las bodas de sus amigas, les cantarán a sus novios, acompañadas de coros rocieros, que los quieren mucho, contentas de retirar de la calle a un macho itinerante y trotamundos. Porque hay algo de decoroso, de cándido, de perfumado en el ámbito milenario de las iglesias. Y hay en ellas un culto a la palabra, al lenguaje, a las  prosodias dopantes de las letanías, del salmo y de los rosarios que ha seducido de siempre a la mujer. Sherezade, cuando llegó de Oriente, se refugió en el sagrado de las basílicas, escudada en el lenguaje, en las leyendas, en los cuentos piadosos, para protegerse momentáneamente del tajo embrutecedor de lo cotidiano o del cerco indesmayable del deseo del hombre. Pero el Poder, que ya no se atreve a salir a la calle -y menos cuando la subida de la electricidad  las llene de gente que huya del frío de sus casas-, y que tiene los despachos ocupados por los jueces, no sabe ya dónde meterse. Y, endemoniado, el Poder arremete contra manifestantes pacíficos que le arrojan a la cara los huevos podridos que engüeró en sus miserables operaciones de enriquecimiento propio y empobrecimiento ajeno. En su delirio, inventa multas, penas, delitos para quitarse de la cara el pegajoso escupitinajo de la denuncia y el desprecio públicos. 

jueves, 19 de diciembre de 2013

Macedonia de textos

Bolan
Ayer en la barra de un bar, un conocido me preguntó por mi manía de escribir artículos en los que se relacionan cosas que aparentemente no tienen nada que ver las unas con las otras. Me sorprendí porque, como Montaigne, no pensé que mis reflexiones pudieran suscitar interés fuera de mi familia. Creo –y este dato no interesará nada más que a los alumnos que estudiaron, en los 70, en los libros de la editorial Bruño de los Hermanos de la Salle- que fue el profesor Alain Rausch, responsable de la colección de Lengua Española de esa editorial, y  lector a la sazón de la Universidad de Granada, el que me enseñó a juntar textos dispares. En concreto, en el tema 11 del libro de 8º de EGB, dedicado al Arte y escrito al alimón con mi hermano Joaquín, la mescolanza resultaba arriesgada. Utilizamos cuatro textos heterogéneos, uno que hablaba del estreno de Bernarda Alba en Estocolmo, otro del grupo musical  T.Rexy de su líder de Mark Bolan, un tercero, sobre la muerte de Picasso contada por su jardinero y, de cierre, un poema de Alberti a los ojos de Picasso. Los estudiantes, gracias a nuestra elástica capacidad para relacionar unas cosas con otras, supieron en 1978 que Mark Bolan, era delgado, pequeño, delicado, con maquillaje, rímel en las pestañas, rojo en los labios y que actuaba vestido de chica: el perfecto representante del hombre objeto. Desencadenaba verdaderas locuras y delirios en sus actuaciones públicas. Bolan jadeaba, gemía, su voz se repetía como un eco, su cuerpo temblaba, su guitarra sonaba como dentro de una cueva, con un sonido muy metálico muy sofisticado al que los críticos calificaron de sexualizado. T.Rex logró colocar en el número uno del hit parade internacional varios títulos, pero en 1973 20th Century Boy superó todos los récords. Pese al éxito de ventas de nuestros libros, los Hermanos de la Salle no volvieron a contratarnos: les turbaban nuestras macedonias textuales. Ni siquiera cuando les explicamos que nuestro inspirador último era el Dios de la Biblia, cedieron. “Nada más misceláneo”, argumentamos, “que el relato bíblico donde hay piedad, compasión brutalidad, sexo, espionaje, tiros de arco, viejos verdes, doncellas recatadas, Magdalenas pedicuras, bulliciosos sanjuanes, centuriones avinagrados, higiénicos Pilatos… y, todo, en la misma obra y dictado por el mismo autor: el Padre Eterno”. No entendieron que, hasta cuando nos poníamos metrotextuales, copiábamos de Yahvé.

jueves, 12 de diciembre de 2013

El soterramiento del alcalde

F.F.G.
Fernando Fernán Gómez, en 2006,  concedió una entrevista en la que, entre otras cosas, explicaba por qué iba casi todos los días a los bares de alterne hasta las tres de la madrugada. Cuenta el actor que al poeta, y gran amigo suyo, García Nieto, le resultaba extraño que frecuentara esos lugares. “¡Pero bueno!”, le dijo Fernando, “¿hay un sitio mejor en el que se pueda estar hasta tan tarde,  rodeado de señores  que van a ligar y de chicas que son la mayoría bellísimas, donde se puede beber, donde se puede tomar unos pinchos, unas cosas, donde toca la música, donde se baila? ¿Es mejor estar en casa, habiendo eso?”. Viendo en TG7 lo cómodo que el alcalde se sentía imponiéndole la medalla de oro de la ciudad a la Virgen de las Angustias, recordé las palabras de Fernán Gómez y tampoco imaginé ningún sitio, real o virtual, en el que el alcalde se pudiera sentir mejor que saliendo constantemente en la televisión municipal.  En este esplendoroso momento de laicidad que vive Granada, un alcalde democrático ha desplazado al arzobispo de las funciones de intermediario con la divinidad y, con familiaridad extrema, habla con la virgen y la toquetea e, incluso, la obliga a recibir medallas; a ella que debería ser la expendedora única de esos adminículos, y la compromete a trabajar por la ciudad y a hacer lo que él es incapaz de llevar a cabo. Los votos dan para mucho, convierten al beato de agua bendita y vela, en teólogo campechano,  a los diputados en filólogos, capaces de inventarse un gallego para tontos o de convertir  en lengua al valenciano, dialecto del catalán;  y  a los funcionarios de la queja y la sospecha en historiadores capaces de redactar una lista exhaustiva de los agravios de España a Cataluña. Hay que agradecerles que el pecado original y los agravios anteriores a 1714, hayan quedado fuera. Volviendo al alterne y a TG7, ¿ustedes no mantendrían abierta una televisión, hasta altas horas de la madrugada, en la que la programación se la rellenan de balde las cofradías y el Granada, C.F., dos asociaciones de poderosa acción cultural? ¿Un medio donde tú puedes aparecer cuando quieras, como místico obnubilado por el incienso, rodeado de gente guapa y del arzobispo que, perdido todo su poder, aprovecha estos eventos para simular que todavía pinta algo?  Sólo la Virgen puede devolver el poder a Monseñor si, enfadada de tanto manoseo, sotierra al alcalde a su paso por Granada.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Soterrar al alcalde

Las imágenes empiezan a no estar cómodas
La Virgen de las Angustias está cabreada con el alcalde que es un posesivo y le marca camino y le asigna tareas sin consultarla y le pone medallas cuando ella es la que debería, una vez evaluados los méritos de los sujetos, asignarlas a las personas adecuadas. Sobre todo, lo que más le molesta es que toquetee su libre albedrío y le coarte su libertad. Se ha quejado a su hijo de que se le está faltando al respeto. Ha iniciado los trámites para soterrar al alcalde a su paso por Granada.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Pequeños ajustes

Portada de la revista "Lecturas"
Laura y Ernesto vieron realizado por fin su sueño dorado cuando el gobierno trasladó al diplomático a Paris. Los primeros días, el matrimonio los dedicó a los museos. Después a los cabarets, donde Ernesto se agitaba en su asiento, con los ojos brillantes, mientras Laura, un poco anonadada, abría desmesuradamente los suyos.  Tras unos días de comer en todo tipo de restaurantes, la pareja tuvo que plantearse poner casa. Tuvieron la suerte de encontrar una monada de apartamento en la Rue des Dames. Puesta la casa, Laura y Ernesto se trasladaron desde el hotel. Y entonces  comenzó para ellos una era de pequeñas dificultades. En París, sólo los verdaderamente ricos pueden tener una sirvienta interna.  Se tuvieron que contentar con una por horas para las labores más rudas. Pero las menos rudas y tal vez más molestas, por minuciosas, tuvieron que repartírselas ellos. Laura guisaba, pero no disponía de tiempo para la compra. “Aquí los hombres”, advirtió a Ernesto, “hacen la compra. Tú puedes traerme algunas cosas al volver de la oficina. La fruta, los huevos, ¿comprendes?”. Otro día que Laura no conseguía empanar unas croquetas, le dijo  sofocada a su marido: “Podrías ir poniendo la mesa, riquín, si no vamos a comer muy tarde…Yo he visto a ese señor de la perilla gris de al lado poniéndola”. Ernesto, comprensivo, extendió el mantel y puso los platos. Sólo cuando Laura le pidió que sacudiera la alfombra en el balcón, Ernesto objetó que esa tarea comprometía su prestigio como agregado de embajada.  ”Tú la sacudirás,  vidita… para los vecinos no eres nada más que un maridito más”. Ernesto le contaba a un amigo de confianza mientras bebían cerveza que cuando se decidió a hacer lo que se le pedía comprobó que las manos que tremolaban las alfombras desde los balcones eran masculinas. “La concesión a la mujer”, dijo el amigo sonriendo, “es la virtud del hombre francés”. “Pero mis concesiones, por mucho que influya en mí el ambiente, no pasarán de aquí. Mi mujer es de Granada”, concluyó el diplomático.  Esta historia la cuenta Sara Insúa en el número de agosto de 1936 de la revista Lecturas, publicación de tendencia liberal que, ajena a la guerra salvaje que enfrentaba a los españoles, suministraba aquel verano a sus lectoras literatura de la buena y sugerencias sobre pequeños ajustes en la convivencia matrimonial. Tras la victoria rebelde,  la Sección Femenina devolvió a la mujer española a la sumisión sostenible.