domingo, 28 de octubre de 2018

¿Las hermanas del baptisterio de las Gabias candidatas del PSOE?

¿A quién no le va a gustar un imperio socialdemócrata?

La intervención de Pablo Casado el sábado en Sevilla es una demostración clara de que no se puede ser malo ni bueno permanentemente ni acertar o errar siempre. Ha afirmado una verdad tan grande como el baptisterio romano de las Gabias. Ha definido la democracia andaluza como "una democracia clientelar y corrupta", tras casi 40 años de gobiernos socialistas. ¡Qué bien dicho! ¡Qué síntesis más adecuada! Se ve que ahí se le acabó la cuerda de la verdad y entró en el terreno de las posverdades a medias. Porque Pablo Casado, como todos nosotros, y aunque se empeñe en demostrar insistentemente lo contrario, es un poquito bueno y, tambien, un poquito malo, como diría mi querida sobrina Marta. Todavía no conocemos las listas electorales y ya adelanta que el PSOE andaluz va a presentar a Torra, a Otegui y al mismo Pedro Sánchez para parlamentarios andaluces. Él sabrá por qué lo dice y quién se lo habrá chivado. Si él lo dice, será verdad. Pero me molesta muchísimo que haya olvidado a los hermanos que enseñan y conservan el baptisterio romano de las Gabias. No concibo un parlamento andaluz sin que estas personas ocupen un escaño en la futura bancada socialista. Se lo han ganado a pulso. Sólo tendrían que cambiar la frase que repiten siempre que enseñan el baptisterio a los turistas. Y en lugar de decir "¿A quién no le va a gustar un imperio romano?", como vienen preguntando retóricamente, tendrían que inquirir, en la campaña electoral que se nos avecina:  "¿A quién no le va a gustar un imperio socialdemócrata?". Seguro que la emperatriz Susana, con esta ayuda, volvería a ocupar el trono y a conservar su imperio andaluz. 

miércoles, 10 de octubre de 2018

La edad de la inocencia


De película de miedo
Susana Díaz con su convocatoria de elecciones al parlamento andaluz ha clausurado la edad de la inocencia. Pronto se convocarán más elecciones. Es lo bueno que tiene el sistema democrático que cada cierto tiempo se te perdona que hayas votado a partidos ladrones, racistas, veletas, sin ideología, clientelares; plagados militantes que se pagan las juergas y las bebidas, a costa del común. Las elecciones ponen de nuevo a los votantes ante la tesitura de taparse la nariz y convertirse en colaboradores necesarios, en cómplices de los errores y horrores del pasado, o de abandonar, en un rasgo de honestidad democrática, a los que se conjuraron para enriquecerse, al tiempo que ayudaban a enriquecerse a otros, y provocaban el empobrecimiento y la desgracia de la mayoría de la población (no me atrevo a usar la palabra gente porque es palabra de señoritos o de caseteros ni ciudadanos, porque, junto con toda la terminología democrática, ha sido enlodada por los que debieron mantenerla limpia). Sólo me queda población o contribuyentes. Ni españoles ni catalanes ni vascos ni gallegos son nombres a los que se pueda acoger uno de cómo nos los han dejado los patriotas sinvergüenzas de cada una de esas patrias-casetas de feria. Al votar ahora, nadie podrá alegar que no conoce las tropelías del partido al que va a otorgar su confianza, porque han sido suficientemente dadas a conocer. El votante asume, pues, la historia reciente de la formación a la que va a dar su confianza. Recuerdo con horror la pintada más cobarde, el eslogan más inmundo de cuando ETA  asesinaba. A veces, en las paredes de Euskadi alguien escribía: “¡Eta, mátalos!”. Lema que convertía a los etarras en sicarios y a los autores de las pintadas en inductores cobardes de un crimen que ellos no tenían el valor de cometer. A partir de los próximos comicios, los votantes deberíamos sentirnos responsables de los emigrantes rechazados, de los ancianos no atendidos, de los enfermos que murieron esperando atención médica, de los desahucios, de los másteres conseguidos por enchufe, de los doctorados plagiados, de los sueldos en negro. No habremos sido nosotros los autores materiales, pero sí habremos puesto con nuestro voto en manos de sicarios electos las  armas que les otorgan poder para hacerlo. Será imposible que sigamos pensando que somos inocentes.

jueves, 4 de octubre de 2018

Leer fuera del tiesto


Jesús y su mascota
Un amigo me ha pedido que cuelgue en el Facebook las portadas de siete libros que, “ayer o hace 50 años”, me hicieran tilín o tolón. La primera portada que he publicado es la de una novelita del FBI que conservo de cuando vivía de niño en el Paseo de la Bomba de Granada, titulada Acepto tu reto. Y tirando de esa portada han salido preciosos frutos del cesto de los recuerdos de la red: ¿Qué leíamos los niños en años de escasez, vigilados y dirigidos por el canon literario y la escuela? ¿Quiénes escribían esas novelas de aventuras? ¿Por qué sus autores utilizaban pseudónimos? Algunos eran escritores “rojos” de renombre, obligados al anonimato. Leíamos todo lo que caía en nuestras manos, hasta a los clásicos.  La novelita está muy manoseada y marcada para no repetir su alquiler. Las cambiábamos en puestecillos de la Bomba, del barrio de San Matías o de la Cuesta de San Gregorio.  Ayer por la mañana publiqué la segunda portada: la del Catecismo de la Doctrina Cristiana de Ripalda, un opusculito al que tengo que agradecer mi radical despego de catecismos y libros de autoayuda y desarrollo personal.  Aunque confieso que alguno de ellos –concretamente, el Manifiesto programa del PCE-  incluso terminé explicándoselo a los camaradas de la Campiña montillana, cuando -cosa rara en España- muchos partidos se pusieron de acuerdo para hacer una transición sin muertos ni venganzas. Pero lo hice sin vocación y sin entusiasmo, asépticamente, pero con las técnicas pedagógicas más avanzadas. Quizá me ayudó a no ponerme estupendo y a respetar al adversario político (¡no había otra!), una novelita deliciosa que leí en el internado, debajo de las mantas de la cama, alumbrado por una linterna. Era la historia de un alcalde comunista y de un cura que hacían lo posible por llevarse las almas y los votos a sus cielos particulares, pero en una “entente cordiale”. Hoy, debilitado el canon literario y desaparecida la censura eclesiástica, los lectores no se han inclinado por Góngora ni por Quevedo, sino por best sellers llenos de sexo, jacuzzis y velas. Se lee fuera del tiesto, pero se lee bastante más que hace 50 años. Urge volver a la escasez. Prohibir los clásicos;  y los chicos los leerán cautelosamente bajo la colcha, con miedo y delectación. Ya estamos viendo en Cataluña cómo prohibir el referéndum está contribuyendo a la multiplicación de los independentistas. Prohibir los libros canónicos disparará su lectura.