A veces disfruto mostrándome displicente con la alta cultura. La alta cultura es una cosa de músicos pintores, filósofos, teólogos y gente de letras. Libros, cuadros, esculturas, sinfonías, melismas, pífanos y clavicordios. Su valor máximo: la creatividad; el mayor pecado: el plagio. En torno a los creadores y sus obras, proliferan una legión de comentaristas, hermeneutas, exégetas, señores de la nota a pie de página, de la apostilla y la glosa. A veces, parece que el aparato filológico o interpretativo de los textos sagrados es más importante que los mismos textos. Y es que de ese oficio vive mucha gente. Más o menos como pasó con los pecados y los traumas, que no existieron hasta que no se inventó la confesión o la carrera de psicología. Y os lo dice uno que ha vivido de explicar textos. Los que explicamos textos tenemos una palabra mágica que los sacraliza. La palabra es imprescindible. Y se la atribuimos a alguna divina comedia, a algún soneto de Petrarca o la obra de un genio alucinado como Céline.Aunque me parezcan corporativos y hasta ridículos aquellos que tildan de imprescindible un verso, un poema o un cuadro, confieso haber caído en este sacralización de objetos de cultura en más de una ocasión. Imprescindible me pareció lo que Dante dijo sobre el amor, pese a que el florentino no conocía la neurociencia ni a Freud ni a Lacan, afirmó que el sexo era una fuerza tan poderosacomo la que mueve al sol y a las estrellas. Cervantes escribió una obra sabia, sin saber nada de física cuántica y el poeta italiano Salvatore Quasimodo –sin ser un Einstein- definió con acierto lo que es la felicidad: un rayo de sol que atraviesa fugazmente nuestra soledad, y que por un momento congela el continuo espacio-tiempo, antes de que nos borre la oscuridad de la noche. Pese a mis contradicciones, estoy convencido de que el arte antiguo era religioso, fundamentalmente, y de que el arte moderno ha de ser irónico. O sea, que la alta cultura o se cachondea de sí misma o es una pura ridiculez. Ni nos salva de morir ni nos salvó del Holocausto. Soy estudiante de segunda generación: mi abuelo era cerrajero, mi padre abogado y yo un descreído. Preparado para reírme de lo más sagrado. No respeto ni el Polifemo de Góngora y, lo que es peor, a veces me sorprendo riéndome de mi propia petulancia.
jueves, 25 de enero de 2018
miércoles, 17 de enero de 2018
Violencia difusa, muy presente
Fruto infrecuente
domingo, 14 de enero de 2018
Insultos en serie
Mujeres con burka
Noto una enorme pasión, una implicación máxima, en los lectores de best sellers, en los seguidores de series o en los apóstoles republicanos. Como a veces piso charcos. O mejor, como me gusta pisar charcos para agitar las aguas y ver lo que se mueve en el fondo del océano que es cada persona, me atreví a decir, hace años, que Zapatero era un macho alfa, tras eliminar el Ministerio de Igualdad de Bibiana Aído. Cuando pisé este charco, recolecté una cascada de insultos de militantes socialistas. Pero peor me fue cuando me atreví a sugerir que Reyes Monforte, la periodista autora de dos novelas detestables, Un burka por amor y La rosa escondida, no escribía novelas, sino melodramas ginecológicos muy mal zurcidos. Los profesores que habían disfrutado leyendo esos productos subliterarios de bajísima calidad, y que los habían recomendado en clase a sus alumnos, me tacharon de envidioso, de escritor sin lectores. Los más encendidos llegaron, incluso, a desear que mi madre hubiera interrumpido el embarazo antes de dar a luz un monstruo como yo. Pero lo peor estaba por llegar. Cuando propuse, en un artículo que tuvo cierta repercusión en las redes, como medio de animación a la lectura, que las adolescentes se tatuaran en su cuerpo poemas y textos clásicos -cosa que ya venían haciendo, seguramente con la secreta intención de que no nos olvidáramos de Garcilaso-, un lector de Euskadi dio a luz una denigrante metonimia eyaculatoria y me llamó "semen caduco". Quizá este haya sido el insulto que más impacto me ha causado porque me obligó a evaluarme de nuevo como semental. Los aficionados a las series también son algo retestinados y fundamentalistas. Forman como una secta religiosa, con todos los defectos y virtudes que exhiben los miembros de estas corporaciones. Son proselitistas y selectivos. Solo dentro del grupo de seguidores de ciertas series hay salvación ética y estética. Yo, en cuanto un amigo me pilla en falta, y se entera de que no he visto su serie favorita, corro a verla para no perderlo y poder seguir hablando con él de algo. A veces los amigos se exceden y te mandan un nutrido ranking de las series estrenadas en el 2017 que ellos consideran "imprescindibles". Todas extranjeras. Ni siquiera, Servir y proteger de TV1.viernes, 5 de enero de 2018
Tres Reyes y una drag queen
Las buenas historias perviven durante milenios. Y más, si son capaces de adaptarse a cada época, conservando lo esencial y admitiendo ligeros retoques. A nadie extrañaríaque la estrella que guía a los Reyes Magos hasta el Nacimiento, en lugar de con polvo de estrellas, iluminara su cola con lámparas de led. Son más baratas yseñalizarían igual el camino que lleva a Belén. En la Edad Media, los Reyes Magos no tuvieron inconveniente en compartir cama. Sin IKEA, las camas escaseaban, y las familias pobres solían dormir todos en el mismo jergón. En los conventos, los monjes compartían lecho, castos;blindados por su voto de castidad. Los manuscritos de la época contienen preciosas miniaturas en las que vemos a los Tres Magos, desnudos, durmiendo juntos. En el Libro de Horas de Taymouth (siglo XIV), uno de los Reyes, que no sabe dónde meter los brazos, por lo estrecho del colchón, termina rodeando con ellos, fraternalmente, al que duerme a su lado. La iconografía medieval se inspira en el relato de Mateo, 2, 2-12, en el que un ángel insta a los Magos a salir pitando sin descubrir a Herodes, el infanticida, dónde ha nacido el Mesías. Este último versículo fue representado por los artistas del Medievo en multitud formatos y soportes. Una escena menor que no aparecía en retablos mayores, pero que, en cambio, sí lo hacía en capiteles, frisos, salterios y vidrieras. La licencia del autor escocés del Libro de Horas, mostrándonos a unos Reyes ambiguamente apretujados, en pleno sueño reparador, después de una larga jornada en pos de la estrella, vino a reforzar la leyenda no a eliminarla. Y es que hay quien acaricia el sueño de que lleguen de improviso unos desconocidos con regalos maravillosamente inútiles para el caso, en lugar de con una caja de bastoncillos para desatascar la nariz del bebé o con toallitas impregnadas de aloe vera. El que, en Vallecas,una carroza transporte, cerca de los Magos, a una dragqueen, no acabará con los sueños de los niños vallecanos. Ni el mismo Amazón, que ahora hace de pajecillo de Sus Majestades, repartiendo juguetes, desengañará a los niños.Porque los niños inauguran el mundo y lo pintan con los mismos colores de sus sueños. Ajenos a la zafia obviedad de los mayores.
Resumen: Los Reyes Magos son indestructibles porque están hechos de la misma sustancia que los sueños
martes, 2 de enero de 2018
¡Toma!, ¡por Catulo!
En el día de la Toma; dedicado a la cabra de la legión, al concejal que enarbole el pendón, a los moros, a los cristianos, a los granadinos que viven de los monumentos que construyeron los árabes y que, pese a todo, celebran su derrota, cuando de haber seguido en nuestra ciudad -los moros-, disfrutaríamos de varias alhambras más y por tanto del triple de turistas que hoy. A las berenjenas fritas, a los boqueroncillos en vinagre, a todas y cada una de las tapas que se servirán hoy en los alrededores de la plaza del Carmen y que harán que los comerciantes que las venden se sientan cada vez más identificados con la Toma. Para todos ellos, esto versos de Catulo. Porque tengo yo hoy el cuerpo de Catulo y porque hay formas de diversión y placer que no necesitan de tanto pendón y tanto pífano:
y las murmuraciones de los viejos amargados,
que nos importen un pimiento.
Oscurecerá y amanecerá día tras día,
pero nosotros, cuando se apague nuestra luz tan breve,
dormiremos en una eterna noche.
Bésame mil veces, y después otras cien
y de nuevo mil veces, y de nuevo otras cien
y después mil besos más, y otros cien otra vez,
y, cuando miles y miles de veces se cumplan los besos,
no llevemos la cuenta precisa, que no la sepamos,
para que ningún malvado pueda maldecirnos
cuando sepa la cantidad de veces que nos hemos besado
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