domingo, 28 de junio de 2015

Hay un hombre en España que lo hace todo

Mejide, examina a Monedero
AHORA se puede ser intelectual de nuevo, tan sólo con que Risto Mejide te siente en su rincón de pensar. Esta actividad ha estado últimamente bastante desprestigiada. El siglo XX demostró que la cultura, la sabiduría, el conocimiento, no todo el mundo lo usa bien. El país más culto del mundo, Alemania, ha sido de siempre patria de filósofos, científicos e intelectuales de prestigio, que no pudieron o no supieron o no quisieron evitar que la idea de eliminar a judíos, gitanos, polacos, comunistas, enfermos… germinara en la cabeza de unos salvajes y, lo que es peor, que esa idea tomara cuerpo en un proyecto asesino que se llamó 'La solución final' que se puso en práctica con notable éxito. Después de Auschwitz ha sido difícil presumir de intelectual o escribir poemas o diseñar planes de mejora de la Humanidad, sin que recayera sobre la cabeza de los intelectuales la sospecha de que lo hacían en su beneficio y en contra de los demás. La Cultura -y los intelectuales, desde la Ilustración, son los sacerdotes de esa nueva creencia- se han convertido en un bien más, del que se presume, que se exhibe, como un buen coche, un diamante, un yate o el cadáver de un elefante recién abatido. Ciertos "movimientos de liberación", también con un armario lleno de cadáveres, han concedido, de siempre, una gran importancia a la Cultura y a sus creadores y predicadores. "Ser culto para ser libre", era su lema. Aunque en España, ahora que tenemos a miles de licenciados sin trabajo, hemos comprendido que puedes ser una lumbrera cultural y, al mismo tiempo, un esclavo, laboral. El título de "Intelectual", prestigioso o desprestigiado, no se da en ninguna universidad ni lo conceden los jesuitas ni la FAES de Aznar. El título lo concede la gente, que es la que empieza a decir, cuando se topan con uno de ellos "por ahí va un intelectual". En las redes sociales ser intelectual no es un mérito. Si te dedicas a colgar en tu blog o en tu muro de facebook tu tesis doctoral, por entregas o reseñas elogiosas de tus libros o tus artículos de periódico y luego desapareces y no interactúas con los amigos, no te comes una rosca. Y esto molesta a los intelectuales a la antigua que llegan a afirmar, como ha hecho hace poco, Umberto Eco que "el drama de Internet es que ha aprobado al tonto del pueblo como el portador de la verdad". Pero ahora, de nuevo, puedes ser intelectual, sin necesidad de que te lo reconozca nadie -quizá tu madre o, en el peor de los casos, sólo, tú mismo- , porque hay en España un hombre que lo hace todo, como canta el grupo Astrud, y se llama Risto Mejide. Si tienes la suerte de que te invite a su programa, Al rincón de pensar, sales ungido intelectual para los restos. Ahí está Monedero.

jueves, 18 de junio de 2015

Fuera de contexto

Leo en un diccionario que contexto  es el entorno físico o de situación, ya sea político, histórico, cultural o de cualquier otra índole, en el cual se considera –y se explica- un hecho.
Penélope acosada por los pretendiente
Si se pierde de vista el contexto en que se producen los hechos, se están descontextualizando y, para entenderlos, habrá que proceder a contextualizarlos, es decir, a situarlos de nuevo en su contexto. Contextualizar y descontextualizar son dos operaciones muy corrientes desde que se inventó la escritura y, autores anónimos, dispersos en el espacio y en el tiempo, trasladaron a los Grandes Libros las leyendas y saberes que se habían forjado durante miles de años de oralidad, sin escritura. No todo el mundo está seguro de que existiera Homero, el supuesto redactor de la Odisea y la Ilíada, ni de que la Biblia  la escribiese Yahveh de una sentada. El Corán fue escrito utilizando las notas que los discípulos de Mahoma recogieron de sus predicaciones en hojas de palma y huesos de animales. La operación de pasar todo el material de transmisión oral, desde que se inventó el lenguaje hasta que se inventó la escritura, supone una descontextualización notable. Sobre todo cuando se quiere que aparezca escrito por una sola mano o inspirado por una sola mente. Si asistes a una boda, alguien te lee una epístola de San Pablo, en la que se habla del amor, como si hubiera sido escrita por el apóstol cinco minutos antes para los contrayentes. Un hombre encorbatado, con una fea sortija en su mano derecha, explica en la televisión un versículo de la Biblia como si hubiera sido escrito media hora antes especialmente para los que le escuchan en ese momento. “Dice Mahoma, dice Yahveh, dice Homero”… Autores desconocidos, que escribieron en contextos lejanos, recogiendo leyendas dispersas, inventadas durante miles de años, son a diario contextualizados y descontextualizados para ofrecerlos como muñidores de las verdades eternas que dan sentido al deambular de este rebaño desnortado, de origen incierto, que es la humanidad. De contextualizar y descontextualizar esas supuestas verdades, esos hechos ocurridos supuestamente hace miles de años,  han vivido los santos padres, los misioneros, los ulemas, los profesores, los exégetas, los predicadores, los vendedores de biblias, los vendedores de libros. También los políticos. Cuando alguno mete la pata y por su boca salen barbaridades que en un momento dado le echan en cara sus adversarios, su primera línea de defensa consiste en afirmar que sus palabras, o sus hechos, han sido sacados de su contexto e, inmediatamente, procede a ordenarlas, según su interés, en un discurso tan coherente, tan verdadero, tan lineal, tan verificable como el del Corán, el de la Biblia o el de la Ilíada. Nada nuevo. Todavía vivimos en tiempo de leyendas. Contextualizando y descontextualizando constantemente.

jueves, 11 de junio de 2015

Fervor rentable

Cuenca, del PSOE, fervoroso
He asistido últimamente a varios entierros y a alguna Primera Comunión. Y me he dado cuenta de que, en clase pobre y a título personal,  mi comportamiento en esas ceremonias ha sido semejante - aunque no haya usado un chaqué como el de los munícipes para no parecerme a un novio de reboda-, al de Paco Cuenca, Pepe Torres o Juan García Montero en la procesión del Corpus. No creo que Granada sea una ciudad levítica y santurrona. Por el contrario, estoy convencido de que  la ciudad vive en un venturoso paganismo, con miles de ídolos, en el que la gente” (“como diría Podemos) le ha arrebatado a la Iglesia Católica todos sus símbolos y ritos y los pasea triunfante, competitiva y arrogante por las calles “tomadas”.  Porque todo el empeño de la casta sacerdotal, desde Moisés, en quedarse con la administración de lo sagrado, se ha venido abajo y que ahora los sacerdotes, los que reciben las partes del cordero del sacrificio religioso, los diezmos y primicias,  son los hermanos mayores de las cofradías, los cofrades, los costaleros y todos los figurantes.  Hay una poderosísima industria de complementos religiosos que va, desde la costosísima corona de una virgen,  hasta el último alhelí arrancado del florido pensil de los viveros para adornar los pasos, que da de comer a mucha gente, en una ciudad que vive de la Sierra, de la Alhambra y de las procesiones. Los curas hacen todo lo posible en las ceremonias para que se les vea entre la multitud que les ha arrebatado las herramientas de santificación, pagándoles, a cambio, un módico precio. Pero ellos ya no dirigen ni controlan. Simplemente, decoran. El clero traga porque si no, se queda sin público, y el público los soporta, porque sin el clero, se quedaría sin brillo ni protocolo (que es como se llama ahora a la liturgia).  En eso llegan Cuenca, Montero y Pepe Torres,  a los que nunca se les ha visto entrar en una iglesia a rezar solos, sin fanfarria, alboroto y fajines, y se dicen,  como los curas, “aquí están los votos, aquí está la gente,  aquí están los que nos sustentan, ¿en dónde estaríamos mejor?”  Y se agregan a la procesión. No puedo juzgarlos con severidad. Simplemente, se han dado cuenta que ahora la medición religiosa, no es cosa del sacerdote, sino de la multitud. Ya lo decía al principio,  yo, que no soy creyente,  también he asistido estos días a primeras comuniones y entierros de familiares y amigos. Sin chaqué, pero con mi mejor ropica. Y me he levantado y sentado cuando lo pedía el protocolo de la misa, porque no quiero sentirme sólo, porque necesito de la gente, lo mismo que curas, alcaldes y concejales. Yo, para que la gente me quiera; ellos, para que la gente los mantenga.

jueves, 4 de junio de 2015

Los virgos zurcidos


El valor del virgo va más allá de su delicada textura de tegumento. El virgo es una de esas poderosas metáforas que, arraigadas en el inconsciente colectivo,  tienen más fuerza de realidad que lo que nombran. Alguien, antes del descubrimiento del ADN y del código de barras, encontró que el virgo servía de marca de propiedad, de precinto de lo no usado e intacto. También de llamada. De rótulo que informaba de que el cuerpo de la mujer era tierra de conquista y colonización. Todo eso es el virgo y mucho más. También es literatura, en la Celestina, uno de cuyos oficios, como informa Pármeno, el criado de la vieja alcahueta, a Calixto,  está relacionado con el himen: “Esto de los virgos, unos hacía de vejiga y otros curaba de punto. Tenía en un tabladillo, en una cajuela pintada, unas agujas delgadas de pellejeros e hilos de seda encerados y colgadas allí raíces de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y cepacaballo. Hacía con esto maravillas; que, cuando vino por aquí el embajador francés, tres veces vendió por virgen una criada que tenía”. Pero, ¡si fuera sólo esto! ¿A qué se refiere, sino al virgo, San Juan de la Cruz cuando en su poema “La llama de amor viva”? Allí, nos dice, sin decírnoslo: “¡Oh llama de amor viva / que tiernamente hieres /de mi alma en el más profundo centro! / Pues ya no eres esquiva /acaba ya si quieres, / ¡rompe la tela de este dulce encuentro!”. Pero es Cervantes, sin apartarnos del ámbito de la escritura más subida de estilo,  el que adelanta la prodigiosa historia de la virginidad recompuesta de Leticia Sabater, cuando, en capítulo noveno de la primera parte, nos habla de que “doncella hubo en los pasados tiempos que, al cabo de ochenta años, que en todos ellos no durmió un día debajo de tejado, y se fue tan entera a la sepultura como la madre que la había parido”. Pero no es sólo Leticia Sabater la que lleva el virgo averiado a que se lo zurzan. Las elecciones han servido de Celestina, componedora de hímenes, de muchas virginidades democráticas mancilladas por la corrupción, por el clientelismo, por la utilización de las mayorías absolutas, no para facilitar la vida a los contribuyentes, sino para impedir las comisiones de investigación, para redactar leyes de defensa de la usurpación, como es la Ley Mordaza, para salvar a los bancos y hundir a los ciudadanos o para mentir descaradamente, como se hace en Andalucía, donde Susana Díaz presume de haber blindado los servicios públicos, mientras se tiene a una anciana de 90 años sentada en un sillón de observación de urgencias 26 horas, antes de darle una cama, o donde se habla de la salvaguarda de la Educación Pública, mientras se le aplican recortes feroces en profesorado y medios. Muchos políticos, aun habiendo perdido votos e influencia, presumen ahora de su virginidad democrática recuperada. Pero al final, parece que vamos aprendiendo diferenciar los virgos zurcidos, de los intactos.