La procesión de la juez
Cuando la juez Alaya procesiona hacia su juzgado entran ganas de decirle, con Almudena Grandes, que “una madre de familia, con un empleo exigente, cuyo rostro jamás revela el menor signo de cansancio físico a las ocho de la mañana, o no es humana, o no es de fiar”. Casi lo mismo que le diría su confesor. Para feministas y católicas, la coquetería femenina es un “pecado”. “Ten cuidado, hija mía con ese pretendiente”, advierten progres y conservadoras a sus hijas, “y pregúntale antes de nada: ¿Te interesa mi alma o sólo mi cuerpo?”. Como las mujeres no tuvieron siempre alma, la sobrevaloran. Sí, cuerpo, por supuesto, porque si no lo tuvieran, no estaríamos aquí ninguno de nosotros. Los jóvenes aristócratas romanos y griegos tuvieron alma desde el principio y a educarla dedicaron sus esfuerzos los filósofos. Nadie les negó el alma a los varoniles nobles feudales, y los chicos burgueses del XVI nacían con el alma instalada de fábrica, pero ni los esclavos dispusieron de alma, ni el alma de la que disponían mujeres y siervos era de la misma calidad que la de los hombres libres del Medievo. Pero el capitalismo se la concedió a todo el mundo porque los nuevos trabajos exigían el concurso del alma de hombres y mujeres en la producción de manufacturas en serie. El progresismo vio en el alma desalienada la palanca de la liberación de los oprimidos y el catolicismo, en el cuerpo femenino, el agujero negro dónde se perdían los hombres y despreciaron el físico, como si pudiera haber un yo sin cuerpo.”Como si el alma fuera más 'yo' que el cuerpo”, afirma la tardo-feminista francesa Nancy Huston, “como si el cuerpo –cómo lo arreglamos, lo vestimos, lo peinamos, lo maquillamos y lo movemos- no llevara la marca de nuestro espíritu… Como si las miradas de adoración y las tiernas caricias que los hombres dedican a nuestros cuerpos no provocaran en nosotras efectos extraordinarios”. A Alaya, los implicados en los ERE la acusan de llevar el carrito lleno de trapos y maquillaje, mientras que suponen que las actuaciones judiciales van grabadas en una tarjeta Micro-SD, escondida en el pastillero del prozac. A Cospedal, tan limpia y bien planchada, los adversarios políticos la acusan de comprarse faldas y complementos con el dinero negro de Bárcenas. Hasta ha habido un estúpido que quiere privarnos de la golosina visual del cromatismo de sus cuerpos y propone que los servidores públicos acudan a sus trabajos con un uniforme de 20 €. ¡Daltónico!