jueves, 25 de agosto de 2016

Granada, cerrada para todos

En Granada, Anna tendría que esperar
"NUEVO revés en el AVE", leo en el periódico de la cafetería donde desayuno. Por lo visto la adjudicataria de Loja solicita a Adif la rescisión del contrato. Esto en el siglo XIX hubiera sido una auténtica catástrofe e, incluso, en el XX; porque la acción de grandes novelas del ochocientos y de muchas películas del novecientos, se inicia en una estación de tren o transcurre en sus vagones o finaliza en un andén. Estoy pensando, por ejemplo, en El Golpe, filme en el que Paul Newman y Robert Redford despluman a un rufián en un vagón de ferrocarril. Según George Eliot, pseudónimo de la novelista inglesa Mary Anne Evans (1819-1880), al principio, no todo el mundo estaba de acuerdo en las ventajas del ferrocarril. En su novela Middlemarch ha dejado constancia de ello: "Alguien os ha dicho que el ferrocarril era una mala cosa y eso es una mentira; puede hacer un poco de daño, aquí y allí, a esto y a aquello… Pero el ferrocarril es una buena cosa". 

Yo no le veo nada más que ventajas a que no llegue el tren a Granada. Así viajamos por la provincia. Hace unos meses quise ir a Sevilla en tren (¡que capricho!). Un autobús me llevó hasta un lugar solitario, lejos de Antequera, donde se suponía que cogería un tren rápido; pues no, nunca llegó ese tren. Un nuevo autobús, en cuatro breves horas, nos llevó a la capital andaluza, entrando por todos los pueblos del Google Maps y en algunos desconocidos, incluso, por sus satélites. En mi interior se lo agradecí a todos los que han contribuido a que Granada no tenga tren: conocí mundo y, además, me dio tiempo a leer enterita Anna Karenina. Si la hubiese leído en el tren, al llegar a Sevilla, me hubiera tirado, imitándola, a las vías del ferrocarril. Ella, a causa de un amor tormentoso: yo, al constatar que en Granada casi todo es imposible. No teman, que no me veo yo suicidándome. Y eso que el Cielo tiene que ser mucho más cómodo que esta ciudad, pero una mudanza es una mudanza. "Sólo de lo negado canta el hombre, /sólo de lo perdido", escribe Agustín García Calvo en uno de sus poemas. 



Una Granada secreta, negada, inaccesible, sería mucho más deseada que esta Granada abierta que regala pródiga sus granos a todo aquel que se los solicita. El proceso de privatización de cosas que antes eran públicas va por ese camino. Granada en manos de particulares, sin comunicaciones, esquiva, terminará siendo visitada sólo por los que de verdad lo deseen. Aquellos sibaritas que quieran tomarse una Copa Moretto en Los Italianos o por algún politólogo de Wichita, empeñado en redactar un ensayo sobre la clase política más ineficiente de una ciudad de provincias, a comienzos del siglo XXI, en España. Si hacemos que llegue el AVE, nos cargaremos este paraíso.


viernes, 19 de agosto de 2016

Apatrullando la nube

¿Y el alma?
Algunas mañanas, para hacerme perdonar mis pecados de todo género, apatrullo la red, para suministrarle al Observatorio de la Memez de la junta material sobre acoso. En mi labor de Mata Hari, a tiempo parcial, he encontrado esta mañana en la nube la foto de arriba, tomada ayer en la Feria de Málaga. Los profesionales de la fotografía le llaman a esta perspectiva de "vista de gusano", porque la cámara se sitúa casi en el suelo. Me temo que el profesional no haya caído en la cuenta de que, desde este ángulo, casi no se percibe el alma de alguno de los personajes fotografiados. ¿Terrorismo fotográfico? Como poco. Que los Grandes Inquisidores, vestidos de morado* desde la fundación del Tribunal,  decidan y corrijan al réprobo.

*El morado



Bueno, 50 o 60, que para el caso da lo mismo

jueves, 18 de agosto de 2016

Federico García Lorca, en la penumbra

Así, no
LA noche del 25 de agosto de 1994, tuve la suerte de asistir a la celebración del cincuentenario de la Liberación de París. Organizaron los parisinos una fiesta en la que los únicos que se mostraban alegres eran los viejos ex-combatientes americanos que habían venido con sus nietos a celebrar su participación en aquel acontecimiento y algunos republicanos españoles, de los que entraron en la ciudad a bordo de los tanques de la División del general Leclerc. Una procesión de actores profesionales bajó desde la plaza de Denfert-Rochereau hasta la del Hôtel de Ville, escenificando los últimos días de la ocupación alemana. Los malos formaban, según se podía leer en el programa de mano, el ejército de las sombras -¿los alemanes, los colaboracionistas franceses?-, y eran derrotados por los buenos, el ejército de la luz -¿la resistencia, el buen pueblo de Francia?-. Los organizadores -cincuenta años después-, no podían llamar a las cosas por su nombre: no se atrevieron a ponerle a cada facción sus uniformes y a declarar paladinamente que gran parte de la población de París se cruzó de brazos ante la ocupación nazi. Pero los historiadores aprovecharon la ocasión para avanzar en el estudio de las causas de la colaboración de muchos franceses con Hitler. 

80 años después de la muerte de Lorca, Ian Gibson, el hombre que más sabe de eso, declara que todavía no se conocen las circunstancias de su muerte. Y que sería, en su opinión, más interesante conocerlas que saber dónde está enterrado el poeta. Todavía no se ha hecho toda la luz en este triste asunto. El homenaje que todos los años se le dedica en Alfacar al poeta asesinado y a los miles de granadinos fusilados en la Guerra Civil, tendría que ir acompañado de una investigación objetiva y concienzuda que esclareciese definitivamente las causas de aquella matanza y las secuelas que ha dejado en la ciudad. Sin miedo, con rigor, como hicieron en 1994 multitud de historiadores e investigadores franceses, al margen de los caramelizados actos oficiales. Liberemos a Lorca, a sus compañeros de suplicio, y a Granada, del ejército de las sombras que todavía los tiene secuestrados. 


Hay antropólogos diletantes que nos cuelgan el sambenito de la malafollá como propio de nuestra idiosincrasia, pero pocos reflexionan sobre si el mal carácter que mostramos, a veces, tiene algo que ver con esos problemas del pasado, enterrados y no resueltos. Si Granada aclarase, no quiénes integraban el ejército de la luz y el de las sombras en 1936, sino por qué la obra de su poeta está llena de expresiones de miedo y de cautela, se habría adelantado bastante. Saber si Federico se vería obligado, hoy, a escribir este sobrecogedor verso de uno de sus Sonetos del Amor Oscuro: "¡Mira que nos acechan todavía!"

martes, 16 de agosto de 2016

Teresa, no me niegues tu risa

Risus Paschalis

...niégame el pan, el aire,

la luz, la primavera,

pero tu risa nunca

por que me moriría.

(Con Pablo Neruda, en el corazón)

viernes, 12 de agosto de 2016

Los niños, a la vanguardia



ME gusta mucho lo que el vanguardista y surrealista francés André Breton dice, en 1924, sobre la infancia en su Primer Manifiesto Surrealista: "En la infancia la ausencia de toda norma conocida ofrece al hombre la perspectiva de múltiples vidas vividas al mismo tiempo; el hombre hace suya esta ilusión; sólo le interesa la facilidad momentánea, extremada, que todas las cosas ofrecen. Todas las mañanas los niños inician su camino sin inquietudes". 
Es cierto, los niños inauguran todos los días el mundo. Son lo más contrario que uno pueda imaginar a la obviedad de los mayores. Me gusta su creatividad. Tengo un sobrino de 5 años que cuando se quiere meter conmigo, cosa que sucede con frecuencia, por los motivos que le doy y por su ingenio, prefiere utilizar un lenguaje de signos propio. Durante un tiempo me tuvo intrigado porque siempre que me veía, aparte de mirarme con ojos tiernos y de parpadear intensamente para desactivar mi agresividad por sus bromas, se tocaba con el dedo índice, primero la frente y luego el culo. Cuando me dijo que mi nombre era "Tonto del culo", puse cara de cabreo y le pregunté que cuál era el suyo. Inmediatamente puso el dedo para arriba, como se lleva ahora, para indicar éxito o que alguien es cojonudo. Pero la infancia, a diferencia de los mayores, sí sabe pactar. O entiende que tiene que pactar. Quizá sea ese el momento en el que el niño deja un poco de ser niño. Fingiendo estar enfadado, le pedí que me cambiara el nombre. He conseguido que unas veces me llame "Tonto del culo" y otras "don Magnífico", para lo que mueve el pulgar dos o tres veces hacia arriba. Estoy a acostumbrado a que la gente confunda mi nombre y el día de mi santo. La mayor parte de las 150 personas que según los sociólogos, alcanza uno a conocer y a tratar más o menos íntimamente a lo largo de la vida, me llaman Pablo, y no Pablo de la Cruz, que es mi auténtico nombre. Algunos familiares, muy religiosos, me felicitan el 29 de junio, día de san Pablo y me informan de que han ofrecido la misa por mí. Les he dicho que se equivocan.  Que no es mi santo, pero, obviamente, consideran que san Pablo, tiene más posibilidades de hacerme volver al redil, como quería mi madre, que un santo italiano que no conoce nadie. 

Tanto odio la obviedad de los mayores, sus manifestaciones trastornadas de zombis, repetidas hasta la saciedad por radios, televisiones, periódicos y por las redes sociales, el bucle letal y tedioso de elecciones al que nos han abocado, que últimamente sólo aguanto la obviedad sagrada de las preces de Radio María y la variedad infinita de piruetas que combinan los niños de la guardería que hay enfrente de mi casa. En el recreo me gritan, mientras me preparo el desayuno: "Papa Noel, Papa Noel"; y estos gritos me consuelan y me transfunden algo de vida.

viernes, 5 de agosto de 2016

Sartre y el salmorejo

Sartre


HASTA ayer por la mañana, pensaba que el filósofo francés Sartre no lleva razón del todo cuando dice que el ser humano, al elegir, elige para sí y para toda la humanidad. Desde luego yo no quiero que toda la humanidad se comporte como yo. Es más, no podría soportarlo. De hecho, en cuanto noto que alguien me mira como si hubiera encontrado a un líder al que seguir, al que imitar, al que obedecer, me pongo muy nervioso y hago alguna barrabasada, para decepcionarlo y que se busque otro líder carismático. Soy un individualista, creo, patológico, muy avaro de mi tiempo. Bueno, eso es lo que yo creo o imagino que soy o lo que me gustaría ser. Luego, ¡vaya usted a saber lo que realmente es uno! Verán ustedes que estas reflexiones mías, con dos o tres ventiladores aireándome el cuerpo, miradas con atención, e incluso, con compasión, no pueden interesar a nadie. Pero es que Sartre me desconcierta mucho. Incluso cuando dice que el infierno son los demás. Porque yo, aquí en mi cuarto de trabajo, con 31º de temperatura, pienso, más bien, que el infierno no son los otros, que el infierno es esta habitación tan caldeada que no me deja pensar ni hilvanar nada sensato.
Disentí de Sartre, como digo, hasta ayer por la mañana, porque en la frutería, mientras esperaba a que me pusieran unas cebolletas para un sofrito, vi como una mujer hermosa, grande, pero muy bien proporcionada, de unos 35 años, procesionaba por el local balanceándose con la altanería estudiada de un John Wayne de la belleza. Nada que ver con la Beatriz de Dante que procesionaba junto al río Arno, benignamente de humildad vestida. Y mientras iba llenando su bolsa con zanahorias, tomates y ajos, nos explicaba cómo hace ella el salmorejo en su robot de cocina, en su Thermomix. Desgranó la lista de ingredientes y los pasos que hay que seguir para su elaboración. Nada sartreano hasta el momento. Pero cuando nos informó en voz alta, a toda la comunidad de clientes reunidos en torno a la riqueza vegetal de las cajas y expositores, de que ella no usa pan para hacer esta salsa y que lo ha sustituido por 250 gramos de zanahorias, por cada kilo de tomates, porque engorda mucho menos, y que además le sale finísimo, como un salmorejo de caramelo, aterciopelado, como si fuera la crema pastelera de los tomates, me doy cuenta de que está proponiendo un cambio copernicano en la elaboración del salmorejo cordobés. Y cuando afirmó que así tendría que hacerlo todo el mundo, no tuve más remedio que admitir que Sartre tenía más razón que un Santo Tomás de Aquino, que según mi catedrático de Filosofía de la carrera, don Jacinto Peñalver, fue el primer existencialista de la historia del pensamiento occidental.