En Granada, Anna tendría que esperar
"NUEVO revés en el AVE", leo en el periódico de la cafetería donde desayuno. Por lo visto la adjudicataria de Loja solicita a Adif la rescisión del contrato. Esto en el siglo XIX hubiera sido una auténtica catástrofe e, incluso, en el XX; porque la acción de grandes novelas del ochocientos y de muchas películas del novecientos, se inicia en una estación de tren o transcurre en sus vagones o finaliza en un andén. Estoy pensando, por ejemplo, en El Golpe, filme en el que Paul Newman y Robert Redford despluman a un rufián en un vagón de ferrocarril. Según George Eliot, pseudónimo de la novelista inglesa Mary Anne Evans (1819-1880), al principio, no todo el mundo estaba de acuerdo en las ventajas del ferrocarril. En su novela Middlemarch ha dejado constancia de ello: "Alguien os ha dicho que el ferrocarril era una mala cosa y eso es una mentira; puede hacer un poco de daño, aquí y allí, a esto y a aquello… Pero el ferrocarril es una buena cosa". Yo no le veo nada más que ventajas a que no llegue el tren a Granada. Así viajamos por la provincia. Hace unos meses quise ir a Sevilla en tren (¡que capricho!). Un autobús me llevó hasta un lugar solitario, lejos de Antequera, donde se suponía que cogería un tren rápido; pues no, nunca llegó ese tren. Un nuevo autobús, en cuatro breves horas, nos llevó a la capital andaluza, entrando por todos los pueblos del Google Maps y en algunos desconocidos, incluso, por sus satélites. En mi interior se lo agradecí a todos los que han contribuido a que Granada no tenga tren: conocí mundo y, además, me dio tiempo a leer enterita Anna Karenina. Si la hubiese leído en el tren, al llegar a Sevilla, me hubiera tirado, imitándola, a las vías del ferrocarril. Ella, a causa de un amor tormentoso: yo, al constatar que en Granada casi todo es imposible. No teman, que no me veo yo suicidándome. Y eso que el Cielo tiene que ser mucho más cómodo que esta ciudad, pero una mudanza es una mudanza. "Sólo de lo negado canta el hombre, /sólo de lo perdido", escribe Agustín García Calvo en uno de sus poemas.
Una Granada secreta, negada, inaccesible, sería mucho más deseada que esta Granada abierta que regala pródiga sus granos a todo aquel que se los solicita. El proceso de privatización de cosas que antes eran públicas va por ese camino. Granada en manos de particulares, sin comunicaciones, esquiva, terminará siendo visitada sólo por los que de verdad lo deseen. Aquellos sibaritas que quieran tomarse una Copa Moretto en Los Italianos o por algún politólogo de Wichita, empeñado en redactar un ensayo sobre la clase política más ineficiente de una ciudad de provincias, a comienzos del siglo XXI, en España. Si hacemos que llegue el AVE, nos cargaremos este paraíso.