jueves, 28 de junio de 2018

Votar en negro


Fouché, padre del espionaje moderno
A Pánfilo, un amigo jubilado, disruptivo y solitario, no le dejan votar en las primarias. Hasta esta tarde no he sabido que es uno de los  869.535 afiliados ectoplásmicos del PP. No sé por qué no me ha hablado antes de su militancia conservadora. Le recuerdo lo bien que se soportan un cura preconciliar y un alcalde comunista en la novela Don Camilo (1948) del escritor italiano Giovanni Guareschi. “Pánfilo, hubiéramos seguido siendo amigos”, le aseguro. Puestos, me abre su corazón y me cuenta que pensaba votar a Soraya Sáenz de Santamaría, pero que el detalle de plantar su bolso en el asiento de Rajoy, autoproclamándose heredera del trono vacante, mientras el presidente se refugiaba con unos amigos en un bar cercano del Congreso, el día de la moción de censura, no le había hecho gracia. Tampoco los rumores de que esta mujer es una especie de Fouché, el conspirador francés, inventor del espionaje moderno, que mandó a la guillotina al mismísimo Robespierre. También se dice que es la que maneja la ametralladora del fuego amigo dentro del PP. Parece que Rajoy tampoco sabía nada de esto y que la única queja que formuló contra ella, en las 8 horas que estuvo ausente de la Cámara, fue que Soraya había descuidado los asuntos de gobierno el último año porque se había vuelto a enamorar románticamente. La responsabilizaba de la derrota. No considera Pánfilo que una gran pasión justifique esa dejación de funciones. Le pongo ejemplos de algunas mujeres que abandonaron sus obligaciones, ciegas de amor: las protagonistas de novelas como Su único hijo, Madame Bovary o las 50 sombras de Grey. “Eso son novelas”, argumenta. “No te canses”, me comenta compungido, “de todas maneras no me permiten votar. Yo ya estaba decidido a hacerlo por uno de los seis candidatos del PP; la campaña de Wyoming, desde el Intermedio, a favor de Joserra, me había convencido. Pero me han dicho, en la sede que no pago las cuotas desde que Fraga se bañó en Palomares por lo de la bomba atómica. Y no me dejan. Me he cabreado. ¡Con lo ilusionante que me resulta este candidato! Además, ¡claro que pago las cuotas!, pero las vengo pagando en negro, como la mayor parte de los 869.535 afiliados volátiles del Partido Popular. Para no desentonar. Que se lo pregunten a Bárcenas. Debo de aparecer en alguno de sus papeles”.

sábado, 23 de junio de 2018

Soraya, y su "Golpe de bolso".

Armas de mujer
En la cópula, la hembra del insecto conocido como santateresa introduce hasta el estómago del macho una lengua tubular por la que le desliza un líquido cáustico que le disuelve los órganos y luego, mientras que le hace gozo, le va sorbiendo su sustancia, tal como ha hecho Sáenz de Santamaría con Rajoy. No sé si la  ex vicepresidenta del Gobierno ha leído “El segundo sexo”, la obra de Simone de Beauvoir -no me consta que en las oposiciones de registradores de la propiedad se dé este tema- pero coincide con la escritora francesa en que las mujeres deben clausurar la época de la queja y, también, la del rechazo de todo lo que proceda del varón. A Rajoy le aceptó la única vicepresidencia de su gabinete, y de quejarse nada: no tiene tiempo para tirarse al suelo y desde allí zancadillear y manejar a los machos, ella viene dedicando todos sus esfuerzos a prepararse para ser la primera presidenta del Gobierno de España. Sólo se recuesta, cuando posa en ropa interior de calidad, negra y bordada a mano, para las revistas. Porque ella, virgen de toda ideología que no sea la del poder, no desaprovecha ninguna de sus gracias. Rajoy no lo supo, pero ella desde el primer momento se afanó en meterle la lengua para sorberle la sustancia del poder. El día de la moción de censura, cuando Rajoy, deshecho, ya cáscara vacía, se consolaba con sus íntimos en un bar cercano al Congreso, Soraya dio el primer "golpe de bolso" de la historia de la lucha por el poder y colocó el suyo en el asiento vacío del presidente. Mejor dicho, como la mantis religiosa, lo que realmente culminó fue un  "golpe de lengua". Mejor será que sus oponentes actuales en la lucha por la presidencia del Partido Popular mantengan la boca cerrada. En boca cerrada no entra lengua succionadora.

viernes, 15 de junio de 2018

Màxim en la Hoguera

San Juan de la Cruz
Hace años estuvo de moda entre sociólogos de la Literatura decir que algunos de nuestros grandes escritores eran conversos o epilépticos u homosexuales, y que, para escribir magistralmente, lo mejor es que la vida te trate a patadas. Las vidas regaladas dan para poco en literatura. De hecho, algún escritor regalón pudo afirmar: "cuando amo, no escribo". O sea, que la felicidad entorpece la creatividad. Generalizar no es bueno. Por eso no voy a aceptar sin más que Fernando de Rojas, Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Juan de la Cruz o el mismísimo Cervantes escribieran sus portentosas obras, simplemente porque no se sentían cómodos en una sociedad que los rechazaba por ser epilépticos, homosexuales o conversos. Porque Fray Luis de León, un reputado profesor universitario del siglo XVI, si bien es vedad que procedía de una familia conversa, también es cierto que tenía muy mal carácter y que era más bien iracundo, bastante intrigante y egoísta. Al final, por lo que lo metieron en la cárcel 5 años -diez meses menos que a Urdangarin- , fue por haber traducido El Cantar de los Cantares (cuyo exaltado erotismo Fray Luis no explica pero no esconde), pero también por la manía casticista de la "limpieza de sangre" del Siglo de Oro. Entonces, se investigaba cuidadosamente a los que iban a ocupar puestos relevantes. Se les sometía a un exhaustivo expediente de limpieza de sangre. Para que no se colara ningún converso, morisco o judío en cargos de la Inquisición, en las cátedras universitarias, en los colegios, en la milicia, en los cabildos catedralicios o en la jerarquía eclesiástica. Hoy la pesquisa se ceba en la clase política. El pecado más grave no tiene que ver con la religión. El mayor pecado: defraudar a Hacienda. A Màxim Huerta se le abrió ayer un tumultuario expediente de limpieza tributaria. Ni Santa Teresa de Jesús ni San Ignacio de Loyola, dos místicos aquejados de epilepsia, ni Cervantes ni San Juan de la Cruz, supuestos homosexuales, ni Fray Luis de León o Fernando de Rojas, de ascendencia conversa, tuvieron que soportar un juicio popular tan virulento como el que ayer sufrió Màxim. Obligado a dimitir, quizá a partir de ahora tenga tiempo para escribir un Persiles y Sigismunda o una Oda a la vida retirada. De la hoguera o del infortunio, a veces, surge el genio.

jueves, 7 de junio de 2018

Cipotillos de solapa

Cipotillos de los Colleoni, en Bérgamo
Las insignias las prefiero pequeñas para que haya sitio para todas. De haber sido nombrado ministro por Sánchez, lo primero que hubiera hecho sería subvencionar las insignias de solapa y gravar con un impuesto especial las águilas imperiales, las cruces del tamaño de una turbina eólica, los monolitos falocráticos, los marcos incomparables y las 'torres eiffeles'; y, por supuesto, toda la chatarrería oxidada de las rotondas. Y de las insignias de solapa, tolero sólo las diminutas. Ciertos colegios notariales y cofradías las encargan en metales nobles, pero minúsculas. Las que llevan en el ojal de la chaqueta los presidentes de USA, muy exageradas. Pero no las vería mal para los políticos españoles, si con ellas eliminásemos la macedonia de banderas que padecemos. Sobre todo, las gigantescas banderas de las patrias que algunos alcaldes colocan en lugares señalados de sus municipios. Ganar unas elecciones democráticas no tiene nada que ver con la toma del pueblo, en modo Reyes Católicos. Los mástiles de estas banderas vienen costando unos 12.000 euros. El precio de la bandera en sí, lo desconozco. Pero, a merced de los elementos, pronto se deshilacha y ensucia. Y también cuesta un dineral adecentarla o comprar una nueva. Y esto no es lo peor, cuando un partido menos fervoroso gana las elecciones, desatiende la enseña y deja que se convierta en un harapo. O le da por sustituirla por la del pueblo, con el daño subsiguiente para la estética y el presupuesto. A nadie se le ha ocurrido comprar mástiles telescópicos que se puedan plegar cuando el partido ganador no sufra lo que Freud llamó envidia de pene, y nosotros, envidia del mástil de la bandera del pueblo vecino. Mejor nanoinsignias para prender en el polo o en la chaqueta. Nada ostentosa. Ni cruces amarillas en las playas de Normandía catalanas; ni señeras enormes, como cubiertas plásticas de invernadero, en los campos de fútbol; ni banderas españolas, grandes como carpas, arropando a los hinchas. La idea del pin la tomo de las cartas que se cruzaron Cela y el poeta malagueño Alfonso Canales que, tras un escabroso incidente en un cine de Archidona (consúltese la nube), propusieron homenajear al macho responsable del suceso, con la creación de cipotillos de solapa que recordaran su gesta. Sería suficiente.