jueves, 26 de enero de 2012

No confío en Carlota


En general, no confío ni en hombres ni en mujeres ni en mí mismo, por supuesto, ni en jueces ni en arzobispos ni en mi gallina Carlota que cuando entro en el corral se me humilla y me provoca, por motivos que se me ocultan. Mientras que agrede a las mujeres que se le acercan. Recelo mucho más a EEUU que de Cuba; cuando veo en televisión la serie El ala oeste de la Casa Blanca,  me doy cuenta de que el que más poder tiene es el que más daño puede hacer y lo hace. Sospecho que las leyes las han elaborado los poderosos para defender sus intereses y no matarse demasiado entre ellos. Pero se les han colado algunos derechos humanos que me sirven. El patriarcado ha perjudicado a las mujeres, pero más a las pobres. Las ricas han vivido mejor y han heredado las fortunas de sus padres y administrado, si longevas, las de sus esposos. En la novela Criadas y señoras de Kathryn Stockett, las amas blancas explotan a sus sirvientas negras. Ciertas actividades de las mujeres han sido mucho más apacibles y prestigiosas que las de los hombres. Han dado la vida a otros, con peligro de perder la suya, la han mantenido, enriquecieron el lenguaje oral, si no es que lo inventaron en mayor medida que los hombres, para enseñar, para advertir, para transmitir fórmulas de sanación y las recetas del caldo gallego y la tortilla. Su especialización, nacida de la “pequeña diferencia sexual”, que les ha permitido ser madres en exclusiva, hasta que lo consiga el arzobispo de Tarragona, les ha dado un merecido prestigio como género y una onerosa debilidad aprovechada por el hombre cazador y depredador que, cuando tiene instintos asesinos, lo lleva hasta acabar con su compañera como si se tratara de una más de las perdices que abate en una sesión de cacería. Aunque los documentales de las guerras del siglo XX demuestran que la “especialidad del varón” en eso de matar no está libre de riesgos. La exigencia de tener que cazar o matar con frecuencia, también ha alumbrado en el varón unas destrezas protectoras, a veces y destructivas, en ocasiones. Las guerras las han hecho hasta ahora los hombres, pero de las victorias y de las derrotas se han beneficiado, o han salido tremendamente perjudicadas, las mujeres, los ancianos los niños: los débiles. Hay jueces buenos y gallinas pudorosas, aquellos pueden ser perseguidos por sus colegas por celos o envidia pero algunos, criticarán sólo sus egos desmedidos , porque  los funcionarios públicos deben cuidarse a diario para asistir, limpios y despiertos, al trabajo, a servir  al público con recato y tino, si no quieren terminar en pepitoria.

jueves, 19 de enero de 2012

Jueces comen carne de juez

Parece que los jueces se llevan mal entre ellos. Cuando se pelean los funcionarios entre sí, el corporativismo se fractura y los ciudadanos salen ganando. A lo mejor de estas peleas salimos todos más iguales ante la ley.
Los poderes tradicionales han sufrido una reconversión brutal azotados por el ventarrón del "igualitarismo ciego", hoy no se ven uniformes militares nada más que en los desfiles y cuando el presidente del Gobierno o el ministro de Defensa visitan los diversos frentes de compasivo merengue en los que repartimos balas y besos. Y los obispos, desde que van a las manis con gorrillas de bateadores de beisbol, no son lo que eran. Pero los jueces, no. Recordad la rapada soberbia del juez del caso del 11M. ¡Que se peleen! Así se debilita la jaula de hierro burocrática y nosotros nos movemos más holgados.
En estos casos, inmediatamente hay que tomar partido, firmar manifiestos a favor del “perseguido”, si es de los nuestros. Los intereses personales de Garzón han coincidido en multitud de casos con los de mucha gente y también con los míos. Pero si me huelo que un funcionario empieza a sentirse imprescindible y lo veo convencido de que a veces los procedimientos pueden ser amoldados al gusto, porque hay un bien superior que proteger, bien del que él es el administrador y que conoce mejor que otros, tiemblo. Y me da por pensar que, en este caso, los legítimos intereses particulares del burócrata no se compaginan con mis legítimas y particulares aspiraciones. En estas cosas no se puede actuar por agradecimiento. Garzón no es un particular. Vamos a ver en qué queda lo de las escuchas del caso Gürtel. Hay algo que está, incluso, por encima de Garzón que es el derecho a no ser vigilado por el Estado, nada más que en ciertas ocasiones, limitadas y estrictamente regladas. Que los partidos se han financiado sacando dinero de debajo de los cimientos de las urbanizaciones, es de conocimiento público. Y del imprescindible resarcimiento de las víctimas, y de sus familias, del golpe militar de Franco, ya se deberían de haber ocupado seriamente los gobiernos democráticos. No lo han hecho los del PSOE, pero todavía puede hacerlo el Gobierno actual, utilizando su mayoría absoluta, de una vez y para siempre y no dejarlo en manos de ningún juez, que no le corresponde. Ciertas leyes avanzadas y la Sanidad Pública, pese a sus carencias, son como un milagro al que habría que mimar. Un prodigio arrebatado a los poderosos, contra su voluntad y gracias al dolor y a la lucha de muchas personas. No las estropeemos con arrebatos de Superman.

jueves, 12 de enero de 2012

Almas bellas

UNO de los fines de lo que llamamos cultura es crear almas bellas. Porque si no tienes un alma noble te puede pasar como a Pedro, el viejo campesino putañero y borracho de la películaAmanece que no es poco (1988), que no puedas responder a las preguntas que te hacen unos estudiantes de Eaton que se encuentran en tu pueblo, en viaje de estudios, embelleciendo sus alma. "Qué lástima", se disculpa el anciano, "yo no puedo contestarles, soy un hombre muy primario, no pienso casi". De vuelta en casa, al cruzarse con su sobrino Ngé Ndomo en el rellano de la escalera, Pedro da un respingo y exclama: "Coño, el negro", despreciando las pautas del lenguaje políticamente correcto y dejando al descubierto la incompetencia social de un alma poco cultivada. 
Da gusto, por el contrario, ver a un alma bella moviéndose y actuando en la biografía del sociólogo alemán Max Weber (1864-1920), escrita por su mujer, Marianne, después de su muerte. Allí se recoge una carta del joven Weber, en la que a sus 15 años se pregunta: ¿qué puedo hacer sino leer? Y se lee los 40 volúmenes de la edición de Cotta de Goethe. En 1910, tras unas conversaciones con el poeta Stefan George, el sociólogo es capaz, según su biógrafa, "de apropiarse los frutos de la experiencia poética del mundo y de alimentar su alma con ella". Cuenta Marianne que en el festival de música de Bayreuth, los esposos fueron conducidos al éxtasis y sintieron, en la interpretación del Tristán, como una transfiguración suprema de lo terrenal. Un viaje por Italia, permitió a los Weber entregarse por completo a la profunda devoción de los cuadros con fondo de oro. Poesía, música, teatro, pintura, este era el menú de la excelencia. Nunca mancharían sus bocas con la expresión que le hemos oído al ignorante de Pedro. 
Sabemos, lo ha contado Marianne, que en el viaje de estudios que hicieron los esposos, en 1904, por los Estados Unidos, conocieron de primera mano el problema negro. En absoluto, gritaron al ver a los negros en las plantaciones de algodón: "Coño, los negros". Simplemente mostraron una cierta inquietud al hablar de la educación de los negros: "¡Qué tarea más titánica", escribe Marianne Weber, "se trata nada menos que de enseñar civilización a una raza que en su estado puro no parece encontrarse más que a las puertas del reino animal…es terrible encontrarse con los mediosimios que ves en las plantaciones y cabañas para negros de Cotton Bel". Gracias a que Weber poseía un alma bella no se le escapó "Coño, unos monos", superando a Pedro, el campesino ignorante del film de Cuerda. Para algo tiene que servir la cultura.

jueves, 5 de enero de 2012

Las perfectas casadas

ERA de esperar, una nueva tarea para el matrimonio: elevar la autoestima de un grupo de mujeres pertenecientes al colectivo bilbaíno Mujeres Imperfectas. El mes pasado, 12 de ellas decidieron casarse consigo mismas. Lo de siempre, cuando no se sabe cómo resolver un problema o se le encarga a la escuela (y se crea un taller para el caso) o se le echa encima al matrimonio, incluso, reinventándolo. Las chicas imperfectas se han casado con ellas mismas, en ceremonia civil y religiosa simulada, después de un noviazgo corto en el que no dejaron de oír en sus mp3 una canción de Bebe que dice: "Hoy vas a ser la mujer que te dé la gana de ser. /Hoy te vas a querer como nadie te ha sabido querer. /Hoy vas a mirar pa'lante que pa'atrás ya te dolió bastante...". Parece como si quisieran clausurar el matrimonio tradicional de dos personas. Aunque una de la docena -más que nada por ser fiel a la imperfección contenida en el nombre de su grupo- traicionó el espíritu de la ceremonia, nada más celebrarse las auto-nupcias, declarando que ella tiene marido e hijos y que los quiere mucho. Estas contradicciones, inevitables en épocas de transición, las tengo yo vistas en otras mujeres. No sé si por iniciativa propia o aconsejadas por sus editores, tanto Almudena Grandes, como Reyes Monforte, proclaman su fe en la pareja en alguno de sus libros. 

Grandes, en la edición de 2004 para Círculo de Lectores de Las edades de Lulú, confiesa que "por fortuna para mí ahora sé que estaba equivocada cuando en 1989 [fecha de la primera edición de esta novela erótica], escribí que una historia de amor no podía durar tanto tiempo". Escritora de una novela notable, como El corazón helado, oscurecida por su insistencia en añadirle páginas innecesarias, trufándola de amores banales como los de los folletines de Corín Tellado, no quiere aparecer ante sus lectores como una excepción: ella escribió cuando joven, extravagancias sicalípticas y descreimientos sobre el amor eterno, pero se casó y es una mujer nueva. Y Monforte, maltratadora habitual del castellano en sus infames best-sellers, en los que el amor puede con todo, hasta con el arte de novelar, no quiere que creamos que el cuchillo erótico que tiene en casa es de palo. Y en la dedicatoria de su última novela La Rosa escondida, planta esta flor: "Para Pepe (Sancho), el mejor regalo que la vida me ha brindado. Gracias por ser en el buen sentido de la palabra, un hombre bueno". Es lo correcto: en casa de mujeres que se ganan la vida escribiendo de amores, el cuchillo no puede ser de madera, ha de ser de amor de la mejor ley.