Carmen Laforet
Me suelo apostar con mi hija 10 euros a que no voy a abrir la boca en los actos a los que acudo. Y pierdo. Cuando era profesor de instituto, iba a las reuniones de Coordinación de COU y siempre me empeñaba en enmendarle la plana al profe de universidad que dirigía la reunión. Sobre todo, si el programa que había redactado tenía alguna falta de ortografía. La ortografía era un test implacable. Un acento mal puesto o una 'v' en lugar de una 'b', y le caía parda. A mí me suspendieron el ingreso, en el Padre Suárez, porque cometí más de tres faltas de ortografía. Aunque me gusta ponerme volteriano y achacarlo a que no me supe el Credo. El profe de la Universidad le echaba la culpa a la mecanógrafa y yo insistía en que el error era suyo. Me gustaba parecer más listo que él. Así de simples somos los humanos. Queremos ser más que nadie; si no podemos, nos conformamos con ser iguales y, muy a regañadientes, admitimos ser los últimos de la fila. Tengo la osadía, también, de asistir a tertulias organizadas por mujeres, y no me puedo callar. Mira que mi hija me lo dice: "¡Papá no abras la boca!". Ni caso. La otra noche, en la Casa con Libros de la Zubia, tras la intervención de la escritora argentina Noni Benegas en la sesión Poesía que quise escribir, pedí la palabra para decir que estaba de acuerdo con ella en que las escritoras reciben menos atención y premios que los escritores. Es más, dije que la mejor novela de la posguerra, a mi entender, es Nada (1944) de Carmen Laforet, mucho mejor que La Colmena. Fue entonces cuando comencé a pisar aguas pantanosas. Lo noté por la cara de asombro que pusieron tres chicas jóvenes cuando hablé de que los best sellers más vendidos actualmente estaban escritos por mujeres. El gesto de las tres, fue de asco cuando confesé que había leído el primer volumen de uno de ellos, Las 50 sombras de Grey. Remonté vuelo cuando hablé del libro de Svetlana Aleksiévich, La guerra no tiene rostro de mujer. Aunque no vi al auditorio muy convencido, cuando sostuve que, aparte de las sustanciales diferencias biológicas, la mayor parte de las diferencias entre hombres y mujeres eran una cuestión de especialización y que el libro de la Premio Nobel rusa lo demostraba claramente. Al llegar a casa le di a mi hija los 10 euros de la apuesta. Y le prometí no volver a pecar.jueves, 28 de diciembre de 2017
miércoles, 20 de diciembre de 2017
Magdalenas vs. muffins
Modo mince pie on
No sé si acertaré a
describir lo que es un mojador. Me atrevo porque estoy leyendo, por una apuesta,
Los pilares de la tierra de Ken
Follet y he comprendido lo que era pasar hambre en la Alta Edad Media y el valor de un mendrugo de pan.
Después de la guerra, en las casas no se tiraba nada de comida y, menos, el pan
que se iba almacenando en la alacena en diversos estratos de dureza y antigüedad. En un estrato inferior, solo por encima del
pan fósil, mi madre colocaba lo que ella llamaba mojadores; un pan todavía susceptible
de reblandecerse con la leche. Después llamó mojador a todo lo que se dejaba meter
en una taza, absorbiendo el café, la leche o el chocolate. Cuando alguno de mis
nueve hermanos leyó En busca del tiempo
perdido, supimos que también en la dulce Francia las magdalenas eran muy
apreciadas, hasta el punto de estar en el origen de la novela de Proust. Los
mojadores, como la buena poesía popular, vivían en sus variantes, y mi hermano
Juan llamó también mojador a un polvorón sumergido en manzanilla, mezcla que
muy bien hubiera podido sustituir al mortero en la fabricación de las
catedrales. Solía comprarle a mi madre, por Navidad, una docena de excelentes
magdalenas de las Comendadoras, a las que ella siempre llamó mojadores. Los conventos de monjas, y la mujer de Pepe
Castilla, el practicante de La Rambla, han conservado hasta ahora la receta de
las magdalenas de toda la vida. Pero el turismo, nuestra industria nacional, y
la plétora de monjas foráneas están acabando con este último vestigio de un pasado
muelle y autóctono, en lo que a los dulces se refiere. Las magdalenas de algún
convento de monjas no son lo que eran. Sí, dulce y melodiosa la voz de la madre
que, agazapada detrás del torno, me saluda: “Ave maría Purísima”, y me hace
llegar luego, a través de este artilugio, una bolsa de magdalenas sin
personalidad ni coherencia. Las ciudad se ha llenado de tiendas que ofrecen
bombas calóricas de nombres extraños: Cup
caques Red Velvet, muffins de
arándanos, cheescake de Oreo. Las
monjas han sido vencidas por franquicias como Starbucks o Costa Cofee que venden un mojador industrial que es la leche, con
caramelo salado. He oído quejarse a un cristiano de base de que esta Navidad llegará
con el Niño Jesús excluido y con los mantecados en modo mince
pie on.
jueves, 14 de diciembre de 2017
¿Fascistas?
¿Ha muerto el fascismo? Estuvo operativo entre las dos guerras mundiales. Sin embargo, hoy todo el mundo llama fascista a todo el mundo. En la Transición no había dudas, el término fascista lo empleaban los vencidos en la Guerra Civil para insultar y definir a los vencedores y beneficiarios de la contienda. Pero hoy la cosa no está tan clara; los del Partido Popular pueden llamar fascistas a los de la CUP y viceversa. Pasa lo mismo con la expresión golpe de Estado, que lo mismo la usan los constitucionalistas, para referirse a los independentistas, que estos para referirse a aquellos. Insultos transversales que aclaran poco. Las ideologías y movimientos políticos que ensombrecieron el siglo XX parecen haberse diluido. Tan nítidos entonces; tan imprecisos ahora. Porque el poder ya no está -si es que lo ha estado alguna vez- en manos de los políticos o de los militares, sino de entes deletéreos y desubicados que trabajan sorda y eficazmente para el capitalismo financiero, de la mano de la tecnología más avanzada. Al caer las ideologías, lo único que se juega en el terreno de lo público es la obtención del poder para, una vez conseguido, ponerse al servicio del gran señor: el dinero y sus intermediarios. El capital deja que las masas transversales se entretengan con elecciones y otras actuaciones, siempre que no pongan en peligro sus ganancias. El caso catalán es sintomático. Han podido jugar unos y otros, siempre con el propósito de enmascarar el latrocinio, el robo sistemático de los dineros públicos, a enfrentar nacionalismos. El capital sabe que a los capataces hay que pagarles comisión, eres o mordidas, y le da igual el color o las propuestas políticas que defiendan. A los manijeros insensatos no les preocupa sacar a la calle a millones de personas para respaldar sus operaciones de enmascaramiento del saqueo, para dejarlas luego desesperadas, humilladas, sin soluciones ni salidas. "Lo que hacíamos era un experimento", declaran. "Todos sabíamos que la vía unilateral no era posible", afirman los cínicos. A los del 155, les ha venido de perlas para disimular sus líos penales. ¿Fascismo? Quizá, si nos atenemos a la definición que de fascismo dio, en 1961, el XXII Congreso del P.C.U.S: "El fascismo es la dictadura terrorista abierta de los elementos reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero". Sí, a lo peor, la serpiente incuba de nuevo sus huevos.
jueves, 7 de diciembre de 2017
Taller de piropos
Mártir vulnerado
No estaría nada mal abrir un taller de piropos en la red. Para acabar con losexabruptos de andamio, como el famélico “te comía hasta la gomilla de las
bragas”. Echaríamos mano de los escritores que han dedicado, con unas u otras
intenciones, halagos a la mujer. De la época en la que los hombres escribían
como los dioses, o los dioses escribían como los hombres, tomaríamos ejemplos
que pasarían hoy sin dificultad, pese a su incorrección, las pesquisas de género y
facilitarían nuestra tarea: En el Cantar de los cantares se puede leer “una yegua
de los carros del faraón / me pareces amiga”. Y, también, este otro que relaciona
a la amada con el agua, uno de los cuatro elementos de la Tierra: “Oh fontana
del oasis oh pozo de aguas vivas / Oh Líbano de cascadas”. Los halagos que
Homero dedica a la mujer, tampoco son grano de sésamo. De Helena, afirma,
ni más ni menos, que “su figura crea erección en los hombres”. Las alabanzas
que en la letanía se dedican a la Virgen, pueden ser calificadas de piropos a lo
divino y algunas, de exageraciones que rozan la blasfemia. No, Torre de marfil o
Casa se oro, pero sí, Puerta del Cielo, como si el propio Cristo no fuera el acceso
más cualificado. Blasfemo, también, Calixto, cuando en La Celestina remeda el
Credo, al confesarse adorador de Melibea: “¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro,
y en Melibea creo y a Melibea amo”. ¿Lo más de lo más?: el poeta de cancionero
que se atreve a decir que, de haber nacido Isabel la Católica antes que la Virgen,
la reina hubiera sido la madre de Jesucristo. Vemos como bajo la capa del Arte,
el gran alcahuete de todos los pecados, se escolde el exceso y la brutalidad:
Sebastianitos en cueros, atravesados por venablos de Cupido, magdalenas
desmayadas, teresas de Ávila abducidas por el gozo, faunos violadores, dioses
raptores, degüellos y masacres. Todas estas imágenes de perdición son
permitidas y disfrutadas por reyes, confesores y teólogos. De ahí, mi idea de
crear un taller. En él enseñaré a modular artísticamente las expresiones brutales
del deseo de los hombres, de tal manera que pasen todas las inspecciones y
obtengan todos los permisos. Corro el peligro de que se me tilde de viejo verde
por esta iniciativa, pero les aseguro que este olmo seco, casi centenario, no
espera ya un milagro de la primavera. Aunque tampoco hay que ponerse en lo
peor.
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