miércoles, 23 de septiembre de 2015

¡A la historia, Aguirre, a la historia!

Algo pinchado en un palo
Desde que supe que la fregona, el futbolín y el chupa-chups eran inventos españoles, busco sin descanso en los libros de historia para escola­res una referen­cia a sus inventores Manuel Ja­lón Corominas, Alejandro Cam­pos Ramírez y Enric Bernat. Ni una sola línea para estos auténti­cos héroes españoles, para estos tres hombres beneméritos que han hecho más por el buen nom­bre de nuestra patria que el Dos de Mayo y  Esperanza Aguirre juntos.
Y sin embargo, el Dos de Mayo y, ahora, Esperanza Aguirre, al menos en la Comunidad de Madrid, sí se estudian en las escuelas.  Pero ni una sola palabra para el inventor del chupa-chups,  Enric Bernat, al que bastó pinchar un caramelo en un palo para levan­tar un imperio. Su implanta­ción en China,  aprove­chando la antigua ruta de las especias, fue precedida de una frase lapidaria de Enric Bernat: “Siempre hemos visto a los chi­nos utilizar palillos para comer. Yo quiero enseñarles a usarlos también para comer caramelos”, dijo.
Los libros de texto que he con­sultado se extasían, por ejemplo, ante la bravura de la mujer española en la guerra de la independencia: “¡Mujeres!”, leo en Guirnaldas de la Historia (1947), del inspector de Enseñanza Primaria Agustín Serrano de Haro, “asombro de los si­glos y orgullo de la raza, nues­tras mujeres de la guerra de la independencia. ¡Gloria y honor a las mujeres que, como Agustina de Aragón, supie­ron luchar y morir por España!”.
Pero a Alejandro Campos Ramírez, inventor con 17 años del futbolín, ni caso. La gesta ocu­rrió en 1937. Cam­pos inventa el futbolín para entretener a los pequeños ingresados, como él, en un hospital de sangre de Madrid y fabrica el primer modelo en el que los futbolistas eran de madera de boj, un material que permite to­do tipo de efectos y de sutilezas cuando la pelota es de corcho aglomerado. Aquello fue mano de santo: los chicos se volcaron sobre el nuevo juguete, dejaron de romper cosas y hasta los niños mutilados, que no eran pocos, podían participar y, a menudo, ga­nar.

Hasta el corazón más rudo se emocionará al enterarse de que el libro de Sociales de la editorial Macmillan-Edelvives que deberán estudiar este curso niños de 11 años de la Comunidad de Madrid, considera a Esperanza Aguirre como una “figura nuclear” de la historia contemporánea, pero no entenderá que se haya quedado fuera de esa historia Manuel Jalón, inventor en 1956 de la fregona, unos de los adminículos que, junto con el lenguaje, más han ayudado a la emancipación de la mujer. De nuevo algo pinchado en un palo, en este caso un trapo, daba fe y era signo de la inteligencia práctica de un natural de estas tierras. En consecuencia,  los tres inventores deben figurar ya en los libros de texto. E incluso, la misma Esperanza Aguirre, al fin y al cabo, ella descubrió la manera de dejar  las arcas de la  Comunidad de Madrid más secas que una mierda pinchada en un palo. No se la puede excluir, en justicia.

martes, 15 de septiembre de 2015

Los nacionalismos, ¿la cagada de una mosca?

Tomando tierra
Los nacionalismos, como las religiones, como las personas mismas, son muy contradictorios. Las religiones, mitologías irracionales, se han tenido que ir adaptando a la ciencia tocapelotas para sobrevivir. Es inconcebible que el cristianismo haya sobrevivido a Galileo, pero ahí está. Y los nacionalismos, mitologías milenaristas en estado puro, son ideologías guerreras y combativas pensadas para hacerse primero, con un territorio por la fuerza, después, para expandirse y conquistar a las tribus vecinas y, finalmente, constituir una nación-estado consolidada. Pero, los tiempos, las democracias burguesas, con sus racionalizaciones tocapelotas, los obligan a pasar por las urnas, aunque piensen que someterse al voto reglado es un herejía; y se inventan plebiscitos a su gusto; elecciones que se diseñaron para elegir al presidente de una comunidad de vecinos, terminan convertidas, por arte de birlibirloque, en ese platillo volante que llevo a suicidarse, el 25 de marzo de 1997 en el Rancho Santa Fe, a dos horas de Los Angeles y cerca de San diego, a 39 miembros de la secta de los davidianos. Esperaban, tras su muerte, subirse en marcha a la nave espacial que viajaba oculta en la cola del cometa Hale-Bopp y que los llevaría a su nueva patria, en otro planeta, limpio y deshabitado. Luego resultó que el platillo volante que los sedujo no era nada más que la cagada de una mosca en el negativo de una fotografía. Una ilusión vana, un error. Pero vivir resulta trabajoso, si se hace sin la esperanza de la salvación eterna.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Las edades del hombre


ALGUIEN, el azar o la necesidad, apretó el botón rojo del Big Bang y se desplegó el Universo en el mapa del tiempo y del espacio: el origen del mundo, de los mundos. Delante del cuadro El origen del mundo de Courbet, en el museo de Orsay de Paris, un chico de 11 años, al que han llevado sus abuelos a visitar la exposición, se queda paralizado ante el pobladísimo pubis de la chica del cuadro. Mira para atrás para ver donde se encuentran sus abuelos, se tapa los ojos con las manos, para de inmediato ir apartando un dedo, luego dos, por fin toda la mano; en un momento, de la mano del arte, ha aprendido de la anatomía femenina más que en todas las pelis porno o eróticas que de soslayo ha entrevisto, aprovechando que sus padres, fuera del horario infantil, avivaban el rescoldo de la pasión mustia con uno de esos films. Por fin la abuela llega a la altura del nieto paralizado y le pregunta qué le causa tanto asombro, el chico sólo musita: "Abuela, ¡cuánto pelo!". Más adelante, descubrirá, si es cuidadoso y ha tenido buenos mentores, adentrándose en el bosque, el botón eréctil que desencadena, cuando es pulsado con oficio y mimo, el big bang del gozo en muchas mujeres. Quizá los botones que pulse, ya casado -y este fin de semana he visto algunos casos en IKEA-, serán los botones de su móvil o de su tableta, mientras descuidadamente tira del carrito del bebé y hace como que atiende a su mujer. Es posible que los botones de sus gadgets electrónicos lo estén poniendo en comunicación con botones lejanos, los de sus amantes a los que está mandando mensajes encendidos, mientras que su mujer, mide una mesita de noche que vale solo 4.50 euros para ver si le cabe entre la cama y la librería del despacho, donde a veces suele dormir este hombre que ahora la traiciona, cuando a ella le duele la cabeza o cuando el hastío empaña los fulgores del deseo. Botón, botones. Delibes en La hoja roja, narra cómo Eloy, el anciano protagonista, le propone a Desi, la joven pueblerina que le ayuda en las tareas domésticas, que se case con él. Un matrimonio de conveniencia. El jubilado le dice a Desi: "Tendrás estorbo por poco tiempo, hija. A mí me ha salido ya la hoja roja en el librillo de papel de fumar". Como no fumo, no sé si los librillos de fumar siguen trayendo esa última hoja roja de papel de aviso. Ahora -cambia la tecnología pero no la condición humana- uno recibe, con la tarjeta 'Sesentaicinco' de la Junta de Andalucía, la invitación a hacerse con un botón rojo para llamar a los servicios sociales, si te caes por las escaleras. La hoja roja, el botón rojo... Advertencias de que se está uno fumando, dándole las últimas 'galpás', a las huidizas horas. El peor momento para echarse una novia formal. O contraer nupcias.