jueves, 15 de febrero de 2018

¡Putas orquídeas!

San Valentín, yo no te olvido
Sobre el día de San Valentín cae todos los años un aluvión de críticas: que si es un invento del Corte Inglés, una argucia del mercado o una máscara que disimula el tedio de las parejas.  A un irreverente, le he leído, incluso,  que el Corte Inglés es un invento de San Valentín. Muchos románticos embozados, que no han salido todavía del armario de la ternura, hombres que van de duros, ponen cara de asco cuando se les nombra a San Valentín. La misma que componen ciertas mujeres “concienciadas” cuando alguien les habla de fútbol. Recuerdo que en una tertulia radiofónica, El sacapuntas (en la que las integrantes, sólo mujeres, dedicaban parte del debate a adelgazar la insoportable falocracia del patriarcado, desbastando el obelisco de su prepotencia con el sacapuntas de la bulla de colegialas alborotadas), cuando se hablaba de fútbol, siempre saltaba alguna, despectivamente, con que ella no entendía de fútbol y que no sabía lo que era un penalti.  Fui objetor pasivo de los días de algo hasta que se inventó el día mundial del orgasmo femenino. A partir de ahí, los combato con denuedo. Me temí que, si nos deslizábamos por esa pendiente, se terminaría proclamando el día de la tortilla de patatas, de Betanzos. Para acabar con el día de los enamorados, busqué, vesánico, en internet los nombres de las flores más bonitas y, el 14 de febrero de cada año, voy colgando en mi muro de Facebook el nombre de una de ellas, precedido del adjetivo “puta”: putas glicinias, putas gardenias… Este año le ha tocado a las orquídeas. Pero he cometido el error de, junto a una foto preciosa de un ramo de estas flores, poner estos versos de Juan Ramón Jiménez, "El amor, un león / que come corazón". Inmediatamente, un tal Paolo Collejo me ha espetado: “Tienes que salir del armario, eres un romántico embozado”. ¡Qué palo! Sobre todo en una época en la que el romanticismo se ve como una forma más de machismo, como si fuera una engañifa más del patriarcado. Azuzado por la puya de Collejo, me atreví a insinuarme a una amiga que me había comentado –irónicamente- que las orquídeas se visten como putas y que son las geishas del reino de las flores. Atrevido, le di a entender que sus palabras me conmovían: “No verdees”, le supliqué, romántico, “con tus palabras las hojas de mi otoño enajenado”. Y fue entonces cuando en la pantalla de mi ordenador por un momento se me apareció San Valentín.

jueves, 8 de febrero de 2018

La guillotina telemática


La vietnamita
Las redes sociales te permiten estar en rebelión telemática, a tiempo completo. Todavía en la cama y con el dedo entumecido por una mala postura,  guillotinas en tu tablet a los borbones, antes de la primera meada de la mañana. En el desayuno puedes denunciar el machismo de la justicia que no le da de entrada la razón a Juana Rivas en su pugna por la custodia de sus hijos. Sin enterarte muy bien de los pormenores del caso, culpas al patriarcado –el nuevo demonio de occidente- de todos los males que aquejan a las mujeres.  Eximiéndolas de toda responsabilidad; sean ricas o pobres; esposa de Trump o costurera de barrio de las que le meten al falso de los pantalones. Si encuentras un rato, al mediodía, cuelgas en tu muro tres perros ahorcados en un puente y los útiles (¡!) primitivos y oxidados que emplean algunas madres para practicarles la ablación a sus hijas. Pausa para comer (porque no se puede a la vez empuñar el muslo de pollo y teclear en el móvil, sin pringar la pantalla); pero renunciado a la siesta, cuelgas la tragedia de los emigrantes rescatados de una patera por la guardia civil. Si pones la foto de algún niño ahogado en brazos de una madre desconsolada, mejor. Cualquier terremoto, cualquier tsunami,  cualquier decapitación, a media tarde, después de la telenovela, acabará en tu muro, dispuesto a acojonar a tus amigos, a convencerlos de que su inacción es la culpable de todo. Los efectos de esta queja permanente, de este sospechar de todos, menos de ti mismo, te sitúa entre los buenos y te permite considerar malos a los que no practican esta lapidación telemática. Ni se te ocurre pensar que tu insistencia, quizá, actúe como anestésico. Aquí, en el bar, ahora, unos niños están viendo en directo a los muertos y heridos de un atentado. Pasan de la tragedia. Bostezando, cambian de canal y lloran al ver en otro maltratar a una marrana vietnamita. Insensibles para lo humano, hiperestésicos con los animales. Te puedes pasar todo el día tirando adoquines virtuales contra el sistema, sin que lo rocen. Regañar es una de las caras de la impotencia. Como no podemos cambiar el mundo, le regañamos. Esas energías, empleadas en repensarlo, serían más útiles. Creer que la denuncia machacona nos convierte en ángeles, es de una estupidez aciaga.
Resumen: Las redes son el patíbulo telemático donde se decapita a un Borbón o se recortan las puñetas de las togas de los jueces.

domingo, 4 de febrero de 2018

Hasta lentejas, comen las princesas


El entonces Príncipe de Asturias, vuela sin privilegios
Reinando Zapatero, ante el fracaso de la asignatura Educación para la ciudadanía, los responsables de TVE deciden inculcar los valores socialdemócratas por medio de una serie de televisión, Amar en tiempos revueltos. En ella, los integrantes de las clases populares eran los buenos y los falangistas residuales y franquistas enrocados eran los malos. TVE sigue educándonos "en valores", ahora con la serie Servir y proteger, en la que la policía se sale de buena y de competente. Cada capítulo contiene un apólogo, tres sermoncicos cristianos y varias moralejas, para que seamos buenos. Ante los malos ejemplos de los partidos políticos, algún alma ética con poder ha decidido mantener encendida la llama de las virtudes públicas, ayudándose de melodramas, género lacrimógeno, pujante durante el siglo XIX. Hasta la Casa del Rey, astutamente, con motivo de su cumpleaños ha puesto en circulación un melo-vídeo que no persigue, como los folletines del XIX, hacernos creer que existe el bien y el mal y que el bien triunfa siempre. El vídeo no trata de convencernos de lo buena que es la familia real, sino de que es normal. Lógico: si el genoma de la gente es muy parecido al de la mosca del vinagre, ¿por qué no iba también a estar muy cercano del de las personas reales? Las niñas de los reyes no son princesas de cuento. Formalitas y educadas, comen lentejas y, si se las sirven calientes, les queman la lengua. Imágenes dedicadas a convencernos de que son como nosotros. Ya pasó cuando el Rey, entonces príncipe de Asturias, voló por primera vez en una academia militar. El ecuánime ABC, en titulares, celebraba: "El Príncipe voló sin privilegios". Normal, se puede volar sin privilegios, pero no, sin alas. De la misma manera que un melodrama puede despegar sin un cura libertino y prolífico, pero no, sin algunos niños, muñequitos preciosos, que le den sentido y sentimientos al relato. Las princesas son un encanto: limpias, perfectamente alisado el cabello, respetuosas, sin legañas ni piojos. Con estas niñas, el nivel de aceptación de la monarquía en el imaginario colectivo se habrá disparado. Han sido listos el Rey y su camarilla. Antes lo fue Carlos Marx que había publicado en Francia El Capital como folletín de un periódico, para que llegara a los obreros. He llorado con el vídeo, pero sigo siendo republicano. Aunque fuera la Reina menos cursi y el Rey menos pijo, yo seguiría pensando que heredar un cargo público, en una democracia, no es normal.