jueves, 2 de octubre de 2014

El mundo entre culturas


A lo James Dean
LAS fotos de antaño nos revelan que no fuimos tan desgraciados como hemos querido inventarnos hogaño. En ellas se nos ve poco traumatizados. Claro que hasta que la carrera de psicología no empezó a producir profesionales de esta especialidad, nadie, que yo conozca, había tenido un trauma. De la misma manera que hasta que no brotaron en el bancal de lo sagrado los primeros sacerdotes, entre cuyas tareas estaba la de perdonar casi todos los pecados menos el Original y el de soberbia, los homínidos no comenzaron a pecar. Los niños lo que tenían entonces era enfermedades nerviosas que se curaban con aceite ricino disuelto en un azucarillo, en los casos leves, y con electroshock, en los caso más graves. El electroshock era como un reseteo del cerebro que a veces servía para deshacer alguna conexión neuronal equivocada. Pero los niños, antes de que los cogieran los psicólogos y les descubrieran tendencias autodestructivas y esas cosas, hasta sacaban partido de sus sofocaciones. Desmayándose o trasponiéndose para obtener comida o ternura. Un amigo de cuando estudiaba PREU me ha devuelto una carta y una foto en la que se aprecia que, cuando yo tenía 17 años, más que aspecto de ser desgraciado lo que tenía era cierto aire chulesco, a lo James Dean. Estoy en ella con el primer traje hecho a la medida que tuve. Recuerdo que era azul y que se pagó con el dinero que trajeron de Inglaterra dos de mis hermanos que tuvieron que emigrar en verano para obtener algún dinero con el que salir de la crisis permanente en que vivía una familia con 9 hijos. Lo que más me sorprende de la foto, aparte del traje y la sicomotricidad tan segura, son las gafas negras que llevo puestas: en Jaén, a finales de los 50, no habían llegado los chinos. Y los chamarileros llevaban anillos de metal dorado, que valían 5 pesetas, y plumas estilográficas poco estancas, pero nada de gafas de sol. La prueba más contundente de que yo no era el muchacho desgraciado que luego imaginé ser, me la ha proporcionado esta frase de la carta que le envié entonces a mi amigo: "Ahora me doy cuenta de que he sido feliz durante un año, creyendo que era infeliz", le decía. Ese año fue en el que estudie PREU. Y nos lo pasamos traduciendo a Tito Livio y a Herodoto. Fue un tiempo entre culturas tan cercanas como la griega y la latina. En el que, por lo que leo en la carta y veo en la foto, no dejamos de llevarnos a los labios, ávidos, la espuma de los días.

6 comentarios:

  1. La cultura antes cultivaba el crebro...
    Ahora lo asfalta !

    Saludos

    ResponderEliminar
  2. Lo empacha, lo satura. Gracias, amigo Mark de Zabaleta. Un saludo cordial

    ResponderEliminar
  3. La espuma de los días es impalpable, pero la sal de los recuerdos, como bien leemos aquí, se queda pegada a los dedos. Es una pena que los psicólogos quieran cambiar la variada unidad de la sal por la unicidad difusa de los síndromes.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querido amigo Trasindependiente, un regalo más para este blog: "Es una pena que los sicólogos quieran cambiar la variada unidad de la sal por la unicidad de los síndromes". Inigualable. Gracias y saludos cordiales.

      Eliminar
  4. Adolescencia trajeada la nuestra, Pablo. Conservo fotos del grupo de 6º de Bachillerato de Úbeda, en un viaje "fin de estudios"a Sevilla, todos trajeados a los 15 años. De aquellos trajes solo queda el trajín de la memoria y de las pocas oportunidades de quedarnos en pelotas. Pero felices, sí, lo fuimos. Antes de que los psicólogos decidieran "trajearnos" nuestros sueños.

    ResponderEliminar
  5. Miguel, de aquellos años, la foto que más me gusta no es ésta, tengo varias de fiestas, guateques se llamaban entonces, en las que se nos ve a chichos y chicas del Instituto, relajados, limpios, sin pulsiones sexuales aparentes, en una convivencia tan civilizada y pactada que parece imposible. O éramos grandes actores, y disimulábamos muy bien nuestros deseos, o la educación nacional-católica había establecido unas reglas que no no saltábamos o, como entonces lo de las hormonas no se conocía, pues hacíamos como si no las tuviéramos, vaya usted a saber. Gracias, amigo. Un saludo cordial.

    ResponderEliminar