jueves, 23 de abril de 2015

Palabras de desecho

Ignacio Gallego, Prudencio Salces, Pablo Alcázar, Paco Mures 
Los compadezco. Los políticos se han quedado sin lenguaje. Cualquier cosa que digan sienta mal. Y ellos se van dando cuenta, pero para las campañas electorales de esta temporada están saliendo a la pasarela con los modelos de temporadas pasadas. En las primeras elecciones municipales, la de 1979, participé en un mitin.  Me tocó presentar a los oradores e intervenir, yo también, antes de dar paso al tonante Ignacio Gallego. Yo me vestí con los trapitos dialecticos más sugerentes. Me estudié el programa de la UCD, que pensábamos que era el enemigo al que había que derrotar, e hice un pulcro comentario de texto de sus propuestas. Al fin y al cabo, mi trabajo era el de comentar textos en el instituto de Montilla. Recogí los datos necesarios para mi intervención y me fui con ese material a Iznájar, donde trabajaba mi hermano Juan de secretario del Ayuntamiento,  y le pedí que le diera rigor y seriedad a elementos tan misceláneos y que los tratara con la lupa de un especialista en Derecho Administrativo. Cada vez,  aquello parecía más contundente y organizado: un puñetazo, pensaba yo, en la cara de los de la UCD. El día del mitin, fui presentando a los intervinientes: a la mujer que iba por el mundo de la mujer, al maestro que iba por el mundo de la cultura, al compañero del metal que iba por CCOO, al viejo comunista, de la edad de Ignacio Gallego, que iba por el mundo de la nostalgia y el dolor de los vencidos. Aquello iba muy bien. El cine del pueblo lleno de gente entregada se caldeaba. Me tocó a mí, e hice una exposición pedagógica y sin fallos importantes, del programa del adversario desmontando una por una sus propuestas y ofreciendo las de mi partido. Me aplaudieron si no con entusiasmo, sí con respeto y reconocimiento. Aquel cambio de régimen lo hizo la gente con la ayuda de los maestros y de los profesores de instituto. Este de ahora lo hace la UNED y algún departamento de universidades dispersas. Cuando terminé, intervino Ignacio Gallego y quemó la sala, arrasó. Con el lenguaje encendido e incendiario de los mítines de los años de la República. La campiña de Córdoba, tan comunista, tan libertaria, se reencontraba, después de tantos años, con el lenguaje vencido, sometido, silenciado por la brutalidad de las armas.  Y se postró ante él. A mí se me saltaron las lágrimas ante el vigor y la elocuencia de aquel hombre de pelo blanquísimo que repetía, redivivas, las palabras exterminadas. Cuando bajamos de la tribuna, me felicitó el Zangarrango, mi camarada del alma, y me dijo, condescendiente: “Muy bueno lo tuyo Pablo, pero un poco amariconao, ¿no?”. Ahora, después de todo lo pasado, cualquier palabra que salga de la boca de un predicador electoral induce al vómito, ¡qué le vamos a hacer!

2 comentarios:

  1. Viene muy bien en estos momentos acudir a estas memorias tan bien contadas que centran bastante lo que fue, lo que pudo ser y lo que no se quiso que fuera. Hoy la postmodernidad lo ha virtualizado todo de tal forma que la lternativa siempre está en el aire. La democracia electrónica parece más elegante que aquella de hace treinta años, pero es menos cercana.

    Gracias y saludos.

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  2. Era otra manera de plantear la política....


    Saludos

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