jueves, 8 de septiembre de 2016

Santa Tais, meretriz

Tais
Los santos más fáciles de beatificar son los contemporáneos, como Josemaría Escrivá de Balaguer, la Madre Teresa (aunque dudase de la existencia de Dios) o el mismísimo Juan Pablo II. Después, los mártires son también de fácil y rápida santificación. Siempre ha sido más fácil beatificar a un santo de la casa que uno de fuera. Quiero decir que sacerdotes, religiosos y monjas encuentran menos dificultades, en su camino hacia los altares,  que los seglares. Y, de éstos últimos, los varones virtuosos y castos acceden con más facilidad a los altares que las mujeres de iguales méritos. Más, los blancos que los negros, más, las blancas que las negras o de otros colores. En los cielos también priman los intereses y las banderías. Y desde luego, viene siendo preceptivo para ser santo haberse muerto. También se beatifica  a enemigos declarados del cristianismo, como San Pablo, aunque para ello se tengan que caer de un caballo, preferentemente en Oriente Medio. Hay, entre los santos, igualmente, pecadores insignes como San Agustín de Hipona o Santa Tais, meretriz. He podido comprobar con enorme satisfacción que la omnisciente Wikipedia, al relatar la vida de Tais, se olvida, después de citar muchas fuentes, de anotar la principal de ellas: “La leyenda dorada” del dominico Santiago de la Vorágine (siglo XIII). Eso de mojarle la oreja a la Wiki –la llamo así desde que le he perdido el respeto a causa de este olvido- da tanto gusto como que a Rajoy se le haya atragantado el nombramiento de Soria. En el tomo II de esta obra, editada por Alianza en 1984, es donde se narra la vida de esta mujer de virtud incierta, que me tenía revolucionados  a todos los mozos de la Alejandría del siglo IV con sus prácticas sexuales. Un abad, Pafnucio, que se ve que no tendría otra cosa mejor que hacer, la visitó, disfrazado de cliente, para ver de conducirla al redil. Pero la chica no encontraba dentro de la mancebía sala adecuada para mantener relaciones con el Pafnucio, porque a todas ellas –según Tais- llegaba la mirada de Dios. Por aquí le entró el abad. Le recriminó su conducta y le dijo que cómo, si creía en la omnipresencia divina, era posible que estuviera corrompiendo con sus habilidades a los jóvenes de Alejandría. Ella se arrepintió y vivió desde entonces encerrada en su habitación, sumergida en sus propias heces, haciendo penitencia hasta su muerte. La Universidad tiene, como la Iglesia, la cantera de santos dentro de casa, pero a veces eleva a los altares de los honores académicos a personas, como Miguel Ríos, que no pudieron o no quisieron hacer una carrera. Estos casos de captación de seres de valía, extramuros de la institución, me inspira esta bonita pregunta: ¿Quién sale más beneficiado, el diamante en bruto o la institución que lo acoge, pule y lo vende como suyo? Espero sus respuestas. Esto sí, tras la ola de calor que nos paraliza.

4 comentarios:

  1. *sabia conclusión
    que morir sea
    previo e ineludible paso a la santificación.
    ¡quién como el muerto
    degusta más y mejor
    su (im)propia advocación!

    Interesante artículo
    Salud!

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  2. Estar muerto es muy cómodo, pero bastante expuesto. Gracias P MPilaR. Un saludo cordial.

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