Harén propio
Mientras que el guía nos recita en el
harén de la Alhambra un poema de Villaespesa, el autor de La casa del pecado, en el que canta a una cautiva griega del harén del
sultán “de manos a los juegos de amor jamás esquiva”, recuerdo lo que dice de los
harenes la escritora marroquí Fátima Mernissi: que no son la sede del placer
del hombre sino la residencia de una familia, bastante más compleja que la
monogámica, donde conviven las cuatro mujeres del dueño de la casa, sus
familias y sus criados. La cautiva del poema, escrito por Villaespesa en 1907,
parece feliz de agradar a su señor, “loca de pasión”. Para los modernistas el
modelo de harén no es el del turco Bayaceto, sino los prostíbulos franceses de
principio del siglo pasado. Porque un modernista que se precie, y tenga
cuartos, ha de visitar París, al menos una vez en su vida. Y eso es lo que
traslada a sus poemas. Placer sin interrupción, venal y sin secuelas. Mernissi
ha dejado claro en su libro Sueños en el
umbral que en los harenes también hay que hacer la declaración de la renta
y la harira. Lo de los harenes se puso de moda en la literatura europea del
siglo XIX. Pedro Antonio de Alarcón, en su libro La Alpujarra, compara las naranjas del Valle de Lecrín con las
cautivas sojuzgadas en un harén extranjero: “Estudiad, si no”, escribe el
accitano, “el ulterior destino de estas princesas del reino vegetal, de estas rústicas
diosas de nuestra tierra, de estas hijas de nuestro sol... Encontrámoslas aquí
apiladas de cualquier modo en plazas y calles: cómpranlas luego mercaderes de
otros países; enciérranlas en lujosos estuches, envuelta cada cual en una
finísima bata de papel de seda; condúcenlas por camino de hierro o en barco de
vapor a Berlín, a Londres o a San Petersburgo, y allí véselas (¡qué horror!)
empingorotadas, como en un trono, en áureos fruteros, entre caloríferos y
perfumadas bujías, ostentar su hermosura en los triclinios de los bárbaros del
Norte y regalar el gusto de tal o cual Sardanápalo aforrado en inultas
pieles... de otros animales por su estilo”. Mi harén, no es ni el de Bayaceto
ni el del Modernismo. Mi harén es el árbol de mi huerto que me da, cada año,
más de 150 naranjas cautivas a las que voy liberando cada mañana de sus
ataduras, para disfrutar del color de su piel, de su olor, de su néctar, sin
moverme de casa.
Gracias, Mark de Zabaleta, por tu benevolencia. Saludos cordiales
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