viernes, 9 de abril de 2010

Muertes de pobre

Cuando los crímenes los cometen personas muy jóvenes,  como la presunta asesina de la niña Cristina Martín, en Seseña,  se produce una enorme conmoción. Inmediatamente se piensa en el fracaso educativo de las generaciones adultas. Se buscan explicaciones, se habla de la aparición de una “cultura del cuchillo” y de una progresiva gansterización de niños y adolescentes y se piensa inmediatamente en meter otra asignatura en la ESO, que es el signo definitivo de la impotencia.  Los crímenes de los mayores parecen más comprensibles. Hay homicidas empeñados en demostrar, cuando asesinan, que España no es una unidad de destino en lo criminal. Hay gente acomodada que mata limpiamente, en privado, a distancia, por encargo, con tanto primor como si el crimen fuera una escaramuza familiar sustituible por cualquier otro movimiento de piezas. Pero las muertes de pobre son coléricas, artesanales y diurnas. Hay ocasiones en las que tienen todo el aire de una ejecución pública. Las causas, como en el caso del anciano granadino  que mató en la puerta de su casa a un joven que retiraba una moto ruidosa, pueden ser en apariencia insignificantes. Luego, ante el juez, el asesino se disculpa diciendo que hacía calor. Como si quisiera dar la razón al ilustrado sevillano José Blanco White (1775-1841) que advertía entre los nacidos en esta tierra «una cierta irritabilidad natural, especialmente en las regiones del Sur, que lleva al frecuente derramamiento de sangre. Unos vasos de vino de más o ni aun eso, el simple hecho de que sople el levante o viento solano, es festejado infaliblemente en Andalucía con peleas mortales».
Nada profesional y de corte antiguo, aunque no desprovisto de causas, fue el crimen perpetrado por una mujer en el barrio de Cartuja, condenada en su día por la Audiencia Provincial de Granada a 28 años de cárcel por la muerte de su esposo. Esta asesina también se atuvo al guión que Blanco White escribió sobre la mujer española de finales del siglo XVIII. La prevención que el escritor burgués sentía por las mujeres -y por los hombres‑ de las «clases bajas» le llevó a alentar los aspectos más desagradables del tópico de la hembra española. Y así, muchos años antes de que Bizet y Rossini pusieran en circulación la imagen feroz de una Carmen navajera e irascible ‑que no tiene nada que ver con la que creara Merimé, mucho más respetuoso de lo que se piensa con la España real del siglo XIX‑ , Blanco se inventó (ensombreciendo con este hallazgo su imagen de hombre de las «luces») un estereotipo que daría la vuelta al mundo:  "En Madrid, donde barrios enteros, como el de Lavapiés y Maravillas, están habitados por el pueblo bajo... también abundan mujeres dispuestas a tomar no pequeña parte en cualquier alboroto, pues estas amables criaturas suelen llevar una navaja enfundada en la parte superior de la media izquierda, sujeta con la liga".
Una hacha‑picota utilizó la homicida de Cartuja para rematar a su esposo, después de haberle disparado con una escopeta en el abdomen y de haber mandado a sus hijos a la calle para que tirasen petardos, no se sabe si para ocultar el crimen o para pregonarlo.
Cuando el crimen fue conocido en la ciudad, hasta los mejor casados durmieron varias noches abrazados a la duda y paladearon el agrio sabor del miedo. Hicieron examen de conciencia. Se vieron libres de pecado; pero, recelosos, mojaron la pólvora de los cartuchos, requisaron las armas ofensivas y defensivas, aun las peor afiladas, cerraron un ojo y el otro lo clavaron en la compañera de cama. Los que mantenían con sus esposas relaciones poco cordiales anduvieron escapados de sus casas algún tiempo. Y todos, prudentemente, dulcificaron su trato durante algunos días.

1 comentario:

  1. Lo del "fracaso educativo de las generaciones adultas", me recuerda al sociólogo de la educación fráncés E. Durkheim y a su idea de la educación: "La educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre aquellas que no han alcanzado todavía el grado de madurez necesario para la vida social. Tiene por objeto el suscitar y el desarrollar en el niño un cierto número de estados físicos, intelectuales y morales que exigen de él tanto la sociedad política en su conjunto como el medio ambiente específico al que está especialmente destinado”. ¿No?

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