martes, 1 de febrero de 2011

Las guindas del Monasterio


Árbol, en San Millán de Suso, foto de Graciel.la
Una de las cosas que más me gusta de las comedias americanas de amor es cuando la chica o el chico dice: “me preguntaba si querrías cenar el sábado conmigo”. No es que esta frase de cortejo llegue a la perfección del Soneto para Elena de Ronsard, pero se le acerca en la intención. Me consta que Ronsard no consiguió nada de Elena con el soneto aludido –ni siquiera una denuncia por acoso versal- y la humildísima estrategia de preguntarse uno, primero, lo que en realidad se le debe preguntar a la otra persona, tampoco creo que resulte, si no quieren salir contigo. Pero si estás sólo, como me sucedió a mí en julio de 1999, cuando iba hacia Santiago en bicicleta, y ves una cosa que no entiendes, quizá se te ocurra preguntarte algo. Yo me preguntaba delante de los carteles de propaganda electoral de las elecciones autonómicas de junio, que me venía encontrando en la carretera, desde Nájera, ¿por qué los candidatos resultaban tan mayores, tan serios y tan feos? Y me lo seguí preguntando tumbado después de comer debajo del guindo que había, y que supongo que hay todavía, en la puerta del monasterio de san Millán de Suso. Bueno, si yo miro las fotos que me hice en aquella ocasión, tampoco puedo decir que mi belleza fuera indiscutible, pero yo no me iba a presentar a presidente de la Junta de la Rioja. No aspiraba nada más que a presentarme antes del día 25 delante del Apóstol, y a ser posible, vivo. Dejé de preguntármelo, y de descansar, 15 minutos después, porque llegó una furgoneta de la que salió una chica de unos 35 años muy hermosa y casi tan habladora como yo, a la que le trasladé mi inquietud. Era peruana, según me dijo, y publicista. Para mí que me la había mandado el Apóstol, a modo de milagro, para recompensarme por las veces que había hecho el camino, no siendo católico. Me explicó que los políticos salían todos feos en los carteles electorales por la misma razón que las top models desfilan todas serias. Las chicas, para no distraer la atención de los posibles compradores de lo importante: los vestidos que llevan y los políticos, para que los votantes no se vayan a pensar que tienen que votarlos por guapos o por simpáticos en lugar de por sus acrisoladas convicciones y por su insobornable vocación de servicio. No me convenció la mujer, ni me gustó que en ese momento saliera del coche su marido, que había estado durmiendo la siesta, dispuesto a visitar el monasterio. Al fin, esta misma mañana, en Facebook, un amigo me ha informado de que acaba de salir un libro en el que puedo encontrar respuesta a éste y a otros enigmas. Se titula: “Manual del candidato electoral”. Vale 17 euros. Al enterarme del precio, ha dejado de importarme por qué los políticos salen poco favorecidos en los carteles, ahora lo que me interesa de verdad, y no dejo de preguntarme sobre ello, es si habrá alguien -estando las cosas como están- que se gaste 17 euros en semejante libro.

2 comentarios:

  1. Es normal que se venda bien una cosa como esa porque a algunos les puede parecer una puerta al paraíso, ese de las prebendas y las influencias malsanas.
    Por otro lado yo les regalaría a los ya candidatos, aprovechando el relato de tu experiencia caminera, la obra "Siempre aparece el marido" para que no se llamen a engaño.
    Gracias y saludos.

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  2. Pues eso es, que Santiago se podía haber estirado un poquito más en el milagro y concederme una visión célibe o divorciada. Pero los santos son muy cicateros con los poco piadosos y escatiman.O egoístas. Se malició que si la imagen hubiera encarnado sólida y empática, existía el peligro de que yo no hubiera terminado mi peregrinar. Gracias y saludos, amigo trasindependiente.

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