jueves, 30 de enero de 2014

La insaculación de la mujer

En los años 80, mujeres granadinas que trabajaban duro durante toda la semana en el negocio familiar, pagaban un dineral por la habitación de un hotel de lujo en Loja, en la que habían dormido los Reyes una noche. Pasaban en ella con sus maridos un fin de semana y luego, en su carnicería, mientras que le cortaban a una clienta un solomillo de cerdo con precisión milimétrica en filetes parejos, le contaban los pormenores lujosos del cuarto de baño de la suite real. La crisis y las imputaciones habrán hecho caer las reservas de ese hotel y de cualquier otro de lujo donde se haya alojado algún miembro de la familia real. Nadie querrá ocupar ni esas habitaciones ni las celdas de la prisión que en su día se les asignen a los personajes de sangre azul que hayan sido hallados culpables de defraudar a Hacienda y de a blanquear dinero negro. Ser princesa, o infanta, era más descansado cuando eran las hadas las encargadas de llevarte la intendencia. Desde que desaparecieron las magas, las historias de las princesitas las escriben los secretarios de los juzgados en sus ordenadores y las dan a conocer los jueces en sus autos. Ya casi nadie quiere ser princesa. Sí hay muchas mujeres que quieren encontrar a un hombre inteligentemente egoísta con el que mantener una relación sostenible y que las trate con cierta politesse. Y muchas otras que nunca pensaron en ser princesas y se contentaron con ser jueces, fiscales, abogadas, enfermeras, profesoras, dependientas de Zara, monitoras del Inmerso o instructoras de yoga. Muchas de ellas se están temiendo que, si la crisis arrecia y volvemos a la escasez, ellas sean las primeras que tengan que abandonar sus trabajos, dejarlos en manos de los hombres y asumir de nuevo el rol de “ángeles del hogar”. Algunas, ante lo que consideran inevitable, se estudian el papel, ya olvidado, de mujeres sumisas, reinas del disimulo, en los best sellers de la sumisión y el garrote. Y no dejan de pensar en la jugarreta que les ha gastado la vida. Las guerras mundiales las echaron a la calle y las obligaron a hacerse cargo del trabajo de los hombres y a disfrutar de la igualdad conseguida y a olvidarse de la hipocresía y el disimulo y, ahora, de nuevo, a la casa, a recuperar las antiguas agujas de marear por los procelosos océanos de la desigual. Y leen esas novelas recordar las viejas y dolorosas hojas de ruta.

Publicado en GRANADA HOY del día 30 de enero de 2014

2 comentarios:

  1. A la mujer, una vez incorporada al camino de la esclavitud asalariada, no la devuelve a la casa ni Blas Piñar resucitado. El horizonte de la igualdad de género está asegurado por ese camino, el de la desigualdad socioeconómica también.
    Gracias y saludos.

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  2. Trasindependiente, me tiene muy preocupado el fenómeno 50 Sombras de Grey, y su versión a lo divino del Arzobispo de Granada, y trato de enterarme de lo que esta pasando y noto como una añoranza por el el mundo conocido de la esclavitud hogareña donde la mujer aprendió a controlar algo las cosas desde el suelo. Como sí advirtieran que esa 'esclavitud asalariada', a la que te refieres, les ha traído más trabajo y poco igualdad. Y se preguntan, después de haber abierto la mano en el acceso del varón a sus deseadísimos cuerpos, ¿no nos habremos equivocado? ¿No habrá que recuperar los antiguos juegos de las épocas de control y escasez? ¿Cerrarnos en banda y llevar a los hombres del ronzal de su deseo a dónde queramos? Esto pasa por aguantar el maltrato físico. Pero esto no parece asustar a las mujeres que leen esos libros de palos y lujo.

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