miércoles, 19 de marzo de 2014

Caras monumentales

La chaqueta mao
Sigo buscando desesperadamente la manera de vivir muchos años más. En los 80, creí haber dado con el secreto de la inmortalidad, leyendo la vida de Santa Margarita María Alacoque a la que prometió el Señor que el que comulgara nueve primeros viernes de mes seguidos no moriría en pecado mortal. Hice los primeros viernes y pequé de inmediato mortalmente y sin propósito alguno de la enmienda. Pero se murió el papa reinante y el sucesor proclamó una amnistía y ya no tuve fuerzas, no para repetir lo de los primeros viernes de mes, sino para volver a pecar. En un programa de Punset, una bióloga norteamericana muy preparada contó que con los años baja mucho la testosterona y van quedando menos ganas de pensar en marranadas. Tras el fracaso, intenté hacer un pacto con el diablo, pero Mefistófeles lo rechazó por considerar de poco interés estratégico hacerse con mi alma. Creí haber encontrado una solución menos ambiciosa, pero suficiente, para asegurarme la supervivencia en los próximos 30 años, cuando, tras perder mi chaqueta cuello Mao, en un restaurante de Málaga, me topé con una de camarero muy parecida en el escaparate de una tienda de la Redonda. Entré y pedí que me confeccionaran una igual a la extraviada. Les enseñé fotos de la original que yo había copiado de las chaquetas que solía lucir Paco Rabanne en las revistas de modas.
Paco Rabanne y su chaqueta
Pero la casa fabricaba prendas de trabajo al por mayor (como mínimo seis), y yo sólo necesitaba una. Desde luego con el diseño no había problema, bastaba con cambiar el color blanco de la tela y los botones negros de la chaquetilla del escaparate. El sastre que me tomaba medidas insistió en que tenía que encargar por lo menos seis unidades. Vi el cielo abierto. Ésta era mi ocasión de vivir, sin miedo a la muerte, durante los próximos 30 años e inmediatamente encargué seis prendas iguales. Sólo pedí que la empresa me asegurara ante notario que cada una de las chaquetas me iba a durar 5 años, los mismos que me había durado la perdida, y que yo iba a disponer de tiempo para romperlas todas. El sastre, finalmente, consintió en hacerme sólo una en tergal color marengo y no se comprometió a nada. Ahora estoy ilusionado con un producto descubierto por la Universidad y que fabrica una empresa de El Padul, pueblo cercano a Granada. Es un líquido que evita que la piedra de los monumentos se deteriore con el tiempo. Bastará con transmutarse en estatua para durar mucho. Está en fase experimental. Los voluntarios son todos políticos.Hasta ahora sólo se les ha puesto dura la cara.

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