miércoles, 23 de abril de 2014

La consolación de la gastronomía

Un libro imprescindible para la gastronomía
La gastronomía -según el diccionario- es la afición a comer regaladamente. A los ricos se les envidia, entre otras cosas, por lo bien que comen. Y a los dioses, porque llevan toda la eternidad comiendo. El comer mal, o no comer nada, genera mala leche e ideas de destrucción masiva. Pero los dioses y los ricos invierten bastante en propaganda para convencer a los desposeídos de que no todo el monte es orégano. Mi tía María, sin ir más lejos, aunque me consta que no cobró nunca de la Zarzuela, nos decía que los reyes se llevaban muchas sofocaciones, pese a vivir desahogadamente. En el siglo VI, Boecio, un filósofo romano, en su obra La Consolación de la Filosofía, intentó conformar con su destino a los desgraciados, echando mano de la filosofía que entonces enseñaba que la verdadera felicidad consiste en el desprecio de los bienes de este mundo y en la posesión de un bien imperecedero que no coincide necesariamente con la comida o la bebida, porque es de naturaleza espiritual, inaprensible. Por tanto ser poderoso, disponer de coche oficial, cobrar todos los meses cantidades de dinero desproporcionadas por su trabajo o esnifar las rayas de alimentos dibujadas en el plato, como si se tratara de heroína, no debe de producir malestar o inquietud entre los que acuden a Cáritas o al Banco de Alimentos, andando, y exhibiendo su envidiable pobreza por las calles de la ciudad ante los mismos vecinos que hasta hace poco los habían visto llegar a casa en sus todoterrenos, llenos de alimentos. Cuando carecemos de todo, o de casi todo, es cuando estamos preparados para apreciar lo bueno y confortable que es ser pobre. Siempre ha habido propagandistas de la pobreza digna, del buen -o del mal- pasar. Góngora no es Boecio, pero también propone consolarse por medio de la gastronomía. En una de sus letrillas, hace ver lo regaladamente que vive el pobre: “Coma en dorada vajilla /el Príncipe mil cuidados”, escribe don Luis,” como píldoras dorados; / que yo en mi pobre mesilla / quiero más una morcilla / que en el asador reviente”. Y por si estos remedios y consuelos no fueran suficientes, el boca a boca de las colas de espera para entrar en un comedor social también ayuda a la resignación. Cuando los necesitados de una de esas colas se enteraron el otro día de que en Madrid los ricos se comen las migas con quisquillas de Motril, una sensación de asco recorrió la fila y las sardinas que iban a acompañar a sus migas de caridad resultaron tremendamente consoladoras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario