jueves, 4 de febrero de 2016

Onda corta

Nuestra radio de válvulas
HASTA que no he visto la primera temporada de la serie alemana de televisión Heimat (1984), que me han traído los Reyes de este año, no he recordado lo apasionantes que eran las primarias de Iowa para mis hermanos y para mí. Heimat comienza de una forma gélida. Un joven, superviviente de la Primera Guerra Mundial, regresa andando a su pueblo. Su padre, herrero, está terminando la rueda de un carro. El soldado, sin saludar, coge un martillo y ayuda a su padre a acoplarle un cincho de hierro a la rueda. El padre murmura, sólo: "¡Gracias a Dios!". La madre se asoma a la puerta de la casa. Nada de "te quiero, hijo" o de "te quiero, mamá". Un leve y confortable gesto de acogida e invitación a entrar en la casa. El soldado lo desatiende y se pone a orinar en el estercolero próximo. En la casa, todos sienten como un acontecimiento la vuelta del hijo pero lo expresan sobriamente. El muchacho, sin fuerzas, se sienta a la mesa y se queda profundamente dormido. Pero esto, me dirán ustedes, no tiene nada que ver con Iowa. Creo que sí, y con nosotros ahora y con la forma teatral y sobreactuada que tenemos de tratar a los hijos, tras un largo periodo de paz y de bonanza económica. En Heimat, también hay teatro: teatro de épocas de escasez, en el que las exageraciones no tienen cabida. Pero volvamos a Iowa, donde acaba ahora de perder las primarias el republicano y supermillonario Donald Trump. Todo el mundo lo daba como ganador. Allí llevan muchos años de democracia y han aprendido que un supermillonario lo trae ya todo robado y no tiene que seguir robando, si es elegido presidente. El soldado que llega a casa al principio de esta historia, termina haciéndose radiofonista. El momento en que consigue oír por la radio que acaba de fabricar en casa, la misa de la catedral de Colonia, tras de tender una antena de cien metros para captar las emisiones de onda corta, me trajo a la memoria el momento en que mi hermano mayor tendió en la terraza de nuestra casa de Cenes una antena de más de cincuenta metros para oír en la radio de válvulas, allá por los 50, emisoras de Centroeuropa y de América. Radio Caracol, Radio Múnich, Radio Iowa… Mi hermano mayor que sabía un poco de inglés, oía los resultados de las primarias de Iowa y luego nos los traducía, aproximadamente, imitando la voz del locutor, a la pandilla de hermanos que lo mirábamos con arrobo. "En las elecciones primarias de este estado de Iowa ha salido elegido, por el partido republicano, el senador…", retransmitía mi hermano, hablándole a una rasera que le servía de micrófono. Luego pronunciaba un nombre ininteligible y nos dejaba a todos con la boca abierta. Con esas emisiones y con la lectura de algún artículo de la revista estadounidenseSelecciones del Reader's Digest, nosotros, ceneros integrales, nos sentíamos ciudadanos del mundo, redimidos de cualquier prurito identitario.

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