lunes, 22 de marzo de 2010

El hombre que no sabía dar mítines

Pasquín de las primeras elecciones

MITINES como los de antes, ya no se dan. Los mítines de los primeros años de la transi­ción democrática sí que eran au­ténticos mítines. Sobre todo los que se dieron en la campaña electoral de las Elecciones Gene­rales del año 1977. Se llenaban entonces los campos de fútbol de los pueblos, las plazas de toros de las ciudades. Todos los locales, abiertos o cerrados, que los parti­dos conseguían para sus actos, rebosaban de público.
En la pre-campaña había que inventarse un título para la su­puesta conferencia o charla que servía de tapadera al mitin: "El Partido Comunista y la democra­cia de base", por ejemplo, fue uno de los más usados. Y luego había disputas entre los camara­das y los compañeros locales para ver quién ocuparía un pues­to en la improvisada plataforma, levantada sobre un tractor, desde la que los oradores se dirigirían a los ciudadanos.
Los mítines se anunciaban desde un coche particular, pres­tado por algún militante, en el que se instalaba un equipo de me­gafonía; desde él se invadía el espacio público con los himnos prohibidos o con los himnos de siempre. Disfrutaban los, hasta entonces, clandestinos con pasar por delante de un casino o un círculo de amistad, de tradición conservadora, con la Internacio­nal, en alguna de sus dos versio­nes, sonando a toda pastilla.
Las direcciones de los partidos repartían circulares con 10 o 12 consejos sobre cómo tenía que ser la propaganda electoral y so­bre lo que no había que decir en los mítines. Allí se proponía que las voces de los propagandistas fueran suaves y convincentes. Había que limar las asperezas que la propaganda de la dicta­dura había levantado en el in­consciente colectivo. Los tonos llegaron a ser melifluos, casi monjiles: "El Partido del Trabajo de España, pionero de la reconci­liación nacional, adelantado en la lucha por una transición pacífica de un régimen de poder per­sonal a otro de libertades, invita al pueblo de Loja a un mitin que dará su secretario general en el campo municipal de deportes".
El coche se detenía en los ba­rrios populares y sus ocupantes confraternizaban -con la ayuda de algún camarada nativo- con los vecinos.
Por las calles del centro, el co­che pasaba lentamente, sin dete­nerse. Y era en esas zonas donde la voz se aterciopelaba de forma apreciable. Estos esfuerzos no se tradujeron luego en votos. Pero también es verdad que no se per­dieron demasiados porque el conductor que convoyaba a la jo­ven de la voz dulce, sin advertir que el micrófono estaba abierto, se explayara haciendo comenta­rios poco reconciliados sobre personas, de convicciones políti­cas contrarias, que subían por las aceras.
En esos mítines inaugurales de la democracia siempre interve­nía un representante de la juven­tud que, nervioso pero encendi­do, se refería al paro y a las des­igualdades en el campo de la educación que perjudicaban a los muchachos de las clases me­nos privilegiadas; una mujer que exponía el concepto marxiano de la doble alienación y solicitaba a las compañeras su voto, no me­diatizado por los maridos, para un partido que se proclamaba fe­minista, defensor de los margina­dos, de los que, sin esperanzas, se echaban en mano de la droga y de los traficantes. Aunque, meses después, se dio el caso de organi­zaciones que pusieron de patitas en la calle a algún camarada que quiso cohonestar el consumo de porros con la asistencia a las reu­niones del comité provincial.
También intervenía en el mi­tin un profesor de EGB, de FP o de BUP, o un abogado laboralis­ta, que hablaba en nombre de la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura y que solía dar paso a la figura estelar del mitin.
Entonces se llevaban los tonos épicos. A veces, el discurso del líder imitaba la melodía de una arenga militar en los pasajes en que se hacía referencia a los opresores "de siempre" y a la re­sistencia que éstos oponían a un auténtico cambio de sociedad que hiciera posible la mejora sustancial de las condiciones de vida de los trabajadores o de las clases populares, en general (si el orador quería tocar a más gente).
A los caciques, a los funciona­rios de la dictadura, a los ban­queros -porque, entonces los banqueros no eran los aliados naturales de la clase obrera-, se les amenazaba únicamente con obligarlos a realizar trabajos ma­nuales que exigieran un cierto esfuerzo corporal: cavar una zan­ja (las zanjas siempre hacen fal­ta), segar varias fanegas de trigo o descargar sacos de 100 quilos. Nada más que eso se pedía para ellos, porque no se quería prescindir de nadie en la construcción de la Nueva España.
El que lo hacía peor era el re­presentante de la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultu­ra, entelequia en la que nadie creyó demasiado. No levantaba la voz. No gritaba. Educado en la duda y en la desconfianza hacia la verdad absoluta y hacia las verdades generales, no sabía dar mítines. A lo más que llegaba era a comentar críticamente, como si estuviera en clase, los programas electorales de los otros partidos. Lo hacía, en ocasiones, con cierto humor corrosivo, muy estimable, que dejaba en ridículo alguna propuesta de los adversarios. Pero esto satisfacía poco a los fieles. Después de uno de estos comentarios de texto se le acer­có, en un pueblo de Córdoba, un espectador que le dijo: "Muy bueno lo tuyo, camarada, pero queda un poco amariconado". Se llevaba entonces la ferocidad verbal.
El hombre que no sabía dar mítines ha desaparecido del cartel. Los mismos carteles es­tán desapareciendo poco a poco de las ciudades en época de elecciones. El mitin ha entrado en una profunda crisis. Los SMS son más eficaces  o ridiculizar al enemigo en un programa de televisión del tipo de la Noria. 

6 comentarios:

  1. "Una gran evocación, don Pablo. No puedo disociar lo que cuentas, que yo viví muy de cerca, de los movimientos asamblearios y los bosques de siglas ironizados en "La vida de Brian".
    En una cochera de mi pueblo, casi clandestinamente, tuvo lugar el primer mitin del PCE. Fuimos seis o siete estudiantes (las fuerzas de la cultura) y otros seis o siete militantes "históricos" (tampoco se exigía gran cosa entonces para ser "histórico"). Uno de los intervinientes, en un calentón oral, reclamó libertad para todas las opciones sexuales. Se le notaba que era gay, pero entonces aquello era inconfesable.
    Uno de los históricos, bastante sordo, interrumpía a otro colega, también histórico, haciendo preguntas como si los sordos fuéramos los demás:
    -¿Qué ha dicho?
    -Que los fascistas siguen ahí.
    -¿Qué dice este muchacho?
    -No me entero muy bien, pero que parece que es homosexual...
    -¿Y eso qué es?
    -Maricón...
    -Ah, ya decía yo que...
    De los hermanos Marx, vamos. Nos íbamoa despelotar riendo.

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  2. Los miembros de las fuerzas de la cultura, de extracción pequeño burguesa o hijos de los propietarios de la tierra, generalmente, se encontraba más cómodas haciendo política fuera de su pueblo. Si, por motivos laborales, habían dado en una localidad alejada de su familia, terminaban en el PCE, pero si permanecían en casa, o se abstenían de hacer política o se integraban en algún partido de extrema izquierda,sin militancia, para que sus padres no los vieran con los jornaleros o con los trabajadores locales, por eso de las clases sociales. Eran grupos pequeños y muy radicalizados. Los miembros más atrevidos del constructo sociológico conocido como "fuerzas de la cultura" colaboraron en la refundación del PSOE local, que entonces, tampoco contaba con militantes.

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  3. Saludos, Pablo:

    Te acabo de reencontrar por aquí.

    Tus remembranzas son certeras y llaman un poco a la nostalgia. Algunos seguimos en la acción política y sindical.

    ¿Qué crees que hicimos mal?

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  4. No viví esos mítines pero los tengo interiorizados y ahora, visionados perfectamente en tus palabras. Viví postreros, tal vez más elaborados, aunque en mi época adolescente los consideraba de una rebeldía necesaria en clara contradicción con las enseñanzas del patio del colegio. Se echan de menos y está bien recordarlos y traerlos aquí, para saber que se puede, que aún no deben quedar en nuestra memoria histórica, que tal vez necesitamos, más voz alta y menos plataformas para volver a entregarnos en revolución constante y en ese tímido setir utópico en el que casi nadie cree.

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  5. Desde la perspectiva del tiempo,hemos de convenir que, por muy dificultoso que fuera para ti, tuviste la suerte de vivir aquellos años en el escenario de los rencores más enconaos de Andalucía.
    No es lo mismo vivir esos años en Sevilla o Granada, que en Montilla, Baena o Lusena.

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