martes, 24 de agosto de 2010

El bloguero no tiene quien le escriba la vida

Y la verdad es que hay vidas de blogueros que no carecen de interés. Acabo de leer un post  en el que el autor  informa de varios portentos: que ha oído hablar de mampostería, que ha tenido una niñera analfabeta, pero henchida de sabiduría popular y algún ex-alumno que ha llegado a catedrático universitario de Arqueología; también notifica que se considera un ciudadano medianamente instruido y de que es poco dado a comulgar con ruedas de molino. No le vendría mal a este bloguero disponer también de un cronista que fuese anotando estos prodigios. En la Edad Media, los nobles analfabetos dejaban en el testamento el encargo a sus herederos de que contrataran un cronista que les escribiera la vida. Los cronistas, a sueldo, solían exagerar, para agradar a sus señores, y más que historiadores, eran hagiógrafos. Es  raro encontrar a uno escrupuloso  y veraz. La invención de la imprenta y la progresiva desaparición del analfabetismo y de la nobleza,  permitió, a todo el que quiso, ser cronista de su propia vida, porque si no lo hacía él, lo más probable es que no encontrara a nadie que se la escribiera. Y nació la novela en la que los escritores cuentan sus propias vidas aunque parezca que cuentan las de otros.  El Internet, con los blog,  anima a los usuarios de las redes sociales a contar sus vidas.  En los post, el deseo de decir bien de uno mismo -por lo del instinto de conservación- tendría que aparecer tamizado por el pudor ( de nobis ipsis silemus [de nosotros mismos, mejor no hablar], recomendaba Kant), y si no hay más remedio que hacerlo, habría que atemperar los excesos laudatorios,  recurriendo a la captatio benevolentiae, es decir, a ganarse la benevolencia de los posibles lectores poniéndose uno mismo a parir, para merecer su perdón  por el atrevimiento que supone hablar bien de uno mismo o simplemente por la arrogancia de hablar de sí, bien mal, como si lo que se cuenta pudiera tener algún interés para los otros. Estoy convencido que el autor de la entrada que vengo comentando,  tiene  todo lo que dice tener, pero le falta un cronista que, sin exagerar, deje constancia de su rica biografía. Al tener que hacerlo él, sin persona interpuesta, la ha oscurecido, si es que no la ha podado de datos imprescindibles, y es una lástima porque se adivina detrás de sus humildes palabras una excelencia balbuciente y ejemplar que sólo espera a quién sepa contarla, sin complejos ni limitaciones.

2 comentarios:

  1. Los amanuenses digitales que narran su vida a través de un blog, pueden enfocar esta tarea de manera muy variada, bien de manera en exceso laudatoria, bien zahiriéndose a sí mismo de forma casi masoquista o por el contrario mostrando lo mejor y peor de sí mismo ( estos son los menos ). Pienso que la red, lo único que ha hecho ha sido divulgar a gran escala, a través de los blogs o las redes sociales, las "intrahistorias personales" de no se sabe cuantos cientos de amanuenses. Ella ha sido el vehículo de comunicación; pero la autoalabanza o su antónimo , han existido siempre en la literatura de las edades moderna y contemporáneas, no hay que olvidar que las autobiografías es un género que no hace en el siglo XX y me remito a las tan frecuentes en la Francia del siglo XVIII. Se me viene ahora mismo también a la cabeza, las novelas realistas de un Zola ó Flaubert , tan amantes de narrar sin eufemismos los bajos fondos del ser humano.
    Pero esto sólo son reflexiones matutinas, quizás, imprecisas o inexactas...

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  2. Lo que hay por medio es la Literatura, o la voluntad de estilo, o cómo se quiera llamar. Me explico, las señoras que escriben diarios íntimos,sobre todo a partir del siglo XIX, no esperaban que se publicaran. Y entonces los redactaban sin someterlos al filtro literario, serían más sinceros, más interesantes, sin duda, pero menos "formales". Redactados con otras estrategias lingüísticas y con otros fines. El las redes sociales, se me ocurre, todos escribimos "diarios íntimos" pero urbi et orbi. Confesiones que son publicadas inmediatamente, pero que en el siglo XIX jamás hubieran visto la luz. Y luego está el problema de que si lo que escribimos es realmente lo que nos pasa... Pero esos son otros López.

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