miércoles, 1 de septiembre de 2010

Para ser intelectual de primera

El intelectual en su despacho
Antes, para llegar a intelectual tenías que haber hablado al menos una vez con un campesino inteligente.  Mejor sorprenderlo en las faenas propias de su oficio, en pleno campo, y liarse un cigarrillo con el tabaco de la petaca que el campesino te alargaba, junto con un librito de papel de fumar. Al ser tú un intelectual en ciernes - y un populista en ejercicio-,  al que se le presuponía una cierta agudeza mental,  los diez minutos que duraba la operación de liarte un cigarro y hablar con el “sujeto” –que es como se llamaba entonces a los encuestados- tendrían que bastarte para apreciar la profunda calidad de su pensamiento y la riqueza de su sabiduría oral.  En tu despacho, sin mucho esfuerzo, concluirías que no hay nada nuevo bajo el sol y que la inteligencia se puede encontrar en los lugares más humildes.
Pánfilo, que aspira a intelectual, ha hablado hoy con un campesino sexagenario. Se ha acercado a su gallinero, en plena Vega de Granada,  y le ha comprado una docena de sabrosos huevos de corral. Por dos euros, el hombre le ha dado 14 huevos (dos de regalo para compensarlo del escaso peso de la docena), cuatro tomates muy maduros y un kilo de excelentes patatas nuevas. El hombre se ha sincerado con él. Pánfilo recibió entusiasmado la confesión del sujeto de que su mujer lo había montado en un autobús y lo había llevado a Lourdes en un viaje insufrible de más de mil kilómetros. Recogió con veneración las quejas  jacobinas del hombre sobre los 12 euros que, a la vuelta del Santuario, le habían cobrado por entrar en la Sagrada Familia de Barcelona y su crítica a la actitud de la Iglesia de tarifar por montarle actos oficiales a las instituciones políticas.  Cuando el sujeto le contó que, de joven,  había viajado a Noruega desde Alemania (a donde había emigrado en los años 60), buscando embarcarse para Canadá,  Pánfilo perdió interés, porque el intelectual prefiere “sujetos”  inteligentes y despiertos, y si tienen todos los dientes como exigen los lingüistas en sus trabajos de campo con nativos, mejor, pero sobre todo,  que estén poco viajados. Para estas peripecias nada como un buen salvaje.  Pánfilo, hombre educado y afectuoso, se despidió del “sujeto” con muestras de cariño. Llegó a decirle, mientras le daba la mano, que lo comprendía muy bien. Que él también había sido emigrante en su juventud: durante cinco años emigró a Granada, desde Málaga, para estudiar derecho. 

5 comentarios:

  1. Si es que hasta las buenas salvajes actuales no son como los del tiempo de Franco. Si es lo que yo dijo : ! Viva España y Manolo Escobar su profeta !.

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  2. Adriana, el intelectual de la foto, según noticias, era un hombre de un gran atractivo personal que conservó hasta el fin de sus días. Gran conversador, cariñoso, guapo, dueño de una voz profunda, hablaba en un "granaíno" delicioso. Los dioses, envidiosos, lo abatieron pronto impidiendo que sus amigos y familiares disfrutaran de su dorada madurez.

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  3. ¡Qué hombre más bello! y ¡qué cruel el destino que lo apartó de la vida pronto!
    Veo Pablo que los huevos son recurrentes en tu blogvita...

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  4. Iria, los huevos y el bloghouse de Pablo, da para un "ratico" de sociología ovoide

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  5. A los huevos le sucede como a las pipas, disfrutan ambos de una forma perfecta y cerrada que hay que profanar si queremos hacernos con su secreto. Pánfilo busca huevos por la Vega de Granada y un amigo aviador, siempre que hace escala en Tel Aviv, compra pipas israelitas en paquetes de un kilo que luego explora incansable en su casa de Londres. Hombres cazadores reconvertidos.

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