martes, 28 de septiembre de 2010

Wallada, princesa y poeta Omeya

Monumento a Ibn Zaydun y Wallada, en Córdoba
El patriarcado ha sido inhóspito para las mujeres y , también, para un número incierto de hombres  poco ‘tuneaos’, obligados a sacar pecho, a matarse en las guerras, a raptar a sus compañeras, a bajar a las minas, a erigir obeliscos y penes, a cazar,  a buscar alimentos, a meter goles. A muchos le hubiera gustado quedarse en casa a jugar  con sus muñecas o con sus airgam boys o a esperar a que los cortejaran. Desde luego, más inhóspito para unos que para otros. Ser rey siempre ha resultado más cómodo que ser fogonero sin trabajo. Y ser princesa, incluso en el patriarcado,  era como un seguro contra la brutalidad y la pobreza. Y también como un salvoconducto de libertad. La princesa y poeta Wallada se paseaba por la Córdoba de los Omeyas, en el siglo XI, con el rostro descubierto  y con una banda que le cruzaba el pecho, como la de las mises actuales, en la que llevaba bordados estos versos desafiantes: Por Alá, que merezco cualquier grandeza / y sigo con orgullo mi camino / Doy gustosa a mi amante mi mejilla / y doy mis besos para quien los quiera. Pero también sabía ponerse ordinaria, como las actuales princesas del pueblo, si su “pareja”  se la jugaba. El poeta Ibn Zaydun, su amante, se atrevió a engañarla con una esclava negra y la princesa lo crucificó para siempre en este breve poema: Y te han llamado "El hexágono", /  que es un apodo / que aunque te abandone la vida, / nunca te abandonará: /“¡Maricón, sodomita, follador, /tercerón, cabrón, ladrón!". ¡Ni en Telecinco!

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