viernes, 4 de febrero de 2011

Estados de bienestar

Seguramente que no hay otra forma de ir por el mundo que sintiéndose superior a los demás. Es la manifestación más o menos refinada del instinto de supervivencia. Para mantenerse vivo, lo primero que hay que hacer es preocuparse de uno mismo. Y como esto cuesta cierto trabajo hay que buscar buenas razones para hacerlo. La razón más importante: que se es único e irremplazable. De ahí a sentirse superior, no hay nada más que un paso. Luego viene la experiencia y el sentido común para decirte que eres básicamente igual a los demás. Pero esto te lo tienes que decir a cada paso. Si no te lo dices, ya te lo harán saber los otros. Quizá esta chiquilla gitana preciosa que se repone, como tú, en Trauma de la rotura de una pierna. Le echas unos 17 años, pero más tarde te enteras de que sólo tiene 11. Tú eres una mujer de 50 y tu pierna rota tardará en curar algo más que la de tu joven compañera de habitación. Pero de entrada, te sientes superior a ella y no sólo en edad, también en saber y gobierno. Cuando la oyes hablar educadamente y con cierta pulcritud, sientes pena porque un arbolito tan tierno y pujante vaya a ser estropeado por el descuido y por una mala educación. Cuando llega la madre de la chica, se te dispara la sensación de superioridad, es guapísima, eso sí, incluso más guapa que tú, cuando tenías su edad -no más de treinta años- pero está gorda. Y no lo oculta, se levanta la blusa, enseña su barriga y pregunta a los reunidos si realmente está gorda. Silencio. Va embutida en una falda de licra de la 38 –ella tiene la talla 50- que acaba de comprar en el mercadillo de la puerta, tan corta que no cumple ninguna función de abrigo o de recato. El padre de la niña llega a media mañana, con un collar de oro muy pesado en el cuello, desactivando la ferocidad con que ha mirado al guardia de seguridad, para humillarse ante su hija herida, que no quiere saber nada de él. Lo echa de la habitación con palabras soeces que desmienten la primera impresión que te había producido a ti, la paya de 50 años, que sigue sintiéndose superior y que mira a la familia gitana desde la atalaya de su formación humanística. Algo muy grave debe de haber hecho el hombre para aguantar resignado los insultos de la muchacha y los de la madre. Están separados. Las infidelidades han sido mutuas. El hombre se sienta en el sillón, junto a la hija y la acompaña mientras que la madre sale a hacer recados. A media tarde vuelve y, sorprendentemente, se muestra receptiva a las miradas de peregrinito del amor del que fue su hombre. La niña se enfada. Cuando la pareja empieza a besarse y a dedicarse palabras de amor, los insultos que les dedica la hija te molestan y echas de menos una habitación para ti sola. Cae la tarde, os sirven la cena. La madre se ducha estruendosamente como si quisiera comunicar a la planta que se avecina un huracán. El hombre del collar de oro ha salido a dar una vuelta. Al amanecer te despiertas, desorientada, oyes jadeos que proceden del baño. En un hospital se tiende a pensar que cualquier quejido es de dolor. Pero los lamentos siguen y nadie llama a la enfermera solicitando analgésicos. Cuando, tú, mujer ordenada ,que jamás harías eso de pie en la ducha de un hospital rodeada de cuñas, comprendes lo que está pasando, te ratificas en los comportamientos primitivos de ciertas razas, pero como la cosa dura unas horas, un profundo sentimiento de envidia e inferioridad se va instalando en tu interior. Cuando al día siguiente te enteras, además, de que la amante incombustible de la noche hospitalaria, es comercial del Círculo de lectores, con lo que tú tienes con los libros, se te derrumba el castillo de la excelencia y la mirada se hace menos orgullosa, casi admirativa Cuando se lo cuentas a tus hijos no tienes más remedio que admitir que los jóvenes gitanos, en los ingresos hospitalarios, aprovechan todos los servicios que les brindan estados de bienestar y estás tentada de pedirle a tu médico que te los recete.

5 comentarios:

  1. Usually the best, es el nombre de un perro que conozco, un can, si!. Le pusieron ese nombre.
    La verdad es que en su raza, pues es de raza, es un ejemplar admirable, aunque posiblemente no perfecto.
    Posiblemente no perfecto...
    Justamente hace poco alguien me soltó esa frase tan conocida y usada, desde nuestra superioridad para condescender a admitir que al prójimo aunque con defectos hay que, como mínimo tolerarlo.
    "Nadie es perfecto" casi nunca, lo usamos para definirnos a nosotros. (Pongo el casi por si acaso alguien lo usa para sí mismo, seriamente ¡claro!)
    Era un comentario condescendiente, hay que tolerar a los demás con sus defectos, hay que convivir y soportar las molestias que nos produce el prójimo, porque "nadie es perfecto".
    La cuestión es que mi respuesta fue "somos tan perfectos como perfectos consideremos a los demás"
    Así que, aparte de una frase fenomenal y estupenda, tengo un enorme trabajo por delante para ser perfecta...

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  2. A mí me sucede lo que a Flaubert,con perdón, Ana María,que le ponía de los nervios la estupidez, o la imperfección, de los demás, pero la que le aterrorizaba era la suya propia. Gente que ha leído tu comentario a la entrada anterior me lo ha celebrado. Te lo digo para animarte a seguir escribiendo que es actividad de paz y ayuda tanto como el valium, si no más. Un saludo afectuoso.

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  3. Magnífica historia, Pablo. Es un hallazgo, además, ese narrador que cuenta en 2ª persona: lo utilizan muy pocos novelistas, porque resulta difícil con ello que el lector mantenga la atención -supongo-. Pero a ti te ha salido redondo. Tengo una curiosidad: ¿no tendrás algún manuscrito de una novela o relato, en el fondo del cajón de tu escritorio? Deberías dedicarte a ello, of course! Felicitaciones!

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  4. Querida Helena, no tengo ningún manuscrito. Salgo, me cuentan, veo y luego escribo estas cosas. Esta historia la conozco por una mujer que estaba presente cuando la madre de la enferma mostró su cuerpo a la concurrencia. No había ningún hombre. De estar yo en la habitación, no lo hubiera hecho. Me alegra mucho que encuentres entretenida la narración. Voy a ver si aprendo a escribir del todo y entonces veré si me atrevo con una novela. Aunque las grandes novelas ya están escritas y para qué insistir. Eso es lo que pienso cuando leo Ana Karenina. Gracias. Un saludo afectuoso.

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  5. Querido Pablo, moderno amigo epistolar, gracias por tus amables palabras de ánimo.
    Me alegro que os gustara, me produce un cierto cosquilleo y una sonrisa, una leve expresión, casi de Gioconda, me cambia algo el rictus.
    Desde las soledades monótonas de mi castillo habéis sido vosotros y éste maravilloso invento liberalizador que es Internet, los que aguijoneáis mis ánimos de expresión.
    Sin vuestros suspiros escritos, las respuestas, las preocupaciones, todo lo que reflejáis de los que veis, vivís, oís, o sentís yo no podría escribir casi nada.
    Me he dado cuenta de que la escritura es una reacción, por lo menos en mi, y creo que puedo trasladarlo a todos vosotros.
    Para que ésta reacción sea buena antes algo nos ha tenido que mover el corazón.
    Y ahí estáis vosotros que con vuestros relatos y comentarios que sois capaces de trasladarme a ese importantísimo intercambio que es la relación humana.
    Así, es todo una conexión, una comunicación, mucho mas sutil de lo que aparenta, y gracias a la cual pueden salir momentos gozosos tanto para el lector como para el que lo ha escrito.
    Muchas gracias por estar ahí. Por compartir. Por hacerme gozar. Por dejarme reaccionar.
    Abrazos a todos

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