jueves, 3 de febrero de 2011

No es difícil encontrar kandoras en la mar


Pánfilo no es Berlusconi, y, a su edad, ya no se va a poner en cueros delante de ninguna mujer y menos de una menor. Salvo de las enfermeras del hospital, si en alguna ocasión le abandonaran las fuerzas y no pudiese rechazar sus cuidados. Para casos de amor, tiene guardada una kandora, con el cabezal bordado, que queda muy bien en las primeras fintas: armadura de amor para tiempo de arrugas, porque él no renuncia nunca al arte de las ofensas. Hubo una época feliz, sobre lejana, en la que Pánfilo recogía material para un ensayo sobre la desigualdad de la mujer que elaboraba una profesora universitaria especializada en estudios de género. No me cabe la menor duda de que Pánfilo era entonces un feminista convencido, pero me malicio, por lo que me ha contado después, que intentaba hacer suya a la investigadora y que los datos que acopiaba para ella eran frutos más de Venus que de Minerva. El hombre andaba un poco enamoriscado de la doctora que debió de rechazarlo en algún momento, pese a que durante dos meses se leyó todo el siglo de Oro, por indicación de la chica, buscando en los clásicos textos que reflejasen el malestar de las mujeres con las leyes de los hombres. La explicación que me ha dado de aquel fracaso me parece peregrina. Dice que fue él quien la dejó por una discrepancia terminológica: le sonaba muy mal el término “yosotras” que la profesora comenzó a usar en ensayos y conferencias para referirse "a las mujeres como grupo social" . Y es que Pánfilo, que había leído de adolescente a Cervantes y a Quevedo, no soportaba palabras malsonantes como “miembras “o “yosotras”. Todo acabó cuando se lo dijo a la chica, utilizando esta comparación hiriente: “esas palabras suenan como el ruido que mete un R5 tuneao, con las ventanillas bajadas y escupiendo metálica por los siete altavoces del maletero”. “Peor para ella”, me dice Pánfilo, “porque me quedé con todo el material y ella se perdió, entre otras perlas, ésta de Quevedo, en "La fortuna con seso y la hora de todos": “Tiranos, ¿por cuál razón, siendo las mujeres, de las dos partes del género humano, la una, que constituye mitad, habéis hecho vosotros solos las leyes contra ellas, sin su consentimiento y a vuestro albedrío? Vosotros nos priváis de los estudios, por envidia de que os excedamos; de las armas, por temor de que seréis vencimiento de nuestro enojo los que lo sois de nuestra risa. (...)”. Me quedé asombrado de lo poco misógino que se muestra el conservador Quevedo en este fragmento y le dije a Pánfilo que hay mujeres que son capaces de renunciar a una buena frase, con tal de decirle que no a un amigo.

6 comentarios:

  1. Querido Pablo, precisamente en la última palabra de tu pensamiento de hoy está la clave de todo..."amigo". Sustantivo poético y aún épico donde los haiga, tórnase en gris casi negro vaticinio cuando en lances de conquista erótica aparece. "Me caes muy bien" y "Te aprecio muchísimo como amigo" son las dos perífrasis (O "eufenismos" que decía un antiguo cuñao mio, que un día me vio leyendo EL PAIS -en los tiempos en que aún no existía PUBLICO- y me dijo "yo ya he dejao de leer los periódicos hace un tiempo, porque tos están llenos de eufenismos y mienten en tó, los hijos de puta"). Ya vuelvo, ya, perdón por el desvío. Que decía que si algo está claro es que las mjueres NO follan con los "amigos". Es más, puede ocurrirte, no es nada raro, que, como "amigo", tengas que comerte el relato pormenorizado de sus últimos lances de cama (o de silla, o de poyete de la cocina, o de váter del AVE, que de todo ahí por ahí) y, encimató, poner cara de interés desinteresado. Así que, mi consejo es que le recomiendes a Pánfilo (y a sus hijos, nietos, discípulos, etc.) que en el momento en que oigan la palabra "amigo" desechen toda pretensión copulatoria. Podrán, eso si, seguir trabajando con la deseada, apoyándola, oyéndola, pero que ni se les pase por la cabeza que nunca -excepto gravísima intoxicación etílica muy puntual- podrán acceder a sus misterios más profundos. Eso se lo reservarán al novio o marido oficial y a los esporádicos amantes, a los que te describirán, por supuesto, como gilipollas, creídos, maleducados y mucho menos cultos que tú. Un abrazo en este día lúgubre para la clase trabajadora, esta jornada post-pacto y, ya se sabe, "post coitum omnia animalia tristia sunt".

    ResponderEliminar
  2. Pablo, perdona, me ha salido muy largo.
    Hace algún tiempo estuve cursando una preparación para empresarias emprendedoras en ese edificio granaino que llamamos la pirámide, el curso en sí estaba bien, nada del otro mundo pero suficiente para conocer algunas burocracias, la cuestión es que lo organizaba una de esos grupos de “yosotras” trasparentes y acérrimas enemigas de los “yosotros”.
    Nunca lo he podido entender. En una ocasión un amigo, ya me da miedo Corleone usar esta palabra, pero es así, un amigo, soltó de pronto, en medio del mercado cuando nos encontramos: “¡Hola- se dio la vuelta a los que nos rodeaban- aquí tenemos una mujer con el corazón de una niña”, Me sorprendió ese anuncio, y no se me ha olvidado pese a mi casi inútil memoria, pero no he dejado de darle vueltas. Ël había sido, incluso, uno de esos “amigos” que parecieron deslumbrados ante la idea de conocer mis “misterios profundos” alguna noche de música en el bar.
    Hubo muchos y muy curiosos, pues, yo, lejos de ser la presumida y arreglada mujer dispuesta a atraer a los machos para luego elegir al oportuno y despreciar desde la “yoseidad” a los demás, era unos ojos abiertos para observar y conocer ese mundo de la noche.
    Y en una sociedad cerrada, como ésta en la que vivo, además era “la novedad”.
    A pesar de ir con mi marido.
    Salía pocas veces, muy pocas, soy la mujer de un golfo reconocido, como casi todos ellos, lo cual me ponía invariablemente en el punto de mira de los otros noctámbulos, cansados ya de “divorciadas calentonas” como cantaba Sabina.
    Yo no lo terminaba de entender, además de poca memoria soy lenta, veía a esas otras mujeres, conocidas todas, amigas, de buenas familias, en la barra, casi desvestidas, agrupadas, intentando atraer la atención de los machos, que antes habían sido las parejas oficiales…de algunas de ellas…
    Yo no era mujer de grupo de mujeres, me quedaba entre los hombres, buscaba sentarme cómodamente…
    Para colmo yo iba vestida casi de hombre, abrigada… en fin.
    Y cada noche que salía me encontraba un ritual de uno u otro, casi como si fuera “Hoy inténtalo tu”. Manteniendo todos lo demás la atención en si aquel lo lograría.
    Los sacaba del aburrimiento, de la rutina, era la caza…
    Me ponía morada de Bourbon con cerveza y me dejaba embargar por la música de los bohemios de esos momentos, “La Ultima Nota” o “Afinamos o qué”, Blues Rock, en directo generalmente en el “Muy buenas” de Capileira y sonaban muy bien.
    Muy.. muy bien, cuando ya se calentaban, se acoplaban, se dejaban ir… que música mas buena!
    Me he quedado en la música, Corleone, por que era a lo que yo iba, a vibrar con los sonidos… Cada cual era libre de ir a lo que quisiera!
    Pero si que había “yosotras” que se querían llamar “liberadas” pero para las cuales los hombres eran enemigos, utilizables pero enemigos…
    Como las del curso de empresarias, del Instituto Andaluz de la Mujer, nuestros hombres tenían que ser malos y enemigos de todas todas. ¿Qué tendrían que ver los hombres en ese curso? digo yo. Pues no faltaba el comentario desabrido en cuanto podían meterlo.
    “Tiranas” podríamos decir, ¿Así pretendéis igualar, haciendo del igual un enemigo, cerrando el yo de género a la mitad complementaria, a otro ser humano igual pero distinto? ¿Qué justeza podemos encontrar si seguimos vuestros pasos y os dejamos capitanes de la convivencia futura?... ¿Es esa la experiencia que sacáis de vuestro sufrimiento, una simple venganza?
    Cuando era pequeña me encantaban las conversaciones de los hombres, aunque no las entendiera, me parecían mas interesantes.

    ResponderEliminar
  3. Una entrada preciosa, Ana María, un placer leerla y un aprendizaje también. Gracias. Eso si...me llega a pillar a mano el barecillo ese de Capileira y te hubiera convencido pa dejar el bourbon a la mitad, jejeje, que lo cortés no quita lo valiente, más bien lo complementa.

    ResponderEliminar
  4. Así, no puedo dejar de escribir. Aunque sea sólo para propiciar el apasionante intercambio de opiniones de Corleone y Ana María. El debate que se tiene en este blog es el que se tendría que producir en talleres, programas de televisión, prensa radio, para que las dos partes del género humano pudieran ir limando asperezas históricas. Gracias, gracias, por vuestras contribuciones. Saludos cordiales para ambos.

    ResponderEliminar
  5. Estoy de acuerdo contigo, Ana Mª, en lo de hablar con los hombres: cuando yo andaba por los 30, a la hora del café en el trabajo, yo me iba con ellos, porque las mujeres, en general, se agrupaban en torno al braserillo y, como decía un inteligente amigo mío, "las españolas se sientan a hablar y ponen el útero encima de la mesa"; nada exagerado en el caso que comento: empezaban por los partos y "amamantos" -por rimar- y terminaban por la criada que dejaba sin limpiar el polvo de la coqueta, (mi amigo también comentaba que no les sobraba el polvo, le faltaban varios...expresión machista, dirían las yosotras, pero a mí me hacía mucha gracia).

    ResponderEliminar
  6. Aquí viene el bloguero a pontificar, Silvia: al acceder las mujeres al trabajo y a lo público, ha sucedido que las trabajadoras tienden a convertir el trabajo en un hogar y los hombres en un harén. Espero que sean actitudes de transición. Perdón por la ocurrencia.Saludos afectuosos.

    ResponderEliminar