sábado, 20 de agosto de 2011

De las víctimas, hasta los huesos

El disponer de referencias literarias clásicas no es bueno siempre. Su prestigio te obliga a no despegarte demasiado de ellas. La familia de Federico García Lorca, sus sobrinos, parecen estar reproduciendo algún pasaje del Mercader de Venecia. Admiten que se exhumen los restos de las víctimas de la represión derechista en la Guerra Civil enterradas con su tío, en Alfacar, pero no les gusta que se remuevan los de Federico. Una exigencia tan difícil de satisfacer como la que plantea en la obra de Shakespeare, Porcia, la defensora del Mercader, al judío Shylock: le autoriza a cortar al mercader veneciano la libra de carne -ni un gramo de más ni un gramo de menos- que estipula su acuerdo con Antonio, no sin advertirle de que no puede verter ni una sola gota de su sangre. Eso es lo malo que tienen las víctimas de las guerras, que mueren en masa y no pueden ser enterradas convenientemente en sepulturas individuales. Los enterradores las hacinan en fosas comunes y allí el tiempo revuelve y confunde sus huesos. Incluso con la tecnología más avanzada, va a ser difícil distinguir los restos de Lorca, si es que están enterrados en ese lugar, de los de sus compañeros de suplicio. Quizá la familia sufra por esta mezcolanza, pero las víctimas lo aguantan todo, hasta los errores de los vivos: son muy sufridas.

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